El camino que lleva hasta la senda me hace pasar habitualmente por el Paseo de Colón, donde frente al edificio de la Policía Nacional suelen concentrarse alrededor de una docena de inmigrantes congoleños poseedores de la llamada “tarjeta amarilla”, lo que acredita que llevan bloqueados en Ceuta más de tres años; que han sido evacuados del lugar con diferentes pretextos en varias ocasiones, pero que –gracias al cumplimiento de las garantías que ofrece nuestra Constitución- persisten en su actitud, con la que quieren hacerse oír de las autoridades. Todos ellos entraron en la Ciudad de forma irregular, por lo que debieran ser devueltos a sus países de origen, según la Ley de extranjería y la aplicación del Tratado de Schengen, mas éstos, como los centenares de colegas que se encuentran en su misma situación acogidos al CETI, no pueden ser ni deportados, por muy diversas razones, -entre ellas los graves conflictos en sus países de origen-, ni trasladados al continente europeo. Se encuentran, prácticamente, presos en Ceuta.
Cada vez que los veo, pacientes aunque indignados, me pongo en su lugar y en los de aquellos que, como se explica en El Faro de hoy, 6 de Agosto, acaban de incrementar el censo inmigrante al ser rescatados en la mar, a la deriva, en tres balsas de juguete, gracias a la actitud de pescadores y marinos y, sobre todo, al excelente servicio de vigilancia que prestan las autoridades marítimas y la Guardia Civil, que tras atenderlos, terminaron por llevarlos al Centro de Acogida, donde iniciarán un nuevo calvario, ingresando en el limbo ceutí, esta vez sin plazo determinado de salida. Otros, que perecieron en el intento, no tuvieron esa suerte.
Aunque el invento del CETI resuelve de una manera medianamente soportable el mantenimiento y estancia de quienes consiguieron de una u otra manera posar sus plantas en el lado africano del Estrecho, su situación psíquica ha de ser, sin duda lamentable, debido a la imposibilidad de desarrollar cualquier trabajo o actividad, y a la rotunda decepción que representa la reiterada negativa a propiciar su traslado a Europa donde confían encontrar la posibilidad de conseguir el objetivo de sus vidas: trabajar y buscarse la vida para tener una existencia digna.
Me aterra el simple hecho de pensar que yo pudiese estar, un solo día, en la piel de uno de estos inmigrantes frente a la Comisaría de Policía o la Delegación del Gobierno, -donde también se han manifestado- , pues pienso que la frustración de sentir como el tiempo se desvanece inútilmente, podría terminar por volverme loco. ¡Qué pensar si la experiencia se extendiese a los años que ellos vienen sufriéndola!.....
El limbo jurídico que supone para estas gentes el que Ceuta sea freno al flujo migratorio, es un problema de indudable envergadura también para la Ciudad, problema que se incrementa con las restricciones de las ayudas estatales debidas a la crisis económica y al constante aumento de ilegales, que aumenta y seguirá aumentando, sin cesar.
Hasta hoy, y olvidando los tristes y angustiosos sucesos del Ángulo, las autoridades han sabido y podido controlar la situación migratoria en nuestra ciudad; pero, AMPLIANDO HASTA EL ABSURDO el plante de esta docena de congoleños, me pregunto, ¿Cuál podría ser la reacción de las autoridades ante una sentada COLECTIVA Y PERMANENTE ante sus sedes respectivas, de los cerca de quinientos inmigrantes atrapados en el limbo ceutí?...
L.G. Álvarez en su artículo del Domingo 8, titulado “LA INMIGRACIÓN ES UN TABÚ” apunta que sólo la repatriación de la masa de inmigrantes que no aportan nada al erario público, así como la de esos ilegales que continuamente van llegando, pueden mejorar el estado de bienestar y el déficit del Estado. Es probable que tenga razón. Pero ¿Es humano y –sobre todo- POSIBLE poner en práctica tal medida?...