La primera fase de la catalogación de los fondos bibliográficos acabó el lunes con la entrega de 300 fichas catedralicias
Desde el pasado lunes, el director de la biblioteca municipal, José Antonio Alarcón, tiene en su poder 300 fichas correspondientes a una parte de los fondos bibliográficos de la Catedral, catalogados en virtud de la primera fase de un convenio suscrito entre la Ciudad y el ahora llamado Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. “Ahora es el turno de la evaluación de los fondos descritos”, informó Alarcón, labor de la que se ocupará él mismo en las próximas semanas antes de la remisión de los resultados a los responsables ministeriales.
Es precisamente el nuevo equipo de Cultura quien ha de formalizar ahora la prórroga del convenio pensado para desarrollarse en el periodo de cinco años. “Calculo que en la Catedral quedan aún unos mil fondos sin describir”, estima Romina Rebollar, una de las tres técnicos que, durante los meses de noviembre y diciembre, ha estado anotando pormenorizadamente los datos en que consiste la catalogación: título, autor, fecha de edición, páginas, entre otros ítems.
La catalogación de los libros catedralicios requiere de un previo ejercicio de funambulista, valga la expresión. Hay ejemplares cuyo equilibrio entre el tacto y la desintegración se mantiene por pura mediación divina. Es el milagro nuestro de cada día que dura ya siglos. A la antigüedad de los fondos se le une la extrema humedad del espacio donde se ubican: una sala que destila agua a razón de un litro cada hora y media, según indican los datos del deshumidificador de la sala. La humedad comporta la existencia de hongos y la antigüedad, la vida de seres diminutos que se alimentan de papel. Estas condiciones no son más que una versión a ralentí de la quema de obras en una pira.
Claro es que no todos los libros de la Catedral están dejados de la mano de Dios. Es en el espacio contiguo, el correspondiente al museo catedralicio, donde se mantiene el recuerdo de casi seis siglos de existencia del Cabildo de Ceuta. Son las “joyas de la corona”, como las llama el deán del templo, José Manuel González. “Lo más valioso es la alta colección de biblias de las que dispone”, informa Rebollar. Hay un tomo de la biblia de Lutero editada en el siglo XVIII – “para la época, debió ser un canónigo librepensador quien no la quemó”, apostilla el deán–. También está, aparte de volúmenes de todos los tamaños y colores, la Vulgata, faltaría más, el tomo traducido por San Jerónimo del griego al latín, base del resto de traducciones bíblicas.
Pero, por encima de todos, se encuentra la Biblia Regia, también conocida como Biblia Políglota de Amberes o la de Arias Montano, expuesta en el altar de mayor gloria museística. La técnico explica los detalles de este tesoro patrimonial de Ceuta, cuya edición se remonta a 1572. “Arias Montano fue un erudito humanista a quien Felipe II le encargó la traducción a varios idiomas de la versión clásica”. Cinco años tardó este estudioso natural de Frenegal de la Sierra (Badajoz) en componer los seis tomos de los que se compone este modelo intelectual de aquel instante tridentino, redactado en hebreo, griego, arameo, latín y siriaco. Un compendio casi enciclopédico. La tirada fue de 1213 copias y Ceuta tiene una. ¿El motivo? “Este Cabildo es de 1418”, responde sonriendo el deán. Entendedores tiene la Iglesia.
Una ocasión esperada en décadas
El actual proceso de catalogación de los fondos bibliográficos de la Catedral puede enmendar una de las asignaturas pendientes de la ciudad: la reconstrucción de la biblioteca catedralicia, desmantelada en los años 40 del pasado siglo. Así lo explica José Luis Gómez Barceló, del Archivo Municipal. “Hay piezas bibliográficas de muy alto valor. El problema es que carece de una ubicación idónea, agravado por las condiciones de humedad de Ceuta”, explica Gómez Barceló, que advierte esperanzado cómo esta puede se la oportunidad esperada en décadas. Aparte de las biblias, el cronista de la Ciudad anota otra de las curiosidades de los fondos catedralicios: el denominado ‘Libro verde’, llamado así por el color de su cubierta. Realmente son los Estatutos de la Catedral. “Es un tomo de 1580, probablemente el tercer reglamento que se redactó para el templo”, destaca. La singularidad de este libro consiste en que, desde entonces, todos los canónigos la han ido firmado manuscritamente. La última rúbrica fue de 2009. Nada menos.