La semana pasada un numeroso grupo de inmigrantes (aproximadamente seiscientos) logró entrar en nuestra Ciudad forzando la valla y superando el dispositivo de seguridad organizado por la Guardia Civil. El incidente (que se repite desde hace más de veinticinco años) se produjo de manera violenta. Veintidós personas (diez guardias civiles y doce inmigrantes) tuvieron que recibir atención hospitalaria por heridas leves de escasa consideración. El impacto que ha ocasionado este suceso en la opinión de nuestra Ciudad ha sido brutal. En las dos acepciones del término (dimensión y primitivismo). La virulenta (enloquecida) reacción de una parte nada desdeñable de la ciudadanía invita a una reflexión serena sobre una actitud que amenaza muy seriamente con pulverizar los fundamentos de la civilización occidental (paradójicamente).
La polémica desatada, plena de acritud, ha estado presidida por la exageración. Dando por sentado que todo acto violento es condenable en sí mismo (un axioma democrático), las opiniones que se han vertido al respecto, procurando magnificar deliberadamente los hechos, han coqueteado con el esperpento. Recordemos que en Ceuta hemos vivido auténticas tragedias relacionadas con este fenómeno (años mil novecientos noventa y cinco, dos mil cinco, o dos mil catorce; por poner los ejemplos más dramáticos). El discurso, propagado de forma histriónicamente vociferante por los fanáticos anti inmigración, está concebido desde un belicismo delirante. Describiendo un apocalipsis que sólo puede existir en mentes deformadas. La utilización del término “invasión” no es baladí. Persigue identificar con precisión la condición de “enemigo” del inmigrante. Podría tildarse de cómico, si no fuera porque el seguimiento de estas incalificables consignas ha sido mayor del que cabe esperar (y asumir) en una sociedad democrática madura.
El histerismo y la desmesura que hemos podido observar (y padecer) sólo se pueden explicar por el contexto político actual. La ideología de extrema derecha se extiende paulatinamente por toda Europa y Estados Unidos, espoleada por el miedo y la inseguridad. La dura batalla que están librando en nuestro país los partidos de derechas por ocupar la hegemonía en ese espacio político, está escorando sus planteamientos hacia las posiciones más radicales. El cambio de Gobierno ha convertido la inmigración en una baza electoral de la derecha que no han tardado en jugar sin ningún tipo de escrúpulo y carente por completo del más elemental sentido de la responsabilidad. La proximidad en el tiempo de sucesos como el de la embarcación Aquarius, acogida por España, se presenta como una prueba visible e irrefutable del lóbrego futuro que nos acecha, en caso de no frenar la inmigración “como sea”.
De todo ello cabe deducir que en realidad no se estaba opinando sobre un incidente concreto, sino que se ha “utilizado” ese hecho a modo de palanca dialéctica para enarbolar la bandera de la xenofobia más insolidaria. Lo que resulta especialmente lamentable es que en esa infame intención se haya visto involucrada la Guardia Civil. Un cuerpo de prestigio universalmente reconocido y conducta ejemplar en términos generales, ha sido utilizado para promover el odio entre una masa en ebullición. El perverso ardid consiste criminalizar al inmigrante, no de manera directa, sino como reacción consecuente a la defensa de la Guardia Civil (quien agrede a un Guardia Civil, al que todos queremos, se convierte en un enemigo; y así queda convenientemente “cosificado” para justificar a continuación todo tipo de barbaridades). La sobreactuada defensa de la Guardia Civil, en este caso, es una forma subliminal de expresar el odio al extranjero (pobre), sin riesgo de ser considerado un energúmeno desprovisto de conciencia.
Esto es lo que realmente subyace bajo tanta proclama fútil y malintencionada. Porque la Guardia Civil existe todos los días. Mal pagada. En condiciones laborales sumamente precarias. Injustamente privada de derechos básicos de todos los trabajadores. Innecesariamente militarizada. Víctima de un autoritarismo trasnochado Todo esto gracias a la indiferencia (cómplice) y a los votos de los que ahora, de manera nauseabundamente hipócrita, se rasgan las vestiduras alabando a la Guardia Civil para maquillar sus conciencias corrompidas por el odio.
También resulta llamativo que entre tanta palabrería huera, nadie haya hecho un esfuerzo por ampliar perspectivas e imprimir un cierto rigor y coherencia a las argumentaciones. Lo intentaremos.
Siempre que se habla de inmigración es necesario fijar previamente unas coordenadas ideológicas que den sentido al debate. Los movimientos migratorios son consustanciales a la especie humana. ¿Por qué algo que es natural provoca tanto conflicto y tanta tensión? Creo que el fenómeno de la migración ha experimentado un cambio cualitativo en este tiempo que lo sitúa como una de las claves esenciales para la compresión del mundo. En otras épocas se trataba de movimientos importantes, pero muy localizados y respondían a una casuística muy variada y concreta; y su influencia en el devenir histórico era muy relativa. Esto ha dejado de ser así. Estamos incursos en una fase apasionante de rediseño de la vida en el Planeta Tierra. Esta transformación (no exenta de dolor) está impulsada y a la vez condicionada por el desarrollo del capitalismo (por primera vez en la historia el planeta en su conjunto constituye una única unidad económica); y por la revolución tecnológica (inteligencia artificial) que altera todos los parámetros significativos de la vida humana. En el mundo de la “globalización”, las fronteras se han quedado obsoletas y hasta ridículas. La libertad de movimientos es y será un principio básico de la organización del nuevo concepto del mundo. Lo que sucede (la historia así nos lo muestra) es que estos cambios tan profundos y universales no son rectilíneos ni predecibles, sino que están sujetos a infinidad de variables interrelacionadas que operan sobre realidades muy heterogéneas. Son de pronóstico imposible, Y además, siempre cuentan con la resistencia de los sectores más reaccionarios o ignorantes de la sociedad. Giordano Bruno, acaso el impulsor más paradigmático de la Revolución Científica, fue quemado en la hoguera entre el alborozo de la mayoría de sus coetáneos. Algo parecido sucede en relación con este asunto. Las fronteras (todas) desaparecerán. Ahora se ve como algo utópico; pero así será inevitablemente. Y a partir de esa certeza se abre una bifurcación ideológica: aquellos que asumen el cambio y trabajan para que este proceso complejo y tortuoso avance más rápidamente y con el menor coste social posible; y los que se niegan a aceptarlo y pretenden luchar contra el progreso de la humanidad, anclados en mentalidades prehistóricas, que tienen nuestro “antiguo” modo de vida como un referente imbatible de bienestar. Las opiniones y decisiones políticas en este tiempo de transición están predeterminadas por la adscripción a estas dos opuestas corrientes de pensamiento. Los que creen en un mundo nuevo, basado en la idea de la especie humana como sujeto político único, luchan para que en estos momentos se vayan construyendo vías legales y seguras hacia el futuro, con prudencia, sin sobresaltos, sin reventar de manera abrupta las costuras de las vigentes estructuras; pero imparablemente en la dirección del halagüeño porvenir. Por su parte, los que se aferran al pasado, negando cuanto sucede ante sus propios ojos, son profetas irredentos del hermetismo. Sólo ven muros, rejas, vallas, concertinas, armas y alarmas. A pesar de que cualquier diagnóstico objetivo de la realidad impugna rotundamente semejantes tesis. Pueden retrasar el proceso, hacerlo más cruento, pueden generar más víctimas (acaso millones); pero jamás lo podrán detener.
Y así llegamos a nuestra valla. Que no es sino una consecuencia del predominio de la ideología conservadora que se opone frontalmente al avance de la humanidad. Sueñan con el mantenimiento de espacios antropológica y culturalmente “puros”, libres de contaminación; aun siendo conscientes de que tal planteamiento ha devenido en un absurdo, ampliamente derrotado por la fuerza de los hechos y de la construcción de una ética universal. Las apelaciones a las armas resultan grotescas. Sería mucho más sensato establecer mecanismo que permitieran regular ordenadamente el tránsito de las personas provenientes de otros lugares que deciden vivir y trabajar en Europa, en lugar de retenerlos en zonas limítrofes en condiciones infrahumanas que ni los animales aceptarían. El resultado final es el mismo (en el mundo occidental viven ya decenas de millones de personas migrantes), sólo que de un modo se respeta y protege a la persona, y se fortalece la solidaridad piedra angular de la vida en común entre seres humanos, y del otro, concertina en ristre, se alarga y agranda el sufrimiento de manera tan cruel como innecesaria.
Pero descendamos un peldaño más. La ideología reaccionaria (dominante, e incluso podríamos decir que hegemónica) impone la contención como filosofía y la valla como medio. Lo lógico sería que se actuara en consecuencia y se dispusieran los medios adecuados a la dimensión del problema que pretende evitar. ¿Por qué en nuestra valla no está desplegado el FRONTEX con un operativo proporcionado a la magnitud de las previsiones? Porque a Marruecos “le molesta” todo aquello que pueda ser interpretado como un reconocimiento de la soberanía española sobre Ceuta. Todos a callar y a ceder. Damos por perdido el pulso con Marruecos. La coherencia dicta que, en este caso, España debería asumir “con sus propios medios” la defensa de la valla con un dispositivo adecuado; pero tampoco sucede esto. ¿Alguien puede pensar, en serio, que veinte guardias civiles pueden frenar a miles de personas? Obviamente, no. La Guardia Civil está en la frontera sólo para “guardar las apariencias” Porque los sucesivos gobiernos españoles han delegado su responsabilidad en el Gobierno de Marruecos al que le han encomendado la función de defender nuestra frontera a cambio de dinero (eufemísticamente se le llama colaboración). En esta materia, como en tantas otras, los dos “partidos de la alternancia”, que llevan treinta y seis años gobernando España, son indistinguibles.
Esta dejación de funcione se plasma en acuerdos suscritos en las cloacas, desde la más lacerante miseria moral (implican asumir la vulneración impune de los derechos humanos); se supeditan indefectiblemente a los intereses coyunturales de Marruecos, que los gestiona y manipula a su antojo, como ha quedado probado en infinidad de ocasiones (en esta, también); y están políticamente avalados por los votos de quienes hoy fingen sentirse indignados. Que no se olvide
Los que pugnan con inusitado fervor por erigirse en (falsos) adalides de la defensa de la Guardia Civil deberán explicarse (a sí mismos) por qué votan a Gobiernos que se arrugan ante los flagrantes ataques a la dignidad nacional (claudicando ante Marruecos), que se inhiben en el ejercicio de sus competencias (subcontratándolas con Marruecos); y que abandonan a su suerte a un honrado cuerpo de empleados públicos a los que se les encarga una misión imposible. Pero no harán. Siempre fue más sencillo escupir veneno señalando culpable ajenos que hurgar en la conciencia propia.
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