Opinión

El guiri y el paisano

Durante este caluroso mes de agosto hemos decidido cerrar dos días seguidos la panadería. En general hay menos ventas y los pequeños comercios que adquieren nuestros productos, también cierran por vacaciones. Esto nos ayuda a reponer fuerzas, pero también permite mantener la actividad y conocer a los nuevos clientes que aparecen por aquí. Afortunadamente, no todo el mundo se va a las playas a pasar el verano.
Estos dos primeros días de descanso seguidos los hemos aprovechado bastante bien. Hicimos una ruta por gran parte de la costa granadina y malagueña, para visitar a potenciales nuevos clientes y, de paso, comer pescadito en las playas, bañarnos y visitar a nuestros familiares. Esto nos llevó como primer destino a Nerja. Nos habían dicho que era un lugar bastante interesante, con un turismo de calidad durante todo el año, que, seguro, sabrían apreciar nuestros productos ecológicos. A juzgar por el resultado de la primera entrevista de Rosa, la cosa parece que promete. Nada más ver los panes que le llevábamos, inmediatamente nos dieron esperanzas de que los adquirirían. Nuestro siguiente destino era Málaga capital. Pero, visitar Málaga en estos momentos son palabras mayores. Lo dejamos para el día siguiente.
Efectivamente. Málaga se ha convertido en un centro cultural andaluz de primera línea. Es imposible hacer un mínimo recorrido, solo por sus principales museos, o centros culturales, si no dispones de unos cuantos días completos. Porque, además, las posibilidades de acompañar los mismos con visitas a antiguas, y no tan antiguas, bodegas, se hace imprescindible, lo cual te lleva a que tengas que dosificar bien el tiempo y a efectuar un reparto inteligente entre cultura gastronómica y de otro tipo. Pero nosotros íbamos a lo nuestro. Queríamos visitar varios herbolarios y tiendas de productos ecológicos, previamente seleccionados. Para ello dejamos el coche aparcado en el centro de la ciudad. Casualmente, cerca del Centro de Arte Contemporáneo (CAC), que nos traía muy buenos recuerdos.
Nos acompañaba nuestro hijo menor. También lo hizo varios años atrás, cuando conocimos el CAC. Él exponía parte de su obra fotográfica. Concretamente una colección de pequeñas fotografías titulada “Building shyscrapers”, que había hecho con su polaroid profesional cuando vino a visitarnos a New York y a Finlandia, durante sendas estancias de investigación. Casualmente, esta obra fue adquirida por el director del centro, Fernando Francés, para la Colección Permanente. Estuvo dos años expuesta junto a las obras de artistas emergentes como Dionisio González, Nono Banderas, Pilar Albarracín, Ana Barriga o David Escalona.
La primera visita que hicieron madre e hijo fue a un restaurante vegano cercano al centro, que nos habían aconsejado especialmente. La sorpresa vino cuando una de las dos empleadas, guiri total, rechazó el pan que le ofrecíamos porque, nos dijo, ella no comía pan de trigo. Sólo consumía de espelta, de centeno o de trigo sarraceno (en esta ocasión le llevábamos pan de trigo integral). Pero, bueno, para hacernos el favor, se ofreció a llevárselo a su vecina para que lo probara. También nos dio una dirección para que accediéramos a ver toda la variedad de productos de su establecimiento y para que comunicáramos al dueño del restaurante lo que nosotros ofrecíamos. Por supuesto, rechazó coger la relación de productos con los precios y dirección de internet que le llevábamos. Todo ello, hablado en un dificultoso español. Evidentemente, ni le dejamos el pan, ni le dejamos la relación de productos, ni le dimos esperanzas de volver por allí. Simplemente le explicamos que en España las cosas funcionaban de otra forma. Y, con educación, la mandamos a “freír espárragos” y a comérselos sin pan.
Sin embargo, las siguientes visitas fueron bastante buenas. Sólo con contemplar la cara de felicidad que ponían algunas de las entrevistadas cuando veían la pinta que tenían los panes, nos compensaron de la “mala uva” con la que nos atendió la guiri maleducada y desconfiada del restaurante vegano anterior. La faena la rematamos en la vieja bodega de la “Antigua Casa Guardia”, con varios vermuts de tonel, unos vasitos de pajarete y unas conchas finas.
De vuelta hacia Granada, pasamos por Coín para visitar a nuestro querido amigo Bartolomé, el molinero que nos proporciona las magníficas harinas ecológicas, molidas en piedra de sílex en su viejo molino, con las que elaboramos nuestros productos. Visitar esta localidad y la Harinera El Molino de nuestro joven amigo, siempre es un placer.
Ya de vuelta en la panadería, la cosa ha marchado bastante bien para el mes en el que estamos. Los clientes que no pudieron venir los días de cierre lo hicieron al día siguiente. Es una clara señal de fidelización de la clientela. Pero también pasaron por allí unos paisanos de Asturias, según nos decían, que no conocíamos. Debían estar por la zona visitando a algún familiar. Nada más entrar, nos dijeron que uno de ellos tenía una panadería en un pueblo de Asturias. Era el que llevaba la voz cantante y el que se permitía tocar los panes, para volver a dejarlos en el mostrador, o decirle a su señora que no comprara tal o cual producto. Finalmente, después de intentar darnos unas “lecciones” de elaboración de pan, acabó llevándose una triste baguete (y eso que eran cuatro), que estaba muy blanda para su gusto, según nos dijo. También compraron un panecito de aceite. Pero la hogaza que quería su señora, y que él había manoseado, nos la dejó allí, después de envolverla. Evidentemente fue directa a la basura.
He conocido a panaderos que han venido a nuestra panadería. La mayoría han intentado agradar y preguntar para aprender. También han adquirido productos nuevos, o que ellos no conocían. Incluso nos han preguntado por los métodos de elaboración. Siempre con el máximo respecto. Lo mismo hemos hecho nosotros cuando hemos visitado otras panaderías artesanas. Pero lo de este paisano ha sido de antología. Apropiado para contar y escribir. No solo por su desvergüenza y comportamiento poco profesional. Sobre todo, por las afirmaciones que hizo y por la forma de realizarlas. Solo alguien que no ha hecho pan desde hace muchos años, es capaza de decir las tonterías que dijo. Todas juntas y en muy poco tiempo. A estos personajes les dicen en Pamplona “tontos con balcones a la calle”.
Es lo que suele pasar cuando un día va bien. Que siempre viene algún pazguato y lo intenta joder. Es lo que nos ocurrió con la guiri tatuada del restaurante vegano y con este paisano, que, a juzgar por su gran barriga, aparte de comerse los panes que le hacen sus empleados, poco más ha hecho en la panadería desde hace años.

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