Opinión

El fenómeno curvy. ¿Retornando a Rubens?

Los datos proporcionados por diferentes instituciones y los resultados de diversos estudios, manifiestan un preocupante estado. La Organización Mundial de la Salud asegura que, desde 1975, casi se ha triplicado la obesidad en la población mundial. En el Congreso SEEDO (Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad), de 2019, se recoge que una cuarta parte de la población española es obesa. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), según un estudio, manifestaba que en 2016 en España existía una población de veinticuatro millones de personas con exceso de peso. El Institut Hospital del Mar d'Investigacions Mèdiques (IMIM) y médicos del Hospital del Mar, prevén que para 2030, veintisiete millones de adultos en España, tendrán sobrepeso u obesidad. Por su parte, el Estudio ENPE (Estudio Nutricional de la Población Española), de 2018, recogido en la Revista Española de Cardiología, estima que el 23,8% de la población infantil y juvenil tiene sobrepeso y el 10,3% padece obesidad.
El diagnóstico de la obesidad se define a partir del porcentaje de masa grasa (MG), cuando es mayor del 25% en hombres y el 33% en mujeres. También se utiliza el perímetro de la cintura (PC) y el índice de masa corporal (IMC), como el cociente entre el peso en kg y el cuadrado de la estatura en m. En este caso, si se supera los 25 kg/m2, es sobrepeso; superior a 30 kg/m2 es obesidad y alcanzando los 40 kg/m2 se padece obesidad mórbida e incluso extrema.
Las causas que pueden llevar a esta situación son diversas, desde la influencia de la genética y el medio ambiente hasta la edad, el sexo, la menopausia, el sedentarismo, el exceso alimentario y la calidad de la ingesta − que considero causa fundamental−, la utilización de fármacos, enfermedades del sistema nervioso central, el estrés e incluso el estatus sociocultural y económico. Como dato puede significarse que, en la casi totalidad de estudios en España, excepto en la etapa de desarrollo y crecimiento, el colectivo femenino presenta mayor prevalencia de obesidad y se incrementa con la edad, especialmente a partir de los cuarenta y cinco años.
Los expertos recomiendan como medidas para controlar este desmesurado y creciente problema, cuidar la alimentación en cantidad y calidad. Evitar las comidas con exceso de calorías, grasas y sal, siendo aconsejable la dieta mediterránea. Restringir el consumo de bebidas azucaradas, incluso arbitrando la Administración cargas impositivas a las mismas. Por supuesto activación del ejercicio físico y difundir las campañas informativas a la población.
En nuestro país se producen anualmente más de 25.000 fallecimientos a causa del exceso de peso, más de la mitad debido a problemas cardiovasculares y además, según SEEDO, la obesidad está directamente relacionada con doce tipos de cánceres, con la diabetes, la osteoartritis y otras enfermedades. El IMIN calcula que casi 2.000 millones de euros anuales cuesta al Sistema Nacional de Salud la atención a personas obesas y con sobrepeso pero, según la tendencia observada, dentro de diez años se puede elevar a 3.000 millones.
Colateralmente y no menos importante, además de los problemas sobre la salud que el exceso de peso ocasiona, hay que considerar la repercusión sobre la estética corporal. Me gusta caminar y debido a un lógico condicionamiento biológico– que ni puedo ni quiero evitar– suelo fijarme en el personal femenino con el que me cruzo. Observo que, con demasía, de acuerdo con los datos e informes referenciados, muchas jóvenes y mujeres de mediana edad presentan un exceso de peso y en bastantes casos obesidad.
Valoro, aparte de su aspecto físico, a la mujer como persona −incluso reconociéndoles cualidades de las que carecemos los hombres− y por supuesto, es obvio que defiendo la igualdad de derechos con el sexo masculino. Una vez dicho esto− utilizando el latiguillo tan corriente en los tertulianos− también, y no es contradictorio, soy un admirador de su belleza. La belleza es un don de Dios, y − utilizando otro de los latiguillos− no lo digo yo, sino el propio Antiguo Testamento en el Cantar de los Cantares (4:7) que hace un rendido homenaje:”Toda tú eres hermosa, amada mía...”, al igual que la historia de Ester, que ganando uno de los primeros concursos de belleza de que se tiene noticia, salvó al pueblo de Israel al ser elegida por el rey Asuero y convirtiéndose en Reina de Persia.
La belleza es un atributo ligado a la proporción, la armonía y la elegancia. Está impreso desde los primeros homínidos al ADN, aunque por alguna razón fue derivándose a la belleza de la mujer como paradigma. A lo largo de la historia el canon de la belleza femenina ha ido cambiando diacrónicamente. Cada época histórica ha estado diferenciada por un modelo determinado que ha ido cambiando, aunque se hayan producido coincidencias en diversos periodos.
Remontándonos al Paleolítico, hace más de 25.000 años, la imagen encontrada en Willendorf (Austria) nos presenta un ideal femenino, ligado a la fertilidad, con grandes senos y amplias caderas. En la antigua Grecia la belleza estaba relacionada con la simetría y la proporción. El canon de la mujer perfecta dejaba a un lado la sensualidad y se centraba en la firmeza.
En la Edad Media confluyeron, por una parte, las invasiones bárbaras que importaron la imagen de belleza nórdica y, por otra parte, el cristianismo y el ideal de pureza. El modelo era cabello rubio, cuerpo delgado y sutil, caderas estrechas y sin formas pronunciadas. En el Renacimiento, hombros, cintura y caderas estrechos, senos pequeños y firmes y estómagos con cierta redondez. En el Barroco −siglos XVII y XVIII− los cuerpos son más rellenitos y junto a las anchas caderas y cintura estrecha, los pechos muestran prominencia y los brazos son carnosos y redondeados. “Las Tres Gracias”, del flamenco Pedro Pablo Rubens, en 1635, son un ejemplo notorio.
En el siglo XIX empiezan a aparecer las mujeres delgadas, con el corsé realzando el pecho y las caderas. A principios del siglo XX surge el modelo de chicas Gipson con anchas caderas, pechos altos, y nalgas prominentes. En los años 20 el modelo “flapper” , transgresoras, con figura adolescente, rectilínea, pechos de pequeño tamaño y peinado “bob cut”. Los 50 es la eclosión de las impresionantes estrellas de Hollywood con muchas curvas y enormes pechos, junto a otras de figura estilizada y frágil. En los años 60 se va imponiendo el concepto de la delgadez como ideal, con la irrupción de la moda Twiggy que se acentuó en los 70, ocasionando grandes problemas de salud a muchas mujeres por la anorexia, la bulimia y el consumo de fármacos para adelgazar.
En los 80 hace su aparición el modelo “fitness” o chica de gimnasio que presenta un cuerpo tonificado, aunque no musculoso. A partir de los 90 las pasarelas acogen a las supermodelos, bellezas altas y delgadas pero también las “waif look” −mirada descuidada− o “heroin chic”, acentuando la delgadez, el pecho grande y la apariencia andrógina.
Con el siglo XXI continúa el canon de belleza femenina con cuerpos delgados pero también destacan espectaculares y vistosas féminas. Recientemente han irrumpido en la moda las sensuales modelos “plus size” − talla extra− que han recibido el apelativo de “curvy”, en realidad un eufemismo de llenitas. Asley Graham, con talla 46, no tiene remilgos de presentar sus michelines y sus estrías y no digamos otras como Tess Holliday, con talla 54. El “plus size” masculino no tiene tanta publicidad y difusión. Evidentemente, no cabe duda que las grandes marcas de moda, conscientes del aumento del peso de la población y lógicamente de la demanda de tallas grandes, se han apuntado a un negocio que, según datos, movió más de 21.000 millones de euros en 2016. Curiosamente se ha constatado que el público adolescente se muestra como un activo consumidor, por el aire juvenil de las tallas grandes Por una parte, el aspecto positivo está en que la población usuaria de estas tallas puede encontrarlas fácilmente en el mercado, les agrada que haya vistosas modelos que lucen sus kilos y contribuirá a eliminar el complejo de gorditas. En el aspecto contrario, según manifiestan algunas opiniones, puede convertirse en un elogio de la obesidad. Estimo que el equilibrio es la justa medida, de acuerdo con los datos de la realidad. Pero hay que preguntarse si esta tendencia va a hacer variar, en algún grado, el canon de belleza y eliminada la gordofobia, la opción del modelo femenino gordita− a semejanza de las Gracias de Rubens− va a tener una notable aceptación como moda.

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