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“Hace ya casi cuarenta años, unos españoles con sentido de Estado y con la mirada puesta en el futuro de una patria de todos y para todos, decidieron superar viejos enfrentamientos”
Hace ya casi cuarenta años, unos españoles con sentido de Estado y con la mirada puesta en el futuro de una patria de todos y para todos, decidieron superar viejos enfrentamientos y diferencias ideológicas para redactar una Constitución integradora y de consenso, cuya vigencia ha servido para impulsar un largo periodo de convivencia en paz y progreso.
Ahora, sin embargo, nuestra España se ha convertido en una jaula de grillos. Unos, con su pretendida e inútil poción mágica de la nación de naciones; otros, con su “derecho a decidir de los pueblos de España” y su proyecto de derogar la Constitución de 1978 para imponer un radicalismo excluyente de izquierdas; y otros, netamente antisistema, tales como “En marea”, “Guanyem el Canvi”, “En comú” y demás de la misma o similar cuerda, que hoy suelen aglutinarse bajo el populista paraguas podemita.
A la explosiva combinación antes expuesta se une la muy peligrosa deriva de ese obcecado separatismo catalán del “Junts pel si” y la extremista CUP, una extraña amalgama que proclama una falaz independencia partiendo de la ficción de dar carácter soberano a su “Parlament”, considera válidos tanto un conjunto de leyes nulas de pleno derecho como el supuesto resultado de un referéndum incontrolado, ilegal y prohibido por la justicia, dando así lugar a la inevitable aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Ante el nocivo coctel formado por unos y otros, hemos de convenir que la actual situación política dista mucho de ser la ideal, con las repercusiones negativas que pueden afectar a la economía nacional, precisamente cuando todos los indicadores confirman que se está saliendo de la profunda crisis sufrida.
José Antonio Primo de Rivera definió a España como una “unidad de destino en lo universal”. Visto lo que hay, da la impresión de que omitió una letra, pues desde la perspectiva actual, resulta más apropiado definir a España como una “unidad de desatino en lo universal”. Sí, desatino, con la “a” añadida. Y es que hay demasiados locos sueltos. Bueno, sueltos por el momento. En estos difíciles días, no está de más permitirse una pizca de ironía.
Anteayer, cuando el reloj se acercaba a las tres y media de la tarde, no pude reprimir una lágrima de rabia y de tristeza al ver en la televisión cómo se pisoteaba mi orgullo de ser español en un absurdo intento de romper la multisecular unidad de la nación, Hace bien el gobierno presidido por Rajoy al tratar de abortar cuanto antes este tremendo despropósito, pensando también en los millones de catalanes por nacimiento o por adopción que se ven solos y abandonados, sufriendo los insultos y desprecios de quienes se han creído triunfadores. Es tarea prioritaria restablecer la convivencia.
En todo caso, tengo la fundada esperanza (quisiera decir seguridad, pero si lo hiciese, mentiría) de que al final vencerán la razón, la justicia y, en las elecciones autonómicas del 21 de diciembre, el ahora perdido seny catalán.
En definitiva, España y los españoles en general y los catalanes y Cataluña en particular.
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