La genial selección americana de baloncesto sigue sorprendiendo, incluso cuando apenas cuenta con margen para hacerlo por todo lo que, históricamente, han alcanzado y desplegado las estrellas yanquis. En esta ocasión lo que más brilla no es ninguna de sus figuras, algo bastante inusual, sino la propia dinámica del grupo y su esfuerzo por hilvanar un juego en equipo que nadie hubiera esperado a estas alturas. Parece increíble que pudiéramos ver al legendario Kobe Bryant aceptando un rol secundario cuando debe hacerlo, a LeBron James hundiéndose en el barro de la huérfana pintura para luchar con tipos más grandes –pero no más fuertes– que él, o a este mismo reclamando mayor protagonismo en el tiro de Kevin Durant. Y qué decir de la intensidad defensiva y la disciplina táctica que el entrenador, Mike Krzyzewski, y su principal asistente, Jim Boeheim, han conseguido grabar en el ADN de sus jugadores, al menos mientras lucen la camiseta nacional. Parece pura ficción.
Quizá este esfuerzo colectivo sea el que ha conseguido paliar la ausencia de personajes de talla mundial en la pintura como Dwight Howard, Andrew Bynum, Blake Griffin o Chris Bosh, sin olvidar a jugadores exteriores como Derrick Rose, Dwyane Wade o Rajon Rondo. Bajas con las que bien podría formarse un equipo alternativo de ensueño. Aunque parezca una absoluta locura, bien puede decirse que la ausencia de estas estrellas no ha repercutido gravemente en el rendimiento de la selección estadounidense, ni siquiera en lo concerniente al sobresaliente agujero que poseen en la zona. La solidaridad de estrellas como LeBron James, Carmelo Anthony o Kevin Durant ha bastado para acompañar a los únicos y verdaderos responsables del custodio del juego interior: Tyson Chandler y Kevin Love, dejando al margen al joven Anthony Davis. Tampoco se ha resentido el aspecto ofensivo del área exterior, donde normalmente destaca Rose e impera Wade, ni siquiera se ha echado de menos la magistral y mágica distribución de balón de Rondo. Un Rondo, por cierto, cuyos problemas personales con el equipo técnico no parecen tener arreglo posible.
Nunca se sabe qué ocurrirá con el anhelado oro olímpico, pero lo cierto es que Estados Unidos ya ha ganado algo importantísimo, que se venía gestando durante algunos años pero que no había cuajado aún. Una conciencia de equipo que siempre ha obsesionado y obsesionará a Mike Krzyzewski de por vida, y que lo hace incompatible con la posibilidad de entrenar un equipo NBA, donde a buen seguro habrá de cambiar su perspectiva o fracasar junto a ella. Una conciencia que es difícil de inculcar a un equipo que jamás ha jugado de esa manera y que tampoco pensó en hacerlo, confiando únicamente en su talento, casi infinito. Desconozco cómo lo habrá conseguido Krzyzewski, ni siquiera si él mismo es consciente de que ha logrado el éxito deportivo más importante del baloncesto estadounidense en el siglo XXI. Si el proyecto tiene continuidad y los jugadores de Estados Unidos continúan apostando por fundir lo colectivo con lo individual poco tendrán que hacer los demás combinados nacionales. Serán los años los que dictaminen el resultado final.