Mucho se ha publicado en el decano sobre la situación fronteriza y sus repetidas y obstinadas irregularidades e inhumanidades. Poco podemos añadir a lo crudamente reflejado en tantas columnas y reportajes periodísticos, pero se nos ocurren algunas reflexiones que pueden servir de punto de vista a cierta distancia del conflicto.
Nada como el espectáculo fronterizo completo para vislumbrar la descomposición social en ciernes y el inevitable ajuste que se producirá para contrarrestarnos a nosotros mismos. La ficción sobre el crecimiento ilimitado está tocando fondo, nadie habla mucho en provincias sobre estos asuntos pero son pocos los que se la creen, y los repartos de recursos que podrían retrasar nuevos conflictos no se producirán pues el egoísmo proclamado por Shopenhauer como la motivación humana más difícil de atemperar no cesará, textualmente citaba que “Oponer al egoísmo un contrincante a su altura es el problema de toda ética”. Sobre el infantilismo de nuestra sociedad hablamos en el anterior artículo y continua estando presente en nuestro discurso de hoy. Inmadurez es pensar que por haber conseguido un cochecito de segunda mano se ha logrado el objetivo deseado para pasar la frontera cómodamente a la vez que se traen al mundo todos los niños que se quieren sin pensar en los demás habitantes de este atestado planeta. Inmadurez es pensar que la tradición lo preside todo como supremo arcano al que acudir a ella para buscar todo tipo de respuestas y sobre todo confirmaciones sobre el correcto proceder de unos estilos de vida insostenibles. De grandes inmaduros es utilizar la política como trampolín para llegar a no se sabe que lugar sin producir a cambio nada que transforme y mejore lo que conocemos como sociedad. De niños completamente consentidos es permanecer en política profesionalizada por una delirante vocación, sin entender que la política en democracia requiere constante reemplazo y renovación; sin interiorizar que hay muchas otras formas de hacer política al margen, que no en contra, de una determinada formación política. Enormes ilusos son aquellos que pretenden transformar las mentalidades a golpe de inversión pública inútil en playas dónde nada de esto es necesario mientras el litoral espera la atención mínima que merece; cuestión crucial, y no solo para aumentar la productividad económica teniendo algo realmente dignamente ordenado que ofrecer sino también y sobretodo para el incremento de nuestra felicidad. Quizá el peor de los egoísmos que lleva asociada la inmadurez mental es estar permanentemente combatiendo al contrario; plantearse la acción política de esta guisa es ser un gran desnortado social por no entender que la política municipal se hace entre todos y contando con todos los que tienen interés y luces suficientes para intervenir. El caos fronterizo tiene para nosotros mucho que ver con la inmadurez mental del ser humano que no se reconoce a sí mismo como lo que es y que por lo tanto es hartamente incapaz de articular respuestas reflexivas que cuestionen su crecimiento ilimitado y suicida. Los sentimientos más nobles, como la compasión y la solidaridad, se ven sobrepasados por las oleadas de consumistas (desesperados por la espera en sus confortables coches) y supervivientes (empujando tartanas o soportando la solana en plena explanada y la infamante cola de porteadores) que dan vida al gran circo fronterizo. Es el gran boom poblacional lo que ha convertido la frontera en este siniestro y sórdido espectáculo. Eso sí, los anuncios publicitarios para las compras, el dios económico por encima de todo y todos, contrastan con la gran dejación humana de todo lo demás. Ciertamente el egoísmo capitalista está ganando la partida y sus eternos voceros han estado animando este crecimiento suicida; podemos recordar la frase abominable que tanto pronunciaba Aznar, y tantos otros iluminados, en sus últimos años de presidente del gobierno “el consumo es el motor de la economía”. Según estos iluminados y sus seguidores, que son muchos, la única respuesta es continuar creciendo y por ello habrá que abrir más carriles para vehículos y demás infraestructuras que preparen las ampliaciones del futuro. La idea de crecimiento sin límite es una de las grandes ficciones de nuestro tiempo y mientras la triste representación se produce, todos los implicados miran para otro lado; al fin y al cabo estamos de paso, así que mejor que cada uno represente su papel en el drama y que se ocupe dios y la tradición de los seres humanos del futuro y del resto de los ecosistemas.
Mientras tanto el ecologismo no cesa de anunciar que no es posible seguir creciendo y las asociaciones solidarias no pueden atender a tanto desheredado de ese gran motor de la economía que es el crecimiento ilimitado. Las palabras que reproducimos aquí de Paul Ehrlich parece que se están haciendo realidad: “La gente sintiéndose traicionada por los líderes políticos, por la ciencia y por la sociedad secular en general, buscará refugio intelectual en una serie de valores eternos y en la promesa de una vida mejor en el más allá. La xenofobía y el rencor se agudizarán mientras la gente busque un chivo expiatorio y se acentúen los conflictos internacionales sobre los recursos naturales, como el agua”. Estas poderosas razones esgrimidas no invalidan la necesidad de una gestión lo más eficaz y dignamente humana posible de las infraestructuras fronterizas de nuestra ciudad. Nuestra responsabilidad como sociedad es obvia y además, en estos tiempos vivimos rodeados de pícaros, que parecen sacados de las novelas del siglo de oro, venidos a más por mor de chaquetas y corbatas que no hacen nada que no sea perseguir sus mezquinos intereses y perpetuarse en un poder, en muchos casos, por supervivencia económica. Justamente una persona que repite y repite en una cacofonía interminable en este u otro cargo creando la ficción de la preparación burocrática para hacer política como si el conocimiento de los procedimientos administrativos fueran méritos democráticos o formaran parte del pensamiento político es bien triste. Recuerdan más bien a los tecnócratas del franquismo que irrumpieron durante los sesenta pero sin el espectacular avance económico que sufrió España en la época. Ahora, el tardofranquismo se traduce no en la censura directa, la represión y el control ideológico, sino en la compra de voluntades por doquier para que las puertas se vayan cerrando a los de pensamiento díscolo y sobretodo con total desprecio hacia la participación ciudadana discrepante. Por ello, es explicable que el actual delegado del gobierno en Ceuta, un cargo sobrevenido y no alcanzado pero ocupado por un burócrata, no cumpla con las expectativas de una gestión mejor y más eficiente de la frontera. Un profesional consagrado al progreso económico de Ceuta, que no ha cosechado éxitos relevantes y que no le preocupa lo más mínimo la cuestión ambiental o demográfica ni la modernización de nuestra democracia con la que se siente plenamente a gusto. Un cargo político tan equivocadamente eterno como extemporáneo no puede enfrentar una cuestión tan compleja y difícil que requiere una gran preparación en muchos y variados campos y un gran equipo real de asesores y no de amiguetes de partido. Una persona con una mente mecanicista como la del actual delegado se podría preocupar, al menos, por establecer un poco de orden en el paso fronterizo y proporcionar a los cuerpos de seguridad los efectivos necesarios; los espectáculos de gran descontrol que se llegan a generar en el paso de vehículos muestran el desconocimiento de un espacio y la irresponsabilidad de continuar en un cargo para el que no parece que esté preparado.