El arte es pura interpretación, pura emoción, una excusa perfecta para deleitar la mente del observador. Si se consuma la comunicación, y el mensaje de la belleza es entendido, entonces el artista siente alivio, y se reafirma en su concepción del mundo.
Los caminos por donde discurren nuestras vidas están tan definidos, que a veces nos olvidamos de la esencia, de lo que ocurre en sus márgenes.
Eso es lo que sucede cuando abrimos un libro, u observamos un cuadro. En realidad, nos estamos saliendo del camino, es un acto de rebeldía, y nos adentramos en el sentido mágico de las cosas.
Hay que recordar que, a pesar de que estamos en plena revolución digital, los misterios que rodean la existencia humana tienen plena vigencia.
Siempre se ha dicho que la gente que gusta del arte tiene espíritu crítico, y es difícil de cortejar; y esto no es lisonja, esto es verdad.
El artista pone el foco en algún punto, a veces desapercibido, y con la creación de una forma lo eleva de categoría, hasta consumarse como una explicación del mundo, como una circunstancia universal. La guerra, la dignidad, el alma, la conservación, la ciencia..., son temáticas que pertenecen a la memoria desde el principio de los tiempos.
Los artistas no pueden cambiar el mundo, pero sí pueden cambiar la actitud ante él.
El artista actúa frente a la insatisfacción, y nos da las claves para superarla. Y es que hemos puesto el listón de la felicidad en cotas que no nos son dadas, y ahora sentimos un vacío ensordecedor.
Ellos dicen: “Descubramos los vínculos que nos unen a la naturaleza, su potencial”.