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“El absentismo es como la fiebre, significa que hay algo más”

 

No hay porcentajes ni estudios al respecto que proporcionen datos suficientes como para hacerse una idea global del absentismo en Ceuta.

Lo que no significa que baste darse un paseo por el Polígono o por el Sardinero para ver a niños de trece, catorce, quince o dieciséis años que deberían estar en clase. Es un experimento que hace casi a diario la trabajadora social del IES Siete Colinas. “Me centro sobre todo en los más pequeños, de 13 ó 14 años, porque son los que están empezando. Hay quien ya me tiene preparado el justificante de que ha ido al médico a las 11 y es ya la una... ¿por qué no estás en casa?, le pregunto”, explica. “Les digo que qué hacen ahí, que por qué no están en clase. Otra cosa son cuando ya tienen más edad, y hay que buscar otras alternativas”, añade.
Pero eso no es suficiente para que siga habiendo niños que no van a clase y deberían hacerlo. Y que sigan teniendo sus escondites, algunos aún lejos de  las miradas de la Policía y de cualquier autoridad. Es el caso de ‘La cueva’, donde se juntan por las mañanas chicos y chicas de varios  institutos. Un lugar en el que hay varios grafitis, restos de envases (refrescos, comida), y donde el olor a hachís lo impregna todo. Falta un colchón del que un día se deshicieron, lo que no impide que los adolescentes todavía utilicen ese lugar para tener sexo. “Anda que no han caído chicas ahí”, comenta uno de los que todos los días falta a clase. Es un caso, más que de absentismo escolar, de abandono. Dentro de no mucho cumplirá 18 años, día en el que ha prometido no volver más a los estudios. “Yo lo que quiero es dinero, legal o ilegal”, afirma. No es el típico caso en el que muchos aplican adjetivos como ‘vago’, ‘perdido’, o ‘insensible’. Por ejemplo, se pasa media Semana Santa doblando su espalda para llevar varios pasos como costalero.
No. No hay un caso tipo, no hay un perfil de ‘alumno que falta a clase’. “El absentismo escolar indica que hay algo más. Es un síntoma, como la fiebre. Una vez se detecta, hay que averiguar cuál es el problema”, explica Gemma Pareja Cordón, trabajadora social del Instituto de Enseñanza Secundaria Clara Campoamor. Una conducta que, además, tiene el beneplácito de los padres, ya sea implícito o explícito. “Cuando el niño tiene tres años, los padres se interesan por todo lo que pasa en el aula y le preguntan todo. Conforme va creciendo, dejan más responsabilidad en las instituciones, como si no fuera con ellos. Y eso se agrava con el paso al instituto”, asegura Pedro Pérez Matres, técnico de integración social del Clara Campoamor, y que compagina su labor con un colegio de Educación Primaria. “Muy pocos son los padres que conocen al tutor o que van a la reunión que hay todos los años a comienzo de curso. Ni siquiera ponen excusa, directamente no van”, añade Pérez.
En muchos casos, lo que puede suceder es una impotencia de los padres, tal y como dos chicas conversan en ‘La cueva’. “Me castigan mucho, cuando se enteran. Menudas broncas”. “¡Ah, pero todavía te castigan!”. “Sí, pero a los dos días ya salgo de casa”. “Los míos ya se cansaron de castigarme”.
En otros casos, los padres no se enteran, directamente les mienten, lo que se vuelve más fácil si tienen que desplazarse solos al centro escolar. O se dejan mentir, como señalan los trabajadores sociales. “A veces, cuando detecto esta conducta, el padre dice directamente que no pensaba que faltaba a clase, pero que no se preocupa, porque sale pronto a trabajar. Otras veces, se sorprenden, o más bien se hacen los sorprendidos. Y a veces el niño está en casa”, explica la trabajadora social del IES Siete Colinas. “Cuando la familia consiente la actitud es más fácil solventar el problema, porque la escolarización hasta los 16 años es obligatoria. Se les explica las consecuencias legales que puede tener, y siempre llevo algún recorte de sentencias, o de noticias, para que vean que es serio y puede acarrear hasta prisión”, añade.
El momento de saltar a la ESO es crítico. “Cuando llegan a primer curso están dejando de ser niños, pero no son adultos, no saben qué hacer. Les pregunto si saben qué es el absentismo escolar, y me dicen que no. Entonces tengo que explicarlo”, afirma el trabajador social. Se refiere a las charlas de prevención del absentismo que terminaron la semana pasada en este instituto y que se han celebrado por primera vez este año, como iniciativa propia del centro. “Sí, también llegamos con estas charlas a niños que no van a clase, porque lo habitual no es que falten todos los días, sino que sea un goteo constante”, añade.
El repertorio de excusas es amplio. Niños con tres bodas de hermanos en dos trimestres, niños a los que se les han muerto más abuelos de la cuenta, o simples dolores de cabeza, tal y como cuenta Gemma Pareja: “A veces, los padres son muy proteccionistas, y hemos tenido incluso el caso de que a alguno se le ha ido de las manos y ha acudido a nosotros en busca de ayuda”. Estos casos, más fáciles de tratar que otros, son más difíciles de detectar. “Por ejemplo, ves que un alumno ha faltado 20 días en un trimestre, el tutor no se ha dado cuenta, pero tú sí. Llamas a la familia, y te dicen que pasó algo un día.Vale, eso justifica dos días, ¿y los otros 18? Tampoco existe la conciencia de que hay que notificar por escrito las faltas, y los niños exageran todo. Por ejemplo, las reglas”, comenta Pedro Pérez Matres.
Es viernes por la mañana en ‘La cueva’, y hay unos diez alumnos que deberían estar en clase. Tienen entre 13 y 17 años, y hay tanto chicos como chicas en proporción parecida. Vienen tanto de institutos (Siete Colinas, Luis de Camoens, por ejemplo), como de centros concertados. Algunos están cursando módulos en un PCPI (Programa de Cualificación Profesional Inicial), puesto que ya perdieron el interés en la ESO. “Ahora estudio informática, me gusta mucho más, se me da mejor. Sólo que los viernes no voy a clase, porque suelen hacer excursiones... me aburro. Prefiero venir aquí”, explica uno de ellos, de dieciséis años, haciendo referencia al entorno casi bucólico que rodea a ‘La Cueva’. “Solemos ir mucho por el resto de sitios, y encontramos esto. Estamos nosotros, poca gente, aquí no viene cualquiera”. Esta vez, asegura que ha aprobado la mayoría. “Sólo he suspendido cuatro”, dice otro de los chavales que se encuentran ahí. “No vengo todos los días aquí”, aclara.
Porque el fracaso escolar y el faltar a clase van de la mano. “Es un círculo vicioso, si un alumno no se entera, se desmotiva y no va a clase. Entonces pierde el hilo, y cuando vuelve tampoco se engancha, y puede causar problemas en el aula”, explica Gemma Pareja. Ahora bien, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Pareja no lo tiene muy claro. “Depende de los casos”. Para su homóloga en el Siete Colinas, la respuesta es clara: “El absentismo es una consecuencia del fracaso escolar”. Además, el fracaso no es la única causa.

Sin datos
Lo que todavía nadie sabe con certeza es cómo de nocivo es en Ceuta esta conducta. Emilio Díaz, psicólogo, coordina el convenio Ministerio de Educación - Ciudad Autónoma, que lleva en vigor diez años y actúa en los seis institutos públicos de Ceuta. Los trabajadores sociales y técnicos de integración que trabajan en ello dependen de la Ciudad Autónoma, no del Estado. En el curso 2009-2010 se atendieron 139 casos de prevención, detección y corrección del absentismo escolar, ocasional o reiterado. Son cuarenta casos menos que en el año académico 2008-2009. Es el mejor dato del que dispone la Consejería de Educación, Cultura y Mujer, pero “es un dato ciego”, como reconoce Díaz. “No estamos presentes en los centros concertados, no tenemos referencias de ellos”, explica. “Además, tampoco sabemos si muchos casos son los mismos niños que en el año anterior”, añade. Aun así, explica, “ahora mismo se está trabajando para, en un futuro, conseguir tener un estudio detallado”.
También existe una comisión de absentismo desde 2009, en la que están representantes de los centros educativos, del convenio, de la dirección provincial del Ministerio de Educación y de Delegación del Gobierno. Está previsto que a finales de este mes se vuelva a reunir.
Desde el Instituto Siete Colinas, su trabajadora social recalca la necesidad de que este trabajo avance. “Hay grupos de policías que lo hacen muy bien y tienen muy buen trato. Otros no, y a veces te encuentras cómo el agente entra en el colegio con el niño, y eso le señala respecto a sus compañeros. Sería necesario que supieran como hacerlo”, opina su trabajadora social.
Quienes menos contentos están con el trabajo policial son los menores. Es el caso de este chaval de 16 años que estudia un PCPI, al que la Policía ya le tiene fichado tras varios encuentros. “A veces me saco unos eurillos vendiendo hachís. Por cierto, el mejor está ya en Ceuta, el que hay en Marruecos es malísimo. Pero no trafico, y lo que vendo ni siquiera me llega para pagarme lo que me fumo. Ya llevo tres porritos hoy”, asegura mientras se comienza a liar el cuarto, una ‘L’, más grande de lo normal. “Una vez me hice uno con nueve papeles, celebré el fin de año con uno de siete papeles”, se jacta.  Este, el de ahora, tiene sólo tres. El problema, dicen, es que la Policía se porta mal. “En Navidad estábamos en el Polígono y vinieron. Nos querían multar porque habían visto unas colillas, y tuvieron muy malas formas. Obviamente, no lopodían hacer. Nos registraron y encontraron sólo una china pequeña”, explica.
En casos como este, el faltar a clase es lo de menos.  “Muchas veces, un problema comienza siendo de absentismo, pero enseguida se detecta otra causa, o que es parte de algo más global, incluso que Servicios Sociales ya están trabajando con la familia. En cuanto detecto algo así, no lo trato como un caso de absentismo, sino de lo que sea”, explica la trabajadora social del Siete Colinas, quien llama la atención sobre otras dificultades relacionadas. “Por ejemplo, se podría mejorar mucho en salud mental infantil, en cuanto a diagnóstico. A veces es un niño raro, o un niño con mala conducta, y realmente necesita que sepan qué tiene”, opina.
La ‘L’ de hachís se resiste. “Bah, voy a meter todo en un porro”, lo cambia por un papel y empieza a liarlo. “Existen liadoras, pero prefiero hacerlo a mano”. Y lo hace, con esos dedos marcados con los restos de cannabis entre las uñas. Esta vez sí; le pone el filtro, y lo lía. “¡Espera, espera, para que veas lo guapo!”. Agarra el mechero y enciende el cuarto porro de la mañana (son las once); se lo lleva a la boca,  y le da una calada. ‘La cueva’ se llena de humo. “¡Prueba!”.

 

PROTOCOLO DE ACTUACIÓN, ASÍ ES

1.El tutor detecta las faltas
Antes de que un caso de abentismo escolar llegue hasta un trabajador social del convenio ME-Ciudad Autónoma que trabaja en el centro, es el tutor del niño quien debe localizar el problema. Se pone en contacto con los padres y avisa. Muchas veces, el niño vuelve a clase y no se habla más. Otras no, y es entonces cuando los trabajadores sociales actúan. Éste protocolo se aplica a los seis centros públicos que trabajan en Secundaria en este convenio. (Siete Colinas, Puertas del Campo, Abyla, Luis de Camoens, Almina, Clara Campoamor).
2. El trabajador social contacta con la familia
En el caso de que el tutor no haya atajado el absentismo, el trabajador o trabajadora social se pone en contacto con la familia, bien sea por teléfono o por carta certificada. También se entrevista con el niño, y con los padres.
3. Solución individual para cada alumno
Las soluciones son individualizadas para cada alumno. En casos extremos, hay que recurrir a Servicios Sociales o incluso a Fiscalía de Menores. Sin embargo, lo deseable es que se puedan buscar otras vías. Si el alumno ya está en 3º ó 4º de ESO, se trata de derivarle a otras opciones educativas, por ejemplo. A veces el problema es tan simple como que la familia no tiene recursos y no puede pagar los libros, para lo que hay soluciones como la del Clara Campoamor, un banco de libros.

La labor de la Policía es esencial (Foto:A.Solana)

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