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El eje que actúa de facto como un bloque geopolítico que amenaza el orden global (I)

“Las peculiaridades del régimen chino que adopta autoritarismo político con capitalismo de Estado, se presenta como variante al patrón liberal democrático y de economía de mercado abierto por Occidente”

Por Alfonso José Jiménez Maroto
04/11/2025 - 07:46
Imágenes cedidas

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La cita ceremoniosa entre líderes de tres gobiernos autoritarios como la República Popular China, la Federación de Rusia y la República Popular Democrática de Corea, comúnmente conocida como Corea del Norte, se convierte en la punta de iceberg de una muestra clarividente del reajuste del tablero geopolítico mundial, en un entorno de paulatina división del orden internacional.

Primero, para el mandatario chino Xi Jinping (1953-72 años), persigue apuntalar su relato de que Occidente no posee la facultad de dictaminar los compases del comercio, así como la seguridad ni la tecnología global. Al mismo tiempo, impulsa a su país como un balancín al poder norteamericano y europeo, a la vez que halla en Moscú y Pyongyang aliados prestos a complementar este enfoque, aunque desde alicientes diferentes: la supervivencia en la situación de Kim Jong-un (1984-41 años) y el menester enojado de atajar el retraimiento en el caso de Vladímir Putin (1953-72 años).

Segundo, para Rusia, indiscutiblemente hostigada por los diversos paquetes de sanciones económicas y la erosión militar de Ucrania, la fotografía reciente con ambos dirigentes le depara aire fresco político y la simulación de no encontrarse sola de cara a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Además, el modus operandi narrativo del Kremlin se vivifica al mostrar una aparentada coalición de Estados que podrían denominarse ‘resistentes’, frente a la preeminencia occidental. No obstante, en el fondo de la cuestión Moscú se exhibe como un socio menor, subordinado a la adquisición del abastecimiento norcoreano de municiones y armamento y de China, por sus hidrocarburos.

Y tercero, Kim Jong-un alcanza una notabilidad que paradójicamente se le atribuye. Su administración, prácticamente presentada como un paria, se convierte en moneda de cambio en las rigideces globales. En otras palabras: Corea del Norte, en su espasmo estratégico con Washington, se constituye en aprovisionador de armas a Rusia y en herramienta provechosa para China. Si bien, el precio es el contrafuerte del argumento de amenaza nuclear que prolonga su ostracismo.

Dicho esto, este galimatías arrojadizo deja correr la cortina y contemplar en el horizonte que esta correlación no se circunscribe meramente a una alianza casual. Además, contrasta un desafío en toda regla al engranaje multilateral y al diseño de seguridad que irrumpió tras la Guerra Fría (12-III-1947/26-XII-1991).

Este encuentro a tres (Xi Jinping- Putin- Kim Jong-un), opera como si se tratase de un recado tóxico: existe un componente más que preparado para contradecir los principios, tratar solapadamente recursos económicos y militares y mantenerse uno a otro frente a los castigos e imposiciones diplomáticas. Pero el peligro para Occidente se duplica: primero, que se hinche esta alianza por juzgarla deleznable o puramente práctica; y segundo, que en su tentativa por reducirla, Estados Unidos y Europa endurezcan el romance de cerco que estos regímenes esgrimen para justificar su persistencia en el poder.

Digamos que el acomodamiento geopolítico en marcha no entraña el retorno a un bloque comunista como el habido en el siglo XX, sino la fijación de un puntal totalitario donde la prioridad es oponer resistencia y subsistir, aunque sea a costa de romper los últimos consensos. En cierta manera, ya no surge en sí la interrogante si Occidente puede retraerlos. Si acaso, si verdaderamente precisa de la capacidad y voluntad política para reavivar una aspiración internacional que sea más atrayente que la combinación de gobiernos, cuyo dinamismo reside en su rehúso debido a las reglas de la democracia liberal o lo que permanece de ella.

Con estas connotaciones preliminares, para ordenar las piezas de este puzle es preciso partir de la variable interviniente de la ‘globalización’, que sin duda es la característica más categórica de los trechos reinantes y recular en el tiempo. Los vaivenes en el entramado global son cada vez más agudos y de mayor calado y las rencillas entre los estados están al orden del día.

“Las peculiaridades del régimen chino que adopta autoritarismo político con capitalismo de Estado, se presenta como variante al patrón liberal democrático y de economía de mercado abierto por Occidente”

Metafóricamente parece como si estuviésemos hablando de una especie de recreación de poder, donde los más recios combaten por amplificarlo, a diferencia de los deleznables, que lo hacen por salir a flote. Quien se ejercita en las reglas del juego, las explota a su favor.

En el orden mundial imperante, Estados Unidos ha desplegado una política de servidumbre imperialista, ya que comienza a encarar ciertas neutralizaciones. La guerra comercial entre Estados Unidos y China es una incursión palpable por la disminución de la vigilancia del primero. Añadido que Rusia reconquista una política regional de más inspección que rivaliza explícitamente a Estados Unidos. Lo anterior asociado a otros países del Sudeste de Asia que prosperan en grado. De hecho, el gigante asiático surte como la gran potencia con probabilidades de porfiar el liderazgo occidental y se enfila a capitanear la economía. Con ello, su tenacidad y empeño aumentan, ofreciéndole más validez a los vínculos geopolíticos. Y el estado oriental se activa estratégicamente para reforzar su capacidad de peso sobre otros territorios, copándose donde Estados Unidos ha perdido poder.

En tanto, Estados Unidos se proclamó a finales del milenio como el triunfador. Su supremacía se reparó en el planeta, por las buenas o las malas, o estando a favor o en contra, pero la autoridad imperialista del capitalismo se desempeñó con el neoliberalismo que a fin de cuentas sería su ideología, junto la democracia como imagen política y la cultura, su tendencia inmoderada. La superioridad norteamericana se hizo sentir en todas las aristas posibles.

Como del mismo modo, los nexos comerciales se agigantaron y las inversiones se ensancharon, especialmente direccionada al tercer mundo, donde aportaban las mejores condiciones para acentuar la tasa de ganancia y sostener la competitividad. Su protagonismo tecnológico se sostuvo, particularmente, las tecnologías de la información. La democracia como modelo de organización política se abrazó por una mayor cantidad de países. Al igual que quienes establecieron el neoliberalismo.

Podría generalizarse en estas líneas, que en el proceder de vida occidental ha sido el paradigma de conducta repetido cuantitativamente por más individuos en la aldea global. Los estados que objetaban admitir el imperialismo quedaban comprometidos. Pero a donde quiero llegar precisamente es que conforme se vigorizaba Estados Unidos, saltaba a la palestra China. Su subida vertiginosa le cogió con el paso cambiado y pronto la vislumbraron como una intimidación al orden mundial dominante.

En nuestros días Estados Unidos alarga una guerra comercial con China, que no es sino la expresión por empequeñecer su gradual poder. Aun y cuando se refleja la coyuntura latente de que se encarame hacia otras esferas, aguanta con un talente calculador por la dimensión que pudiera adquirir y la elevada magnitud de devastación que se produciría. Ni mucho menos puede sacarse a colación la concepción de una nueva Guerra Fría, puesto que aunque China se contemple socialista, no está de por medio la circulación de su ideología como un procedimiento de dominación. Su táctica reside en alimentar conexiones con otros estados, discurriendo hacia un multilateralismo que le proporcione mayor legitimidad.

Rusia fue el oponente capitalista en la mitad del siglo XX y durante poco más o menos, cinco décadas, cuando configuraba el bloque socialista por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Hasta el punto, de nutrir un bilateralismo entre el socialismo y el capitalismo en el que habitualmente estas potencias pugnaban por desatar y extender su control, cebando lo que se calificó como la Guerra Fría.

Como es sabido, sin ser un conflicto bélico, siempre estaba candente la advertencia de la amenaza de una conflagración con derivaciones calamitosas por la disposición del arsenal nuclear. Aunque por fortuna no sobrevino en hechos verificados, la rivalidad por ocupar el primer peldaño es real. Amén, que el resto tuvo que convenir por alguna de las ideologías.

Tras la disolución de la URSS, Rusia toma el capitalismo y declina como potencia preferente del bloque socialista, pero atesora parte de su poder. Fundamentalmente, por su potencial belicoso. Hoy, el estado por sí mismo se repara sin la capacidad acorde para equiparar a la hegemonía norteamericana. Pese a ello, si consigue aunarse en un duelo directo con los países aliados, primordialmente con China, su posibilidad de retar al colosal estadounidense se agranda haciendo aplacar su condición imperialista.

Es más, en la guerra que actualmente libra contra Ucrania, Rusia enfrenta sin reservas al bloque occidental. Más en concreto, a la OTAN. Ello sin alternativa, pone en reprobación el engarce de poderes y da la sensación de ser la génesis de una política imperialista unilateral hacia un multilateralismo con inclinación para armonizar las afinidades internacionales.

Ahora bien, China modificó su modalidad económica para su subsiguiente incorporación al mercado global, donde sobresale la ley de la selva. O séase, la fuerza bruta y el interés propio. Posteriormente, no tardaría demasiado en erigirse en un actor central y ello le otorgó amenizar sus articulaciones comerciales y financieras. Al voltear al molde de desarrollo hacia afuera, la marea de exportaciones se convirtieron en el propulsor para su arranque.

Más adelante, su afinidad ha prosperado vertiginosamente desde el inicio y su ascensión se aúpa a paso constante. Durante la horquilla de los años 1981 a 1994, respectivamente, desempeñó el noveno lugar, pero al finalizar la primera década del siglo XXI, atrapó el escalón más alto y ahí prosigue.

Claro, que su encaje al sistema global le dejó adjudicarse capital y tecnología de la que hasta ese instante escaseaba. Para ello procuró condiciones físicas y organizativas atrayentes con las que intercambió transferencia tecnológica. Aun así, ello le origina una observancia al capital externo, pues lo elaborado en China no obligatoriamente es de origen chino. Al igual que el conjunto de recursos, procesos y técnicas que transforman insumos en bienes o servicios finales, tampoco es chino. Lo que significa un artificio que supedita al país receptor a una sujeción económica.

El sumario de Rusia es distinto porque surcó de ser la gran superpotencia del capitalismo, a constituirse como una parte más de la fórmula global, después de ser el actor de la segunda mitad del siglo XX. Conjuntamente, instructor de China en sus primeros destellos como la República Popular de China y supervisora en la incrustación de la ideología comunista y del socialismo como tenor económico.

Desde su afiliación a la globalización en la década de los noventa, el estado se precipitó en una depresión, caso inverso a China. Y como otros tantos países que conmutaron de manera fragosa del socialismo al capitalismo, le comportó soportar un encontronazo negativo en la economía derivado del incremento de la pobreza, el paro y el repartimiento del ingreso caprichoso en el capitalismo.

En verdad, Rusia flaqueó ante el neoliberalismo, permutando de una economía de planeación concentrada a una economía de mercado, al igual que liberalizó sus grandes compañías, a excepción de las parcelas energética y como no, la militar, privatizó los importes aumentando su deuda externa con las entidades financieras, advirtiendo sus encomiendas. Sin embargo, al no concurrir una burguesía, quien invadió su recinto, al igual que China, sería la posición estatal, estableciéndose oligarquías pujantes con fuerte proximidad en la política.

Luego, el contexto tras su hechura a la globalización es perjudicial, entendiéndose su posicionamiento anterior al hilo del paisaje integral.

“Este galimatías arrojadizo deja correr la cortina y contemplar en el horizonte que esta correlación no se circunscribe meramente a una alianza casual”

En este aspecto, en el nuevo orden mundial China se ubica en el foco de la disputa sobre sí será el figurante superior en su próxima alineación. La referencia entre pérdida de poder de Estados Unidos y el ascenso de China, lo coloca en un contrapeso en que su oscilación tiende a transferir el espacio conforme desciende de su sitio. La nación estadounidense sigue musculosa en el poder duro, militarmente no tiene contrabalanza real, pero China se afana en ello. Y en el panorama económico China aún no alcanza la perspectiva yanqui, pero se encuentra muy orientado. E incluso de mantener esa predisposición en un breve período lo ocasionará, porque está prescindiendo de su dependencia y su intervención es mayor dentro del sistema global, pero no como un actor de reparto, sino como el auténtico protagonista.

La guerra comercial, allende de perturbar a China, le interesa para descartar aún más su sometimiento, al generar alternativas que lo hagan más autosuficiente, como plasmar su sistema operativo y emplearlo en dispositivos electrónicos. Sobre el poder suave, el entorno es análogo, China mejora en proyección y credibilidad a medida que Estados Unidos la extravía. Evidentemente, se abre paso en ambos extremos de poder duro y suave, lo que le afianza en el núcleo del nuevo orden mundial.

En comparación, Rusia no ha adquirido el mismo poder económico que China e incluso su poder blando se ha visto reducido en la guerra contra Ucrania, porque para diversos observadores han contemplado a Putin como un hombre obstinado que menosprecia la vida, con tal de conquistar su dominio. Aun así, Rusia es una nación poderosa, la más amplia en prolongación geográfica, con multitud de recursos naturales y una base industrial vasta con la peculiaridad de oponer resistencia ante las contrariedades. Así, en el nuevo orden mundial el imperialismo desbanca parte del poder, al igual que otros países lo asaltan. No es un volumen proporcionado, puesto que el poder que frustra Estados Unidos no lo cosecha un solo estado, sino que se dosifica entre distintos territorios que zarandean la concreción del capitalismo de Occidente a Oriente.

Entre ellos, la República de la India, China, la República de Corea, comúnmente Corea del Sur, la República de Singapur y cómo no, Rusia. Aun y cuando el desarrollo exhibido por India ha sido inmenso, no se ha declarado en contra de las consignas occidentales, pues continúa disciplinado al ser aliado de Occidente. Al igual que otros estados indicados.

China y Rusia son los que podrían en su asociación diferenciada, competir la supremacía americana. En su integridad están virando los contactos de poder a uno más compensado que se alterna entre diversos países y que no aprueba su concentración. El nuevo orden mundial, tan redundante en este texto, es multilateral y en el que los apremios de uno u otros estados se topan ante inconvenientes complejos. No ha de soslayarse de este escenario, que además del sostén militar, Rusia continúa recogiendo ayuda económica por medio de la comercialización de gas y petróleo. A la par, India y China se han convertido en los consumidores fundamentales de crudo ruso, lo que concede al Kremlin tener su economía dinámica, a pesar de las restricciones a la importación y exportación venidas de Occidente. Este flujo de ganancias ha sido valioso para costear la fabricación de municiones, drones y misiles, así como para sustentar la maquinaria logística y propagandística de la guerra. Según los entendidos en la materia, “la economía de guerra rusa se ha adaptado a las sanciones, diversificando sus canales de suministro y fortaleciendo sus vínculos con países que no comparten la agenda occidental”.

La ofensiva aérea y el patrocino financiero de China e India, conforman un marco que numerosos estudiosos equiparan a una nueva Guerra Fría. El eje Moscú-Pyongyang-Beijing, caracteriza un ingrediente superpuesto al orden liberal occidental, con cabida económica, tecnológica y militar para hacer frente a Estados Unidos y sus aliados.

Europa afronta la disyuntiva de elevar su actuación en el conflicto sin causar una escalada directa con Rusia, mientras la OTAN amplifica los ejercicios conjuntos y las maniobras de disuasión.

Hoy por hoy, la guerra en Ucrania deja de ser un laberinto regional para constituirse en el meollo de una batalla entre bloques geopolíticos. Sólo hay que fijarse en la ofensiva rusa, más la defensa incontestable de Corea del Norte y el refuerzo económico y tecnológico de China, todos alinean una atmósfera donde las alianzas enraizadas se notan retadas y la seguridad europea se rediseña.

En consecuencia, quedando en paréntesis la primera parte de esta disertación, la humanidad avista esta alianza sustentada en intereses correspondidos, pero invadida de múltiples susceptibilidades. Y este robustecimiento que alienta un frente común contra el orden liberal occidental, ha producido inquietud. Curiosamente, la fluctuación en Corea del Sur tras el conato malogrado de ley marcial en las postrimerías de 2024, ha sido merodeado por cada uno de estos actores, quienes podrían hacer saltar en pedazos esta debilidad, para minar el influjo norteamericano en la zona.

También hay que prestar atención con ojo de halcón a la soltura en la balanza de la India, quien rastrea una estabilización entre cuidar las relaciones con Rusia y China y salvar los cabos con Estados Unidos, pese a los malestares comerciales. Esta nación soberana situada en Asia del Sur, no confía en alianzas formales y apuesta por una diplomacia manejable para tratar su punto de vista en un mundo polarizado.

“Este galimatías arrojadizo deja correr la cortina y contemplar en el horizonte que esta correlación no se circunscribe meramente a una alianza casual”

En contraste con China, confronta repechos internos como discriminaciones de género y económicas. Pero de manera suspicaz amasa la diplomacia incompetente de Donald Trump (1946-79 años) para aglutinar apoyo suficiente. Con todo, como refería anteriormente, esta alianza surgida de intereses compartidos, pero atestada de evasivas, está llamada a acomodar el devenir del sistema global. China se revela como el paladín del Este al recapitular el colofón de la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945). La simbología, en consonancia a las paradas del período soviético, rotula a China despojándose de la silueta pragmática y de estado emergente, encaminado en avances internos y a estar a la expectativa del momento exacto para aceptar el golpe.

No se trata ni mucho menos de una mutación táctica, sino de un giro estratégico sembrado por el régimen chino. Xi Jinping, ha resaltado literalmente que la vanguardia de China “es imparable”, incitando la tarea aventajada que ha ejecutado Estados Unidos desde 1945.

En esta realidad irresoluta, la pugna entre ambos titanes deja de ser un presentimiento para retractarse en eje central de la política internacional, que no solo determinará el listón de poder en el continente asiático, sino igualmente en la orientación del orden global de los tiempos venideros.

La incógnita no subyace si la rivalidad entre ambos se recrudecerá, sino cómo lo forjarán y qué resultados traerá aparejado para la seguridad mundial. En principio, este intervalo parece atomizar el pasado chino de mínima expansión militar, al aumentar el arsenal nuclear, desarrollar capacidades navales en el Indo-Pacífico, mejorar los medios tecnológicos estratégicos en el control de las telecomunicaciones y la infraestructura digital. De la misma manera, la fuerte inversión militar le avala un lugar excepcional para salvaguardar sus intereses económicos y lanzarse como opción a un presumible orden mundial post occidental.

En este encuadre, China dejaría de ser vaso comunicante del orden internacional para aspirar a ser constructora de un sistema con reglas diferentes como la no intrusión en cuestiones internas y proyectando, entre otros asuntos, apuntes distintos en inversiones, finanzas, derechos digitales y comercio.

Finalmente, los puntos culminados a temas precisos como la seguridad, tecnológicos y económicos, se extreman en divergencias ideológicas entre Washington y Beijing. Me explico: las peculiaridades del régimen chino que adopta autoritarismo político con capitalismo de Estado, se presenta como variante al patrón liberal democrático y de economía de mercado abierto por Occidente.

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