Categorías: Opinión

Dos entornos, dos problemas

Terrible tragedia la del Tarajal. La presión tras la valla aumenta, de ahí que los intentos masivos de entradas no deban sorprendernos. Intentos que no cesarán pese a esas catorce últimas víctimas. África con su miseria, guerras y persecuciones empuja a los jóvenes a la aventura, alentados y engañados por las mafias. Triste, muy triste, sí. ¿Y qué hacer ante tan grave problema de consecuencias futuras imprevisibles? De momento nadie mueve ficha por más que sigan quedando muertos en el camino. Europa mira hacia otro lado. No está, no contesta. Pasa del drama. Los países del norte permanecen ajenos a cuanto sucede en el sur y en sus mismísimas fronteras europeas en el continente africano. Siguen sin iniciativas, cara a tratar de abordar el problema en los países de origen como el acercarse a Ceuta y Melilla para conocer, in situ, cuanto está sucediendo. Y menos aún, en un gesto de solidaridad, brindarse a acoger parte de esa masa migratoria. Nada.
Entre tanto no soporto la demagogia con la que cierta clase política contempla el fenómeno, cuando no la quimera con la que nos lo presentan determinadas oenegés o la misma Iglesia. El propio asunto de las cuchillas de la valla, que no son más que una variante del alambre de espino de toda la vida, tan normales en la protección de tantos sitios públicos y privados. A suprimirlas, claman. Cuando no, en pleno delirio demagógico, nos salen quienes exigen el derribo de las vallas. ¿Hacia dónde vamos? La simple relajación en la vigilancia de nuestras fronteras, especialmente desde que cesó el aluvión de cayucos sobre Canarias, sería caótico para Ceuta y Melilla. Un problema que quedaría para una España con sus casi cinco millones de parados y una crisis cuyo final se adivina tan lejano como incierto. Imposible acoger a quienes masivamente tratan de forzar nuestras fronteras. Menos aún si lo hacen violentamente, atentando contra nuestras fuerzas de seguridad como acaba de suceder. Que nos duela en el alma lo ocurrido el jueves en el lado marroquí, que no en el español como algunos pretenden hacer creer, no es óbice para  ver las cosas con realismo.
Lo triste del caso es que, por la realidad de los hechos o por ficción, estemos siempre en el punto negro de la atención de propios y extraños. Si hemos sido primerísima actualidad por lo anterior, no lo es menos también con el estreno de la serie El Príncipe, un impacto mediático más con el que seguir encumbrando nuestra particular leyenda negra.
No me ha sorprendido la producción de Mediaset. Aunque sea ficción, para muchos españoles esa cara de Ceuta es la que va a quedar, de alguna manera, en su percepción de la ciudad. Máxime cuando les lleguen noticias de tiroteos, asesinatos, mafias, apedreamientos o encerronas a las fuerzas de orden público en el barrio. O el propio problema del yihadismo puesto esta semana en carne viva con ese estudio de Carlos Rontomé, según el cual del Príncipe salieron hacia Siria más combatientes que de toda Bélgica.
Pero volvamos a la serie. Independientemente de sus connotaciones negativas para la ciudad, creo que su calidad no se va a corresponder con la clamorosa promoción de su presentación. Y por supuesto con esas afirmaciones de Coronado situándonos “en el culo del mundo”, o tildando al barrio como “el más peligroso de España”. Que es peligroso, cierto. Aunque no hasta esos extremos. Y si tan peligroso es, cómo se concibe que en ese primer capítulo se produzca una intervención con una sola y reducida patrulla, de paisano además. O la propia presencia de esa comisaría que, desgraciadamente, perdió el barrio, ¿cómo no haber recogido en la serie tal circunstancia para dar realismo a la aludida peligrosidad del lugar?
Del mismo modo cabría preguntarse cómo no se grabó una gran parte de la serie en la propia barriada, dado que su temática se encierra exclusivamente en ese núcleo, recurriendo, por el contrario, a escenarios ficticios que chocan con su realidad paisajística, por más que con las últimas técnicas de la croma hayan querido situarnos allí. ¿Acaso tuvieron miedo de que los actores rodaran en el Príncipe?, nos preguntamos muchos. Como la propia ausencia de los típicos cafetines, colocando en su lugar una moderna cafetería cuyas vistas dan al centro de la ciudad, alguna de cuyas vías se han mezclado también como integradas en el barrio.
Con una temática demasiado cerrada tras este primer capítulo, dudo del éxito de la producción. Me quedo, eso sí, con sus magníficas panorámicas y paisajes de ciudad que, aunque fugaces, pueden dar otra visión de la misma. Planos que los responsables de la serie alabaron, aunque con la coletilla de que “el problema viene cuando llega la noche”. Me reafirmo de cuanto decía la pasada semana. Flaco favor nos va a hacer a Ceuta El Príncipe. ¡Y pensar que todavía  nos quedan doce capítulos por delante…!

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