Una parte de la ciudadanía mira la frontera con pavor cada fin de semana, buscando con ansiedad en las redes como está para salir o entrar a Marruecos y así ahorrarse quizá una horita de las cuatro de media que se tarda en recorrer apenas 2 km. Toda esa gente no es extranjera ni inmigrante. Son ciudadanos ceutíes y son miles que se preguntan hasta cuándo va a continuar esta pesadilla.
Muchos piensan y dicen abiertamente que con no ir ya está resuelto el problema, ignorando que existen lazos familiares, seres queridos, amigos en la otra parte. Ignorando también que a algunos simplemente nos gusta salir y disfrutar del entorno, de la amabilidad de sus gentes, de su buen trato, de su gastronomía, de su cultura, de sus maravillosas ciudades ahora restauradas y con estupendas zonas verdes. Que nos gusta disfrutar de la diversidad, al fin y al cabo. Y es que lo que hay al otro lado no es ese mundo atrasado del que todo el mundo quiere escapar, fuente de problemas y delincuencia, que pretenden hacernos creer. Ese discurso racista y malintencionado no puede tener cabida en una ciudad que presume de ser multicultural y abierta.
Volviendo a Ceuta, también existe una parte de la ciudadanía a la que esta zozobra parece que no le afecta. Y lo que es peor: una mayoría de los diputados de la Asamblea, con el presidente a la cabeza, que quiere (e influye para ello) que la frontera permanezca de esta manera. Es decir, que continúe siendo un muro impermeable donde lo que prime sea el control de los ciudadanos, pero a la antigua, sin contemplaciones, ajustándose de manera inflexible a la norma para intimidar y humillar, obligando, por ejemplo, a tirar alimentos a la basura. Pretendiendo que, a fuerza de implementar estos métodos, se quiten las ganas de salir.
Con respecto al país vecino, es indudable que técnicamente es su Gobierno quien provoca las colas interminables. La razón es obvia: obligan a sellar digitalmente a todos los ceutíes como al resto de los extranjeros. Esto era algo que, antes del cierre de la frontera por la pandemia, no ocurría. Los vecinos y vecinas ceutíes no sellaban. La pregunta es evidente.
¿Por qué este cambio? ¿Por qué antes eran "vecinos" y ahora no? ¿Por qué ahora son "extranjeros" con todas sus consecuencias?
La respuesta a este cambio del tratamiento también es obvia. España, unilateralmente, dejó de aplicar ese "Tratado de buena vecindad" que, de facto, representa la excepción Schengen (no exigir visado a los vecinos de Tetuán para entrar a la ciudad).Acción-Reacción. También es obvio que, al no dejar entrar a los teuaníes, el tan trabajado eslogan de "Ceuta, ciudad de compras" también dejó de existir, arruinando el comercio, eje histórico de las finanzas de la ciudad.
Entonces, ¿qué ventajas tiene incumplir unilateralmente este Tratado? Porque si asumimos las razones esgrimidas por el Presidente y demás diputados, bastaría con poner en marcha, por fin, la famosa frontera inteligente, que desde los primeros tiempos de la señora Mateos al frente de Delegación se nos ha prometido una y otra vez como "proyecto estrella".
Conclusión: Ceuta debería ser, por su realidad de ciudad europea en África, un símbolo de puente y diálogo entre culturas. Y esto comienza por la relación con los ciudadanos y ciudadanas del país vecino. Con una cooperación que impulse un nuevo sistema de colaboración mutua entre iguales, para que entre ambos puedan desarrollarse proyectos comunes, tanto en el terreno económico, como en el cultural o educativo, entre otros. Esto no es algo imposible. Eso sí: resulta imprescindible abandonar esta mentalidad decimonónica, llena de prejuicios, que no se corresponde con la realidad y que nos ha llevado a la situación actual.
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