Los actos conmemorativos por el cuadragésimo aniversario de democracia en España celebrados en un Congreso, cuajado de comunistas totalitarios, secesionistas y filoetarras, han sido reveladores. El boicot de la izquierda a los recientemente denominados héroes de la democracia, y la notable ausencia del rey emérito, Juan Carlos I, son clamor de lo que algunos pretenden ocultar, para construirnos un pasado más acorde con sus intereses, el pensamiento único y gris, los intereses de la “gran mentira”, la corrección política.
Celebrar la democracia haciendo ecos del franquismo es una trampa, un burdo intento de manipulación, luz de gas para pusilánimes intelectuales, que sólo beneficia a aquellos que sacan réditos de los cadáveres, a los necrófilos, a los carroñeros. La transición fue precisamente mirar al futuro, perdonando el pasado. En política hay quien vive de programar soluciones de futuro, y quien lo hace de nutrirse de los detritos de los primeros, ambos están perfectamente definidos, incluso pueden cohabitar en un mismo partido político.
La política vedette ni puede, ni sabe, ni quiere hacer otra cosa más que esperpentos. A nadie le extraña que estos prefieran considerar como artífices de la democracia al “Carnicero de Mondragón” u Otegui. Es toda una incongruencia, pero muy representativa, celebrar la democracia con camisetas plagadas de símbolos anticonstitucionales y comunistas, con figuras de inductores al delito, responsables de asesinatos, fusilamientos masivos, juicios sumarísimo y actuales condenados por violencia; desde el Che, Carrillo o Bódalo pasando por la Pasionaria, autora de la frase que le dejará helado: “prefiero que mueran 100 inocentes a que escape un solo fascista”, de traca ¿ se imaginan que a algún desquiciado se le hubiese ocurrido llevar una camiseta con el rostro de Franco ? La transición en España habrá culminado cuando los comunistas sean una formación política marginal.
El rey emérito puede tener luces y sombras, y nadie puede negarle que una de sus luces fue ayudar a los artífices de la transición a llevarla a cabo. Por mucho que la presencia de este viniese mal a la actual imagen de corrección anodina que Felipe VI prefiere llevar, no hubiese estado mal su presencia. Esta jefatura debería preocuparse más por el asentamiento histórico de la monarquía ante la creciente difusión del sentimiento Robespierre que la bancada siniestra propugna, no vaya a ser que a este paso, en el mejor de los casos, corra la misma suerte que su bisabuelo.
El que haya trascendido a la luz pública el enfado del rey emérito por esta vicisitud, hace flaco favor a la monarquía y por tanto a la España de hoy. Resulta difícil de creer que no supiesen guardar la intimidad del malestar quienes durante décadas custodiaban otros secretos altamente inflamables.
La voluntad implícita de manifestar la inconformidad de su ausencia, sitúa a Juan Carlos I de vuelta a los safaris de elefantes.