Opinión

Diego de Gardoqui, primer embajador español en EEUU

La Europa en la que se desarrolla este pasaje retrata al siglo XVIII y es el Viejo Continente de la Ilustración. Concepto, que irrumpe en Francia, en concreto, en los ambientes elitistas y especialmente activo en Inglaterra y Alemania, confirmando que la razón es la única vía de conocer al hombre y el universo. Con lo cual, se alcanzan importantes avances de carácter científico, técnico, cultural y económico.

Por entonces, prevalecía la monarquía absoluta: el rey establecía su autoridad en el derecho divino. Igualmente, concurrían otras fórmulas de Gobierno, como el despotismo ilustrado que reunía los poderes en el monarca absoluto, pero influenciado por la Ilustración (1715-1789).

En España, es un período de cambio real: de la Casa de Austria a la Casa de Borbón. Los monarcas de la Casa de Habsburgo, los Austrias, condujeron el país durante los siglos XVI y XVII; en el último, Carlos II (1661-1700) falleció sin descendientes y cedió los derechos y posesiones al duque de Anjou, nieto de la hermana mayor de Carlos II, María Teresa de Austria (1638-1683) y sobrino nieto del soberano.

Ya en los prolegómenos de este tiempo, la nueva dinastía borbónica emprendió diversas innovaciones políticas, militares y eclesiásticas con el propósito de robustecer el Imperio español. En el horizonte se vislumbraba la prosperidad económica del Estado y sus colonias. Con Felipe V (1683-1746), se obtuvo resultados imprevisibles y ubicaron a España en lo más alto del tablero internacional y como el protagonista preferente de la Independencia de las Trece Colonias inglesas de Norteamérica.

Del mismo modo, representó la revitalización de la Armada, con la certeza que la potencia naval era ineludible para conservar la hegemonía de la que España en aquellos momentos gozaba y preservar las colonias de ultramar.

De hecho, con la Real Célula de febrero de 1714, se constituye un conjunto de fuerzas marítimas consignadas a la explotación exclusiva del Estado, de las que por vez primera, se le distingue como Real Armada. Es así, como en el reinado de Carlos III (1716-1788), alcanza la cumbre de su señorío naval.

En 1779, España sumida en la magnificencia de su dominio marítimo, declaró la guerra a Inglaterra, y ensamblada a las flotas franceses otorgaba ventaja sobre la escuadra contendiente. La apertura de la causa revolucionaria de América del Norte hacia la segunda mitad del siglo XVIII, la encabezaron los habitantes de las Trece Colonias, como desaprobación por las disposiciones políticas y económicas que aplicó el rey de Inglaterra, Jorge III (1738-1820).

El peso de los ideales de la Ilustración, a los que acudieron los colonos e ilustrados como Thomas Jefferson (1743-1826), o Benjamín Franklin (1706-1790) y John Adams (1735-1826), sería notable para contraponer las nuevas medidas y argumentar la lucha contra la Corona inglesa. Al principio, España titubeó en declarar abiertamente su ayuda a las Trece Colonias, al dudar que sus territorios americanos adquiriesen el idéntico derrotero. Francia, también fluctuaba por motivos económicos, porque su posición era frágil como consecuencia de la Guerra de los Siete Años (1756-1763).

La estrategia aparejada conllevaría impulsar asistencia de manera encubierta. Por lo tanto, se dispuso de una corporación simulada o falsa comercial: Roderique Hortalez et Cie,. con donación de un millón de libras tornesas por cada potencia. Obviamente, para ello era preciso contar con súbditos capacitados y leales a la Corona. Con este proceder, Carlos III, dispuso de hombres acreditados con experiencia militar, comercial y financiera dispuestos a cristalizar las operaciones más oportunas para salir airosos.

Por numerosas sugerencias, se tenía conocimiento de la sagacidad y honestidad de los Gardoqui e Hijos y se recurrió a su compañía para el traslado confidencial de armas, pertrechos y suministros a los rebeldes en sus pequeños bergantines, siempre adecuados y comedidos por su reducido tonelaje, que desplegaban un itinerario específico saliendo de Bilbao, camino La Habana con destino a Salem y Boston.

Los primeros trayectos fueron coordinados por Diego de Gardoqui, protagonista cardinal de este relato y Arthur Lee, en calidad de representante de las colonias. Gardoqui amoldaba y concertaba las reuniones realizadas a las afueras de Madrid entre Lee y José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca (1728-1808).

Posiblemente, una de las personalidades desdeñadas de nuestro pasado, que con su aportación fundamental, hizo posible que prevalecieran las Trece Colonias. Su retrato es tan rico en vínculos afectivos, efemérides y sucesos, que es necesario dedicarle varias obras para narrar la preeminencia que logró en su valiosa trayectoria.

Si de por sí, su trato con los norteamericanos era habilidoso e inteligente antes de la propia Independencia, para hacernos una imagen de su prestigiosa situación, únicamente bastaría referir la estrecha amistad que conservó con Elbridge Thomas Gerry (1744-1814), político y delegado por Massachusetts en el Congreso Continental y posteriormente, vicepresidente de los Estados Unidos de América y firmante de la Declaración de Independencia.

Luego, lo que aquí se detalla es la viva semblanza de un intelectual, comerciante y diplomático español, cuya profundidad histórica adquirió cotas destacadas a la que le acompañaron un dilatado y provechoso recorrido.

Con anterioridad al 4 de julio de 1776, fecha en la rúbrica de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, Francia y España habían decidido el aval y la protección financiera imprescindible para los revolucionarios estadounidenses. No debiendo soslayarse de este escenario, la dificultosa congruencia y sigilo en los lazos internacionales con Inglaterra; una horquilla que media entre 1776 y 1779, en los que se resuelve la ayuda estratégica, política y financiera de España a los patriotas estadounidenses.

Sin embargo, en estos lapsos fundacionales de la Nación, Gardoqui reconoció el entorno y como buen consejero atendió, analizó y cooperó en una órbita de roces sociales, confluencias y entrevistas a lo largo de su estancia en Nueva York y Filadelfia, en los que los Estados Unidos se jugaba el ser o no ser, de un proceso de formación de Estado Nación, que en 1787 corroboró su Constitución fraguando un Gobierno Federal.

El talante español era el de apuntalar una firma que apartara el espectro de la tergiversación en sus acuerdos con los Estados Unidos, abordando sin complejos, la desaprobación en lo que atañe a los derechos de la codiciada navegación del río Misisipi y la libertad de comercio con los puertos de América.

Es desde este instante, donde se pormenoriza el ejercicio e intervención de Gardoqui, como estampa superlativa de la diplomacia en las eventualidades de guerra norteamericana, como a la postre se brindaría en trechos de paz y armonía, entre España y los emergentes Estados Unidos de Norteamérica.

Por ende, resulta de especial interés focalizar la aplicación de su imagen, un hombre de temple sobresaliente y en una línea vital y andadura profesional que desenmascara una perspectiva poliédrica que, sin duda, lo enaltecen.

“El temperamento negociador en su intensa gestión se hace visible, contemplando su labor en las primeras asistencias a los americanos como delegado de la Corona y hombre de fidelidad, y como no, en los futuros engarces como embajador de Carlos III en el Congreso estadounidense con los principales protagonistas de la Independencia, como George Washington”

El temperamento negociador en su intensa gestión se hace visible, contemplando su labor en las primeras asistencias a los americanos como delegado de la Corona y hombre de fidelidad, y como no, en los futuros engarces como embajador de Carlos III en el Congreso estadounidense con los principales protagonistas de la Independencia, como George Washington (1732-1799), primer Presidente de los Estados Unidos, con quién mantendría una incomparable empatía.

Dada su imponente agenda vital y profesional, entre algunos de las peculiaridades biográficas de interés, se constata que Gardoqui nació en el seno de uno de los linajes más destacados y de condición acomodada, considerado un pilar incuestionable del comercio de Bilbao.

Diego María de Gardoqui era natural de este municipio en el Norte de España e hijo de José Ignacio de Gardoqui Mezeta y Simona de Arriquiba, personificando una saga comercial y de armadores en la actividad de comercialización de pescado estadounidense y canadiense, principalmente consagrada a la importación de bacalao, grasas, granos y harinas, hierros y lanas, que en 1798 sobrepasó los 10.000.000 de reales en capital, entre otros bienes patrimoniales.

Con cordialidad correspondida y ética secular modernizadora, se inspiraba en inquietudes de laboriosidad sociocultural con aspiración refinada, absolutamente sincrónica con el reinado de Carlos III. Poniendo en antecedente la proyección que el espíritu del siglo había esparcido en las mentes cultas y reformistas, hasta trenzar otras directrices económicas como garantía del bienestar público y político.

Su Majestad, sabedor de la honradez y moderación de los Gardoqui, esgrimió su modesta compañía mercantil a la que le confirió abundantes rentas. En un primer desembolso el Tesoro Real aportó reservadamente a Gardoqui 70.000 pesos, complementados con otros 50.000 para sufragar la adquisición de armas y enseres a favor de los rebeldes americanos.

En los derroteros atlánticos anteriormente mencionados, tomó parte activa Gardoqui, buen conocedor del idioma inglés y ducho en las cuestiones norteamericanas por sus frecuentes viajes y visitas a Filadelfia, donde le trasegó sus quehaceres mercantiles como gestor de la compañía familiar.

Manejando con eficiencia los fondos reales y de otros colaboradores, incluyendo los de su familia, no tardaría en remitir cerca de un millón de reales por el germen americano inoculado de la Independencia.

Afín a la relación del comisionado en España, las contribuciones ni mucho menos pasaron inadvertidas, por el valor que conjeturaron para lo que realmente estaban asignadas. Éstas abarcaron desde los 30.000 mosquetes con sus bayonetas, hasta las 512.314 cajas de munición; 251 cañones de bronce; 300.000 libras de pólvora, 12.868 granadas; 30.000 atuendos y 4.000 tiendas de campaña. Conjuntamente, se transportó quinina y racionamientos de larga preservación.

En el año 1776, Gardoqui ocupó el cargo de Prior del Consulado de Bilbao, puesto de máximo honor y renombre en la Villa. La popularidad mercantil que paulatinamente se acrecentó, desencadenó que se confiase en él para predisponerlo de soporte en las intensas conversaciones, que inicialmente eran con la máxima discreción, porque los ministros de la Corona sugirieron su recato para sortear posibles pugnas directas con Inglaterra.

Con el título de Cónsul y Agente General de España, en 1783, Floridablanca encargó a Gardoqui su desplazamiento a Londres, con la misiva de actuar como mediador ante el Gobierno de la Corona Británica, tras la firma de un protocolo de paz, suscrito a la par por Francia.

Es de reconocer, que la misión no era sencilla de materializar, en la línea dura de la ayuda y el reconocimiento, John Jay (1745-1829) acudió como embajador y jurista estadounidense de los rebeldes norteamericanos.

De manera suplementaria a lo preliminar, en 1777, España surte herméticamente a Franklin 215 cañones de bronce; 30.000 mosquetones y más de 50.000 balas; 13.000 granadas; 30.000 bayonetas; 300.000 libras de pólvora; 4.000 tiendas y uniformes, por una cuantía de 118.363 pesos. Gracias a estos abastos hispanos, el General Horatio Gates (1727-1806) vence en la Batalla de Saratoga (19-IX-1777/17-X-1777), lo que origina en 1778 la interposición de Francia y en 1779, España.

Sin inmscuir, que Gardoqui pone a disposición de Boston 12.000 fusiles; además, de facilitar al Capitán Willing, comisionado del Congreso en Nueva Orleans, la suma de 70.000 pesos en efectivo y armas, pólvora y municiones. Comparativamente, en abril distribuye 81.000 pesos en mercancías; en mayo, otros 50.000 pesos en provisiones y en junio, el refuerzo se agranda con la expedición de letras por valor de 187.500 libras tornesas, o lo que es lo mismo, 4.687 pesos.

En estas actuaciones, como en otras tantas bien ocultas y reservadas para asistir a los norteamericanos, se hace ver que son dotaciones para reponer las depositadas en los reales polvorines; como cañones, mosquetes y atavíos para el Batallón de Luisiana y medicinas específicas, para el Hospital en Nueva Orleans.

Los inconvenientes añadidos de proseguir en el secretismo las remesas con documentos oficiales, se propone al Gobierno de Madrid que se efectúen de contrabando y Carlos III lo ordena por la Real Orden de 13 de octubre de 1777. A pesar de las cautelas, los confidentes británicos no dejan de comunicar al Gobernador de Panzacola y al Gobierno de Londres, el auxilio español al Congreso.

El 2 de octubre de 1784, tras la firma del Tratado de Versalles (3-IX-1783) por el que el Reino de Gran Bretaña reconocía la Independencia de los EEUU de Norteamérica, consumándose la guerra, Gardoqui es propuesto por la Corona Ministro Plenipotenciario ejecutor de los negocios en América, hasta donde se desplazó con dos ayudantes conocidos: José de Jáudenes (1764-1819) y José Ignacio de Viar (1745-1818).

Tras desembarcar en Filadelfia, siguió la antigua travesía comercial que le llevó a Nueva York, donde se realizaba el Congreso de la nueva Nación. En 1785, con dinero de su bolsillo y de la Corona española y algunos donativos de la colonia irlandesa en Nueva York, se inclinó por la edificación del primer templo católico en esta misma localidad, lo que se convertiría en la Basílica primada de San Pedro.

Dos años más tarde, respectivamente, entre el 25 de mayo y el 17 de septiembre de 1787, se produjo la denominada Convención de Filadelfia, de la que resultaron las alianzas para la cita de elecciones presidenciales de la Nación, haciéndose realidad la Declaración de Independencia de las Trece Colonias.

La petición por la Administración de los Estados Unidos de su libre navegación por el río Misisipi que España se animaba a conceder, era contradictoria a Gardoqui, que apremió su cese inmediato a Floridablanca. Pero, el ministro fundamentándose en el aliciente de Carlos III, le insistió que lo demorase hasta la toma de posesión de George Washington, para que él mismo representase a S.M. en dicho acontecimiento.

Y es que la tesis de la soberanía española en lo que concierne al tráfico naval en el río, era de un fondo demasiado sensible para el sentir ilustrado de la España del siglo XVIII, interpretándose que tanto el río como sus áreas adyacentes, incumbían a la Corona por las evidencias de su descubrimiento y conquista.

Evidentemente, Gardoqui puso todo el tesón para que en el Congreso se desatendiera la concepción de la libre singladura en la arteria fluvial y, lograr así, un ajuste en la alianza y comercio.

El 30 de abril de 1789, fecha memorable con el acto solemnizado en Nueva York, capital de la Nueva Nación, en un gesto de agradecimiento por la amplia colaboración ofrecida por España y Francia a la Independencia, Gardoqui y el marqués de La Fayette (1757-1834) se sentaron acompañando de izquierda y derecha a George Washington, en el protocolo de su primera toma de posesión.

Incuestionablemente, la Corona permanecía requiriendo los servicios extraordinarios de Gardoqui, que un año más tarde, en 1790, acogía otro nombramiento, pero, en esta ocasión, por Carlos IV (1748-1819) quién sucedió a Carlos III, para la responsabilidad de Director General de Comercio y Consulados de Comercio de España e Indias.

Sin apenas pausa, en el intervalo de doce meses, se le habilita como Secretario de Despacho de Hacienda, en relevo interino del Conde Pedro López de Lerena y de Cuenca (1734-1792), enfermo de gravedad. Subsiguientemente, por el precedente antes expuesto, es confirmado como titular del cometido en el que continúa cuatro años más.

El 25 de noviembre de 1796, hubo de renunciar al ser elegido por Carlos IV como Embajador ante la Corte de Cerdeña, con sede en Turín. Finalmente, allí murió a la edad de sesenta y tres años; curiosamente, el mismo día de su nacimiento, el 12 de noviembre de 1798.

En consecuencia, de sobra es señalado que quiénes dieron lo mejor de sí por la Independencia americana, dependieron del aporte militar, económico y logístico de España. Tal, como se ha analizado en este texto, Gardoqui, se centró magistralmente en desplegar toda una red de entregas para los fieles de George Washington.

Las cifras pormenorizadas, hablan por sí mismas en la trascendencia del socorro recibido. Y no es menos, al erigirse en intérprete de élite con suma capacidad negociadora y referente diplomático de la vida política y primer embajador español ante los Estados Unidos de América.

Este fue, nada más y nada menos, que Diego María de Gardoqui y Arriquibar: el portento subjetivo en aras del intelecto mutuo de españoles y estadounidenses.

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