El 19 de abril es el día internacional de bicicleta. No está reconocido por la ONU, pero sí por muchos organismos y gobiernos. El destino nos ha llevado a que, casualmente, haya sido el mismo día en el que entregaban un vehículo de reparto en la panadería ecológica que tiene mi familia. Habían mirado muchas marcas y modelos. También precios y modalidades de financiación. Su intención era haberlo adquirido, o arrendado, en la modalidad eléctrica. Creían que de esta forma ponían su pequeño grano de arena para contribuir a la sostenibilidad de un planeta cada vez más deteriorado, a consecuencia de la actividad humana. Pero, lamentablemente, no ha sido posible. Unos precios prohibitivos (más del doble de uno tradicional). Un escaso desarrollo tecnológico de la autonomía de las baterías (no más de 100 kilómetros reales en los modelos más accesibles y populares). Y lo peor. Ninguna ayuda pública para favorecer la transición hacia un transporte más sostenible, al menos a las pequeñas empresas.
Si tenemos en cuenta que el transporte es el causante de un 30% del total de emisiones de CO2 a la atmósfera, la única alternativa real de movilidad individual para prevenir el cambio climático sigue siendo el transporte público, o la bicicleta. En la panadería familiar se hace el reparto del pan en la ciudad con bicicleta eléctrica. Y el vehículo se ha comprado con unas dimensiones adecuadas para que la bici pueda ir dentro, al objeto de dejarlo estacionado a las afueras de la ciudad, para así no añadir más contaminación y ruido a lo que ya existe.
En un artículo que se publicaba en las páginas de economía del diario El País la semana pasada, se informaba de que el coste de la contaminación supera los 3,7 billones de euros al año, el 6,2% de la riqueza del planeta, lastrando el crecimiento de los países en desarrollo y poniendo, además, en riesgo el Estado de Bienestar de los denominados países ricos. Pero también es el responsable del 16% de las muertes en todo el planeta, matando al año a nueve millones de personas. Parte de lo anterior esta sacado de la revista médica británica The Lancet, que propuso un método de cálculo bastante preciso. Estos datos son terribles. Nosotros, desde la Universidad de Granada, en un estudio más modesto de hace varios años, llegábamos a conclusiones parecidas al comparar estadísticamente las emisiones de CO2 en todos los países del mundo desde los años 60, con las tasas de mortalidad en los mismos. Había una relación significativa entre ambas variables. Y aunque, son los países pobres los que se llevan la peor parte, también se descubrió en el modelo que este efecto comenzaba a aparecer también en los países más ricos.
Por tanto, no se trata de un “cuento chino”, como sostiene Trump, posiblemente uno de los peores presidentes de los EEUU de América. Ni una moda de ”rojos”, como, de forma ofensiva, nos dicen algunos seguidores de los partidos conservadores españoles (no en público). Es una tremenda realidad que nos amenaza a todos.
Pero, la revista The Lancet también publica cálculos respecto al beneficio que generaría luchar contra la contaminación. Un total de 30 dólares por cada uno invertido, es lo que se genera en los EEUU, nos dicen. Lo que calcula la OCDE, según estas informaciones, es que lo que se debería de invertir en infraestructuras verdes, hasta 2030, debería sobrepasar los dos billones de dólares anuales (el 2% del PIB mundial). No sé si esto será suficiente para saciar la sed de beneficios de aquellas grandes empresas y corporaciones que siguen aferrándose a que el cambio climático es una mentira.
Frente a todo ello y, mientras que las millonarias inversiones en infraestructuras verdes llegan, tenemos una importante labor a nivel personal. Medidas destinadas al fomento de un consumo responsable y sostenible, o un pequeño esfuerzo por usar envases reutilizables, o por clasificar los desechos para facilitar su reciclaje, ayudarán mucho al medioambiente. Y en esto, la bicicleta juega un papel esencial. Además de tratarse de un medio de transporte barato, también es ecológico, sostenible y saludable. Y por supuesto, el uso del transporte público. Más seguro, barato y sostenible que el privado.
En la panadería ecológica de mi familia lo tienen claro. Van a seguir contribuyendo, en la medida de sus posibilidades, al sostenimiento del planeta. De momento, usando la bicicleta para transportar sus panes. Pero también, eliminando el plástico y usando envases sostenibles. Y cuando los gobiernos tomen conciencia, de una vez, de la gravedad del problema medioambiental, y se decidan a subvencionar el uso de transportes más sostenibles, muchos más de los que algunos se piensan, darán el paso hacia la conversión de todos sus vehículos en transportes sostenibles. Es lo que hará también mi familia.