Día de Todos los Santos: El abrazo imposible como realidad innegable

Amaneció sombría la mañana ceutí como si la profundidad de la noche arrastrara por siempre la negrura del alma, como si los ancianos, adolescentes o los papás con el hijo tomado de la mano que caminaban por la ladera del Hacho con la mirada perdida rumbo al cementerio de Santa Catalina, hubieran caídos presos de un mal sueño.

Falsa impresión porque el 1 de noviembre, el Día de Todos los Santos, ha cristalizado, de un tiempo a esta parte, en definitiva comunión emotiva y espiritual entre el padre, esposo, hijo querido que se fue y el familiar que lo añora en vida. Día pues para que los corazones empapados en llantos viejos, rajen el manto de la tristeza y hagan hueco para que un resquicio de luz se abra hasta iluminar la realidad como el sol el martes ceutí; para que el abrazo imposible sea posible entre muerto y vivo.
“Vengo todos los domingos”, dice Ana Pérez, quien con la mano transporta un beso salido del alma a la lápida de su marido difunto, “pero lo cierto es que siento mayor energía y ánimo, e incluso lo siento más cercano, como si escuchara muy de cerca éste día que el resto del año”.
“Son días especiales, yo acudo siempre cada 31 de octubre con flores para mi padre y hermanos, y regreso el día 1 para verlos otra vez y para hablar con ellos”, asegura África, plantada ante el recuerdo de Manuel González Montero.
La anciana Maruja Parrado, sentada en un banco situado a lo pies de la capilla del cementerio, encuentra hueco para la emoción que le supone el Día de los Difuntos, “que aprovecho para ver a mis padres, tíos y amigos”, dice, para conceder un apunte cuyo mensaje guarda un admirable trasfondo de humor negro: “¿Sabes?”, pregunta a una amiga, “yo ya me he hecho con un apartamentito aquí, pero he dejado dicho que me lo hagan con un poco de luz porque a mí tanta oscuridad me da algo de miedo”.
Seguramente a la buena de Maruja no le disgustaría la idea de dormitar el sueño eterno envuelta en el perfume que desprenden algunas de las flores que colocan con esmero los familiares de Manuel Díaz González y Silvestre Díaz Sánchez, padre e hijos, “que seguro sentirán nuestro amor, cariño y homenaje”, indican emocionados, como igualmente conmovidos se encuentran Miguel Ángel, de pie sobre una escalera para alcanzar mejor a depositar las flores en el nicho del ser querido y su sobrina, quienes “indican que el día tiene una simbología especial aunque nosotros acudimos dos veces al mes para limpiar lo que pueda estar sucio y para colocar más flores, naturales o artificiales según esté el tiempo”.
Pero en el camposanto, acaso un fiel reflejo de la vida misma, también hay espacio para la cruel soledad, la que se aprecia en las lápidas de aquellos inmigrantes que fallecieron en nuestra tierra, en nuestras aguas, intentando labrarse un futuro digno y que se toparon con la fatalidad de la muerte, con el escalofrío del olvido: lápidas inmaculadas, sin flores, ni frases de aliento, sin nombre.
No obstante y cada 1 de noviembre, nada parece perdido, nada parece imposible, como ese abrazo que, sabe Dios de donde procederá, se funde con el abrazo de la vida real.

“No conocí a mi abuelo, pero vengo a verle”

Cada domingo, los vendedores de flores de los puestos colocados en la puerta de entrada del cementerio de Santa Catalina, tienen una cliente fija, una entrañable anciana que acude cada fin de semana para “honrar la memoria de mi marido”. En concreto, se trata de honrar la memoria de don Rafael Lara Patricio, vecino de Ceuta y fallecido en el año 1978. Salvo rara excepción siempre acude acompañada de un familiar, en el caso de ayer –como ya sucediera en otras ocasiones– la acompañante fue su sobrina Tania, de 19 años: “Para mí es muy emotivo venir a acompañar a mi abuela, ayudarla a cambiar las flores por unas nuevas, limpiar el nicho y sentir parte del cariño que ella siente por su marido, una persona a la que no conocí en persona pero que no por este motivo disminuye el sentimiento”, dice Tania mientras sostiene un ramo de flores de distintos colores y olores recién compradas en la mañana ceutí.

Visita al familiar querido en el columbario de la iglesia de África

“La cremación es una opción cada vez más elegida para descansar en paz”. Las palabras del vicario Francisco Correro, resuenan en el interior de la mítica cripta de la iglesia de Santa María de África, “lugar tradicional de entierros”, dice el vicario, quien señala al infante de Medinaceli y al padre Perpén, muchos años párroco de la iglesia,  como ejemplos. Ahora, y desde hace tres años, mediante una empresa especializada de Barcelona, el ceutí que lo desee puede descansar en el columbario de la iglesia de África, con espacio para alrededor de novecientas urnas cinerarias, algunas de las cuales están ya ocupadas y reservadas por personas “y por familias enteras”, tal y como indica el vicario. Asimismo, “y además de que siempre que los familiares quieran visitar el columbario y estar cerca de sus seres queridos, como es el caso del día 1, lo pueden hacer, dedicamos misas en memoria de los fallecidos que aquí descansan”, indica el vicario.