La geografía de Ceuta marca de una manera determinante la economía y la idiosincrasia de las gentes de Ceuta. Lo ha sido en el pasado, lo es en el presente y lo será en el futuro de nuestra ciudad. Las condiciones naturales de este territorio hacen de este lugar un punto destacado en los intercambios comerciales y culturales entre África y en Europa, así como en el eje Mediterráneo-Atlántico.
Estando como estamos rodeados de mar nuestro impulso instintivo es abrirnos a él y aprovechar sus recursos naturales. La abundancia de los recursos marinos fueron la principal causa del asentamiento romano de Septem Fratres y, desde entonces hasta hace relativamente pocas décadas, el sector pesquero fue clave el devenir histórico de Ceuta. Ahora la pesca y los pescadores han entrado en el olvidadizo mundo de la memoria.
Tanto es así que el gobierno plantea dedicarle un monumento conmemorativo a una estirpe, la de los pescadores ceutíes, a punto de extinguirse. Con su extinción se apaga una parte importante del espíritu de Ceuta y desaparece todo un universo de sensaciones, experiencias y una manera de percibir el entorno que nos rodea. Hay muchos oficios, asociados a ancestrales conocimientos marineros, que ya han desaparecido. Ya no quedan toneleros, calafates, rederos, etc…
Los estrechos vínculos que unieron a los ceutíes con el mar favorecieron el surgimiento de sentimientos y emociones profundas que formaron parte del alma de esta tierra. La gran diosa, como representación simbólica de la naturaleza que da y quita la vida, se tiñó de mar. Los pescadores y navegantes que trabajaron en la antigua factoría de Septem Fratres acudían al templo de la diosa Isis para solicitar de ella su cuidado y protección en el desarrollo de su arriesgado trabajo.
Quien ahora ejerce el papel de Isis es la Virgen del Carmen. Lo importante no es el nombre de la diosa, pues como le dijo al desorientado Apuleyo ha sido conocida como multitud de nombres, aunque sólo los arrios y egipcios la llaman por su verdadero nombre: Isis. Lo importante es el reconocimiento de los lazos que atan a los seres humanos con la naturaleza.
Por desgracia, el mundo ha perdido buena parte de la magia, el misterio y la poesía. Como escribió Robert Graves en el prólogo de su monumental obra “La Diosa Blanca”, nuestra civilización actual “deshonra los principales emblemas de la poesía”. Vivimos inmersos en una sociedad, decía Graves, “en la que la serpiente, el león y el águila pertenecen a la carpa del circo; el buey, el salmón y el jabalí, a la fábrica de conservas; el caballo de carreras y el galgo, a las casetas de apuestas, y el bosque sagrado, al aserradero. En la que la luna es menospreciada como un apagado satélite de la tierra, y la mujer, considerada “personal auxiliar del Estado. En la que el dinero puede comprar casi todo menos la verdad y a casi todos menos al poeta en posesión de la verdad”.
Hace pocas semanas la editorial Atalanta ha publicado una selección de aforismos del escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila. Insistía este insigne pensador que la tarea más urgente que debemos abordar es devolver el misterio al mundo. El desarrollo científico y tecnológico ha conseguido que vivamos más y mejor, pero el precio que hemos pagado ha sido alto. El profundo mundo de los símbolos y los sueños comienza a disiparse como niebla de verano.
Ya no quedan apenas alimentos con los que saciar el apetito de imaginación que es consustancial al ser humano. Sin estos nutrientes el mundo de adentro se marchita y sentimos un gran vacío interior. Para poder diseñar un mundo distinto primero tenemos que recrearlo en nuestra mente y verlo con los ojos del corazón. Como dijo Patrick Geddes, “si has construido castillos en el aire no es tiempo perdido, tan sólo te queda dotarlo de buenos cimientos”.
Sin símbolos el ser humano sería presa de los apetitos y las sensaciones inmediatas. Carecería, además, de trasfondo histórico y memoria colectiva, indispensables para anticiparse al futuro. La comunicación y la cooperación dependen, igualmente, de compartir unos símbolos comunes que surgen de la transformación de nuestras experiencias vitales. Este universo simbólico toma forma en los mitos, los rituales, la poesía, la religión, la filosofía, la cultura y el arte. Necesitamos entrar en contacto a diario con este universo simbólico que aporta significado y sentido a nuestras vidas. No podemos caer en la indigencia intelectual y espiritual a la que nos vemos abocados por la ignorancia sobre nuestros símbolos culturales o la insensibilidad ante la belleza que es posible apreciar en la naturaleza y en las más excelsas obras artísticas creadas por los seres humanos.
Ceuta, nuestra ciudad, constituye una metáfora simbólica de una fuerza y un poder extraordinario. La máxima hermética que proclama: “lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo” parece que fue escrita contemplando la geografía ceutí. Podríamos ir más lejos y decir que la configuración del centro de nuestro ser se asemeja mucho al punto de encuentro que somos entre dos mares y dos continentes. Este hecho, que requiere una extensa explicación que ahora no podemos dar por falta de espacio, no pasó desapercibido en la época de mayor esplendor económico, religioso y cultural de nuestra historia, que fue la Ceuta del siglo XIII.
El acercamiento que algunos sabios hicieron al verdadero espíritu de Ceuta sucedió en el contexto de un ambiente de misticismo, sabiduría y amor por la belleza. Nosotros podemos también acercarnos a esta realidad desconocida de Ceuta a través de los testimonios escritos y arqueológicos que han quedado de aquellos siglos. Siguiendo la senda abierta por aquellos santos y sabios podemos llegar hasta la misma alma de Ceuta. Es posible también hacerlo por nuestros propios medios, aunque cueste algo más alcanzar la meta. Tan sólo necesitamos apartar los velos tras los que se oculta la verdadera Ceuta.
La mirada de muchas personas en la actualidad está demasiado pendiente de las pantallas y poco o nada del misterioso y mágico mundo en el que vivimos. No hace falta viajar fuera de Ceuta para adentrarse en otra dimensión de la realidad, a ese “mundus imaginalis” situado en la confluencia de los dos mares. La fantasía y la imaginación no son conceptos sinónimos. La primera es fruto de una mente a la deriva, mientras que la segunda, -la imaginación-, construye un mundo a partir del conocimiento y la intuición. Gracias a la investigación histórica vamos recuperando las piezas perdidas de una puzle que contiene la imagen de la esencia de Ceuta. Faltan muchas piezas, pero contamos con las suficientes para esbozar en nuestra mente la imagen completa.
Parte de lo que fuimos, y podemos atisbar gracias al ejercicio imaginativo del que hablamos con anterioridad, sigue formando parte del presente. A mí me interesa, como decía Collingwood, aquella parte del pasado que permanece viva en el mundo actual, pero también me motiva recuperar aquellas semillas de tiempos pretéritos que quedaron sin germinar y dar sus frutos. Pienso que Ceuta debe recuperar la memoria de la Ceuta medieval que brilló como un puerto comercial de enorme importancia y como la residencia predilecta de poetas, filósofos, místicos y santos. Puede que así consigamos devolver el misterio y la magia que siempre ha envuelto a Ceuta.
RUEGO POR FAVOR,NO PONGAN USTEDES ESTA FOTITO DE MARRAS,CADA VEZ QUE LA VEO MA CUERDO DE PACO ANTONIO,Y LOS MILES Y MILES DE EUROS QUE SE TIRARON EN DICHO EDIFICIO,NUEVAMENTE ABANDONAO Y DESTROZAO.por otra parte lo habitual y solo me quejo por que yo no trinque na.