Son las 7:57 h. Después de una noche tórrida despierto a un nuevo día. Mi padre no lo hizo el pasado miércoles, día diez de julio. Aprovechó la puerta celestial que se abre cuando se encuentra el día y la noche para pasar al plano celestial. Yo continuo aquí y debo continuar con mi misión vital. Escribió Richard Bach que hay una prueba para averiguar si tu misión en la tierra ya ha concluido: si sigues vivo es que no lo ha hecho. En esta mañana percibo con especial intensidad la fuerza de la vida. Los vencejos sobrevuelan el cielo y escucho el canto armonioso de las aves que reciben con alegría el nuevo día. Se agradece el frescor de estas primeras horas del día. Hoy será el peor día de la primera ola de calor del verano.
La vida es lucha, concluyó el premio Nobel Rudolf Eucken en una de sus obras. Cada día es una prueba a nuestra capacidad de superar los obstáculos y perseverar en el cumplimiento de nuestros propósitos personales. Para los que hemos alcanzado el cenit de nuestra existencia, la imagen de lo que somos está ya esbozada, aunque no completa. Lo estará el día que dejemos este mundo. Mientras que estemos aquí debemos dar color a nuestra imagen e intentar que el resultado sea una obra de arte. La composición de la obra artística que somos depende de muchos factores, comenzando por un buen lienzo y por los valores inculcados por nuestros padres. La imagen que han proyectado en mí y en mis hermanos es la de unas personas entregadas unas a los otros, responsables con sus compromisos personales y profesionales, bondadosas con todos, sinceras, honestas e implicadas en la sociedad.
Arthur Schopenhauer dejó una obra, poco conocida, en la que comentó que según fue cumpliendo años se incrementó la sensación íntima de que su vida era la plasmación de un relato escrito por otro, quizá por una fuerza supranatural, de la que él era testigo y al mismo tiempo protagonista. Otros llaman a esta idea destino o Karma. En opinión de Marie Louise Von Franz, la principal discípula de C.G.Jung, nuestro destino es el resultado de la combinación de los astros en el momento de venir al mundo. Cada uno de los astros representa un elemento arquetípico y al combinarse dibujan nuestro devenir. Al hacer consciente nuestro destino, también tomamos consciencia de los arquetipos que han marcado nuestra existencia y esto es lo que conservamos con nosotros en la muerte. La impronta de nuestro destino está impresa en el “sí-mismo”, en el núcleo de nuestro ser, que es de carácter imperecedero o divino. “Solo el hacer consciente el sí mismo”, dijo M.L.Von Franz, “que como espíritu rector de todos los sucesos biológicos y psicológicos representa la unificación de todos los arquetipos, parece ser la posesión que no se pierde en la muerte”.
El sí mismo o alma está unida a una consciencia superior a la que llamamos Dios. Si no mantuviera esta unión con una entidad superior, el alma estaría perdida. Hacer consciente el alma es la única manera de que sobreviva a la muerte. En este sentido, comentaba M. L. Von Franz, que el ser humano parece llevarse como “fruto” al más allá sólo lo que ha llegado a hacer consciente, y no sólo eso, este fruto parece ejercer un efecto positivo continuado en el “tesoro”, en la “biblioteca” o en el “granero del más allá”. Esta idea tiene unas profundas raíces espirituales y es compartida por la mayor parte de las tradiciones religiosas. Viene a decir que nuestras experiencias y actos se transforman en un “grano” o “fruto” que sobrevive en otra dimensión y que continúa influyendo en las generaciones anteriores y posteriores.
Sucede con demasiada frecuencia que personas de gran valor son ignoradas y no reconocidas, al mismo tiempo que auténticos desalmados y cabezas huecas son enzalzados. Sin embargo, según determinados sueños de personas cercanas a la muerte analizados por Edward Edinger y comentados por M. L. Von Franz, “existe una compensación invisible: sufrimientos y esfuerzos vividos conscientemente parecen traer su fruto en el más allá, tal y como también señala el credo cristiano […] Saber esto es la mayor recompensa que un hombre puede esperar de la vida”.
Edward Edinger incluyó en su trabajo en el siguiente sueño de un hombre en estado terminal:
“Me han dado una tarea que casi es demasiado difícil para mí. El tronco de un árbol de madera dura y pesada se encuentra recubierto en el bosque. Tengo que sacarlo a la luz y aserrar o cortar un trozo redondo y decorarlo con un ornamento (diseño) (que penetre). El resultado debe conservarse a cualquier precio, porque representa algo que no se volverá a repetir y que corre el peligro de perderse. Al mismo tiempo debo realizar una grabación que describe en todos los detalles, qué es y qué representa: todo su sentido. Posteriormente este objeto y la cinta grabada deberán ser regalados a una biblioteca pública. Alguien dice que únicamente una persona en la biblioteca sabrá cómo se puede impedir que la cinta desaparezca en el transcurso de cinco años”.
La interpretación que hizo E. Edinger de este sueño es que el “trozo redondo” de madera decorado representa la quintaesencia de la persona que merece ser conservada en una especie de biblioteca transpersonal colectiva, una especie de “casa de tesoros del espíritu”. Nuestra quintaesencia permanece, es decir, lo que somos y lo que hacemos, mientras que lo que se diluye con la muerte, según C.G.Jung, son la esperanza, los deseos, apetitos, miedos, etc…, en definitiva, la relación afectiva y emocional con el futuro. Por este motivo, conviene que dediquemos la mayor parte de nuestro esfuerzo a nutrir y hacer crecer nuestra alma. Nuestra identidad espiritual es irrepetible y si no le prestamos la atención debida puede perderse. Llegar a ser lo que somos es el objetivo de una existencia plena y digna. Para ello es necesario prestar atención a nuestra voz interior que se escucha en vigilancia y se transforma en imágenes simbólicas en nuestros sueños. No menos relevante en nuestro proceso de individuación es estar atentos a las señales que recibimos en forma de sincronías significativas.
Dijo Henry David Thoreau que “todos los hombres quieren algo que hacer para poder ser”. No le faltaba razón al sabio de Concord. A pesar de la sensación de fracaso por los escasos avances en materia de protección del patrimonio natural y cultural de Ceuta que hemos logrado impulsar desde nuestra entidad, no estamos dispuestos a rendirnos. El resultado más valioso de nuestro esfuerzo es lo que hemos llegado a ser y el convencimiento íntimo de que estamos cumplimiendo parte de la misión vital que nos ha sido encomendada. Confíamos en que los frutos de nuestro trabajo y nuestros escritos permanezcan en la “casa de tesoros del espíritu” influyendo de manera positiva en la humanidad pasada, presente y futura.
Yo fui semilla de mi padre y ahora el fruto de su educación, amor y ejemplo. Mi padre cumplió con creces su misión y yo debo seguir con la mía. La vida sigue, la obra continua y el ejemplo perdura.