Hace unos días, nos sorprendía una noticia un tanto particular, donde nos informaban acerca del extraordinario desayuno a la española del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. El máximo mandatario norteamericano había pasado un día de los copiosos tentempiés matutinos y había apostado por los clásicos churros españoles, entregándose por completo a los placeres genuinos de nuestras mañanas. La prensa se hizo eco de este hito, pues últimamente no colamos ni un producto en el extranjero y la llegada del churro (congelado) a la Casablanca sirvió para cubrir espacios en los diarios especializados en rellenar las mentes de aquellos soñadores de la progresía.
Muchos podríamos pensar: “¿Ahora se van a enterar de nuestras artes culinarias estos yankis…?”. Pero nada más lejos de la realidad, los estadounidenses sabían del sabor de las ruedas de masa de mucho antes. Fundamentalmente por sus vecinos mexicanos, grandes consumidores de churros por la influencia española, llegando esta tradición gastronómica a buena parte de Hispanoamérica y por ende introduciéndose en EE.UU. a través de la amplia comunidad latina residente en dicho país. Pero no sólo se quedó ahí, pues los avispados americanos comenzaron la difusión de nuestro exquisito manjar, llegando a calar en el gran público ayudado por la inclusión en la carta de los restaurantes, formando parte del menú de la boda de la hija de George Bush, promocionándose en los espectáculos más típicos como son en aquellas tierras el Baseball, el Hockey sobre hielo e incluso sirviéndose en Disneylandia en el estado de Florida. En un principio optaron por los congelados de González Byass (vendiendo churros como vino…), pero no se conformaron y al probarlos hechos con masa fresca, los establecimientos empezaron a darle forma con los palitos y calentando el aceite. Las cafeterías han acrecentado la fama tanto en la costa este como en la oeste desde San Francisco o Los Ángeles a Nueva York o Boston, ampliando su popularidad y por lo visto sin cambiarle el nombre (habrá que oírlos intentando pedirlos).
La incursión repentina de nuestra gastronomía popular en otros países no deja de llamarnos la atención, cuando, por otra parte, nosotros sí somos capaces de sintetizar rápidamente todos los tipos de sabores de otros lares, incorporándolos a nuestras dietas de una forma natural. Si bien, a decir verdad, nuestros cocineros mas afamados son capaces de llevar por el mundo la complejidad de una cocina “kitsch”, muy elaborada, pero lejos de la más íntima y pura, aquella salida de los fogones de nuestras madres y abuelas.
Esas ruedas y esos churritos (papitas, calentitos, madrileños o cualquiera de las distintas formas conocidas) forman parte de las mañanas de toda la vida, antes en el Campanero (entre otros comercios muy populares y dedicados únicamente a este sector churrero), hoy en el Mercado, como cita genial para jugar al esconder en el sin par arte del escaqueo laboral mañanero. Para los fines de semana dejaremos las típicas meriendas acompañadas por el Té en Benzú. Y cómo olvidar las mañanas de nuestra agosteña feria, rematadas con esos desayunos en la tradicional chocolatería “Los Especiales”. Generación tras generación han cambiado los gustos pero esta forma tan particular de trabajar la masa ha perdurado en el tiempo, gustando a todas las edades y a todas las clases sociales.
Nuestras jornadas comienzan a tomar forma en lo social entorno a un café, unos churros y un periódico, todo aderezado por la compañía de iguales con visiones y opiniones diferentes acerca de la actualidad. Ese primer contacto diario con el mundo no sería igual sin ese “Faro” repletito de manchas de aceite y con noticias recién salidas del horno periodístico.
La cultura del desayuno a la española, aún no descubierta por los americanos, conjuga variedad para todos los gustos, según el paladar o del tiempo para poder disfrutar. Desde un café “bebido” para aquellos sabedores de sus ocupadas responsabilidades a esos otros que se explayan dando gusto al paladar, siendo capaces de acabar con una rueda de churros, untar una molleta de manteca colorá y si se tercia, hacer una degustación de chacinas variadas… (quizás pronto descubramos a Obama abriendo un mollete de lomo en manteca y de nuevo se harán eco los rotativos).
Exportar toda la cotidianeidad de nuestras calles a otras naciones parece imposible, así cuando vemos que transciende y crecemos nos damos cuenta como es más fruto de la casualidad que de meditadas y trabajadas campañas de marketing para vender (nunca como churros), percibiendo la falta de difusión de nuestros productos más originales.