Las familias de 5 marroquíes que desaparecieron en ruta el pasado 18 de enero siguen reclamando información. Preguntan, con acierto, cómo es posible que partieran en una embarcación hacia Ceuta y nadie sepa nada de ellos. No hay rastro, ningún camino a seguir.
La repetición de sus mensajes marcados por la desesperación no obtiene resultados. Ya no es que no haya hilo del que tirar, porque sencillamente parece que a nadie importa ni interesa lo que haya sucedido, es que tampoco hay entidades que se preocupen por ellos.
En las últimas semanas se han publicado varios informes de oenegés analizando el drama de la frontera sur. Informes preñados de datos y valoraciones, marcados por múltiples reseñas. Informes que narran esa tragedia.
Incongruentemente esas narrativas no se traducen en algo efectivo para familias de desaparecidos, puesto que no encuentran el respaldo de ninguna entidad. Hoy por hoy, más allá de la denuncia que tiene cabida y calor en algunos medios de comunicación, no existe un solo referente que ayude a estas personas a contactar con organismos o fuerzas de seguridad.
Un referente que sea oficial, con recursos y medios para, por ejemplo, cooperar en la interposición de denuncias o toma de muestras de ADN para favorecer las identificaciones.
Ese vacío es permanente, no existe preocupación por cubrirlo. Y así tenemos a madres, esposas, hermanas, hijos de desaparecidos que no saben qué hacer ni a dónde acudir, que ni siquiera pueden cerrar estas historias rotas.
Ese vacío consentido y permitido dice mucho del objetivo final, del interés de cuantiosos movimientos sociales.
Las fotos y los informes son importantes, pero mucho más lo es estar ahí, cooperando con quienes están perdidos en una travesía marcada por la oscuridad.