Las autoridades ceutíes se han acostumbrado a llevar las riendas de una ciudad dependiente de forma absoluta de dos únicos factores: las ayudas estatales y la frontera. Han pasado los años y lo único que se ha ejercido ha sido una política a caballo entre la reivindicación y el sentimiento plañidero para forzar a Madrid a que desviara más fondos económicos y a que peleara por obtener más de corte europeo. Así se ha vivido durante años hasta el punto de que, en época de las vacas gordas que se les atragantaron a unos pocos, se llegaron a despilfarrar esos fondos en inversiones sin sentido. Después, con la crisis, saltaron las alarmas. Las inversiones comprometidas flaqueaban y Ceuta podía desmoronarse. Si a esta situación añadimos el colapso fronterizo, tenemos el dibujo de una ciudad incapaz de alcanzar una autosuficiencia y terriblemente dependiente.
Ante esta situación hemos asistido a la lectura de declaraciones de organismos empresariales lamentándose de la situación económica vivida, denunciando la pérdida de negocio en un periodo de Navidad y rebajas que son el salvavidas de muchas empresas. Pérdidas que demuestran la debilidad de una ciudad incapaz de sacar a flote su propia economía si le fallan esos factores. Un desgraciado ‘lujo’ que no puede permitirse ningún territorio y menos si en esa balanza se coloca el negocio con otro país cuya trayectoria de vaivenes es de sobra conocida.
Ceuta no ha aprendido errores de una historia en la que no se ha hecho lo suficiente para la instalación de empresas potentes que dieran una alternativa laboral ajena a estos factores. Se ha ceñido a seguir explotando su dependencia, parcheando los brotes de presión social echando mano de los planes de empleo.
Esta visión tremendista ha sido explotada sin miramientos por todos los partidos. A lo más que han llegado es a proponer ideas inútiles como esa mítica de constituir un yacimiento turístico en el Príncipe, cuando lo que necesita esa barriada es una actuación seria, en condiciones y que se dejen de vender titulares de inversiones que no cuadran con la visión real que puede tener cualquier ciudadano. Claro está, si se atreve a subir a la barriada, que de esos cada vez hay menos.
Los errores acumulados arrojan esta visión que hace temblar a los distintos entes. No hay más que leer a los dignos representantes empresariales que han llegado a cifrar, bajo su responsabilidad, hasta la dependencia que tenemos del vecino marroquí. Quizá se olvidan de que a esa dependencia ya hace años que se le puso su punto y final, éste por cierto cada vez más cercano. Y es que para cuando nos hemos dado cuenta de que había que mirar más allá del Tarajal ya ha sido demasiado tarde. Saquemos los pañuelos, toca llorar.