Opinión

Deja que los muertos entierren a sus muertos

El domingo diecinueve llamé a Myriam varias veces, y me extraño que su teléfono no recibiese la llamada. ¿No le habrá pasado algo?, pensé. Pero al día siguiente me llamó ella y todo se aclaró. Ya empezaron las obras de todo el inmueble, por lo que les habían cortado la luz y el agua. Menos mal, qué susto. Estaba contenta, había llegado de su reunión en la cafetería, y siente que sus amigos la quieren mucho, y cuando falta algún día, se preocupan. Me dijo que había visto un programa en TV Israelita sobre una entrevista a un cura arameo. Él decía al periodista acerca de las preguntas sobre Jesús:”abrid las Escrituras, leed a Isaías, que os aclare todo”. “En realidad, es un interés especial que percibo por estos días, la gente está ávida de conocimiento y pregunta mucho. Están echando unas pelis preciosas que se refieren a historias del Nuevo Testamento, y estamos encantados, ¡son tan bonitas!” Ella consiguió acoplarse totalmente al país y ahora, ya jubilada está comenzando a vivir un tiempo nuevo, una resurrección. Myriam me recuerda cuando fue a trabajar a una clínica de enfermos psíquicos en Beer Jacob, que en su paso por la Choá se habían quedado con trastornos mentales. “El médico me llevó a una sala donde se encontraban mujeres hermosas que me miraron fijamente. Me quedé de pie en medio de la sala, y sin poder contenerme eché a llorar como una Magdalena. Ellas observaron que yo estaba muy triste, y como en un acto espontáneo, se pusieron a cantar ópera con una voz maravillosa. Habían sido cantantes polacas de la alta sociedad. ¡Qué voces! Parecían ángeles. Mujeres guapísimas, de pelo rubio hermoso y ojos azules. Se acercaron a mí, me cogieron de la mano para danzar con ellas. El doctor me dijo que a veces repetían con gran inquietud:“ ¡ perros no, perros no!”, y es que los nazis les echaban encima a los perros para que las destrozaran, cuando entonces eran muy jóvenes. Cuando salieron de allí no podían comprender el porqué, estaban desorientados. Uno de nuestro grupo, de ochenta y tantos, con nietos, hace bien poco ha querido hacer la bar mitzvah, (que en hebreo significa” hijo de los mandamientos” y que se hace a los trece años). Estaba muy contento. Yo le regalé una tableta de chocolate y un paquete de caramelos. Aquí la gente es sencilla no se complica la vida, el detalle es lo que cuenta”. Le dije que tenía enormes deseos de visitar la ciudad después de tantos años sin ir, ya que siempre nos vemos en el aeropuerto para visitar los Santos Lugares. Le hablé sobre las minorías cristianas de aquella zona, que están en continuo peligro por culpa del islamismo radical que las amenazan de muerte o las asesinan. Algunos fueron capturados por los yihadistas y trasladados a las ciudades petrolíferas, los utilizan como escudos humanos. Otros han podido huir y refugiarse en lugares más o menos seguros, e incluso otros han sido obligados a convertirse al Islam en circunstancias extremas, además que se les han expropiado sus bienes, y están obligados a pagar impuestos que no pueden pagar. Un auténtico genocidio, mayor que las persecuciones cristianas en Roma, una auténtica masacre, sobre todo en Irak… Jesús está hablando a la multitud rodeado por una gran alfombra de flores, cuando tiene su aparición un leproso de aspecto repugnante. La gente se horroriza, pero Jesús invita a la calma. “Señor, ten piedad de mí. Si Tú quieres puedes salvarme”, se oye de una voz débil que viene del pobre indefenso. EL Maestro lo mira con tierna compasión; el leproso es una calavera. El ojo derecho ha desaparecido, es un hueco negro y profundo. El cuerpo es un esqueleto que apenas puede moverse. El Señor apoya Su preciosa mano en la frente del leproso. “Lo quiero”, y al instante desaparece la lepra. Las llagas se cierran. Parece un hombre nuevo recién salido de las manos del Creador. La gente grita de alegría, el hombre se toca rostro y cuerpo y comprueba el milagro. Se echa al suelo mullido por la yerba y las flores y llora de alegría. Jesús lo consuela y le pide que vaya al sacerdote y haga la oferta según la Ley de Moisés, para que dé testimonio del milagro. “Vete en paz y ama Mi Doctrina”. Entre el gentío, unos le echan monedas, otros panecillos y alimentos. Otro se quita su manto y lo da al recién curado, pues el suyo está raído. Y otro se quita sus sandalias y se las echa al hombre, que iba descalzo. “¡Rogaré por Ti, Señor, que me has curado! Y por ellos que se compadecieron de mi. Diré al sacerdote que me curaste en Tu infinita Misericordia”. La gente aclama al Señor llena de alborozo. Ha llegado el descanso sabático, pero nadie parece preocuparse ni por la distancia a sus casas, ni por la comida. Hay mujeres y niños que preocupan a los Apóstoles, pero a Jesús no, Él está tranquilo. Les dice:”mañana Dios dará alimentos a Sus hijos, y Dios no desmiente a Su Mesías”. Entonces todos se callan. La noche ha llegado en silencio, trayendo placidez al ambiente. Los pájaros se recogen entre las ramas de los árboles, y se oye el croar de alguna rana en las charcas. El Maestro, sentado en una piedra, atiende a los últimos que van a Él por algún asunto que desean consultarle. Ven acercarse a un hombre rico, según su atuendo. Saluda al Rabbí, y Jesús se lo devuelve con respeto. “Señor, antes me marché porque quería preparar comida para los peregrinos. Soy escriba, pero no Tu enemigo. Puedo caminar en sábado por estos campos que son míos. He mandado hacer pan para todos”. Jesús lo agradece mucho, pero le advierte que son muchos los presentes. “No importa. El año pasado tuve abundancia de trigo. Tú, Señor, me das mucho más pan, pues eres el pan del espíritu”. El Señor se alegra al oírlo. “Que Dios te lleve a donde tu corazón merece”. El escriba se marcha a cumplir lo prometido. Uno dice que es Juan el escriba, un hombre justo. Y Jesús se acerca a los Doce. “¡Hombres de poca fe! El Padre ha puesto pan para todos por medio de uno que no esperabais. Descansad. Yo voy a darle gracias al Padre por Su bondad. La paz sea con vosotros”. El Cielo está cuajado de estrellas, y Él mismo aparece como si fuera una luz inmensa. A la mañana siguiente todos van hacia Él, necesitados de Su compañía. Aún se nota el éxtasis en Su Rostro, está muy triste. Posa Su mirada en Judas, que se extraña, pero no dice nada. Santiago de Zebedeo le pregunta por Su tristeza, y Jesús dice:”sed buenos, que esto Me consuela. Queredme mucho y amad la voluntad de Dios”. Pero la gente que se quedó a dormir en el monte, ya está despierta y el Maestro desea atenderlos. “Santifiquemos el día con la Palabra de Dios”. Los niños parecen pajarillos alegres jugando por los campos. Ven a Jesús, corretean hacia Él y Jesús los acaricia y les sonríe. Dice a los Suyos:” el amor de los niños me quita las tristezas del corazón”. Llega el escriba con sus siervos cargando  cestos. Después de los saludos el Maestro comienza el reparto. Panecillos, queso y aceitunas para todos. “Maestro, este cabrito asado es para Ti”. Pero Él lo reparte a unas madres con niños pequeños, a pesar de la insistencia del escriba. Él bebe leche de una cantarilla. Se han acercado Hermas y Esteban, con respeto y en silencio. El Rabbí comienza: “Nos hemos quedado aquí para respetar el sábado y no quebrantar la Ley, hasta que se escriba el Nuevo Pacto. Todo lo creado es lugar de oración, por eso es justo santificar aquí las fiestas. Levantad el espíritu al Padre. El Arca de Noé también lo fue, aunque iba a la deriva de las olas. La casa del faraón lo fue cuando vivió allí José. Para Judit lo fue la tienda de Holofernes, y para Daniel, el lugar corrompido donde vivía como siervo. (El Profeta Daniel  anunció profecías sobre el Mesías y el Anticristo). Sea pues este lugar una gran Sinagoga para dar testimonio de Dios, y que el sol haga de lámpara sagrada. Recordad lo que decían los tres jóvenes entre las llamas del horno:” cielos y aguas, rocíos y escarcha, hielos y nieves, fuegos y calores, luz y tinieblas, fulgores y nubes, montes y colinas, todas las cosas, que alaben al Señor; pájaros, peces y animales, alabad, bendecid al Señor”. Creemos hacer la Voluntad del Padre  incluso cuando cometemos errores. No es así. Un padre no quiere nunca que su hijo sea culpable, sino que evite el mal. Él nos dice que evitemos el mal para lograr el bien eterno. Pero si uno prefiere no seguir la Voluntad del Padre y seguir las seducciones del Maligno, se hará un infeliz. Me llamáis Mesías y Señor, y decís que Me amáis, pero en verdad os digo que no todos entraréis Conmigo en el Reino de los Cielos. Algunos discípulos cercanos tampoco entrarán, porque seguirán al demonio y no a Mi Padre. Aunque digan:”¡Señor, Señor!”, si no hacen Su Voluntad, no entrarán. Vendrá un día en que no seré Pastor, sino Juez. Os invito a venir a Mis pastizales, pero luego separaré las ovejas apacentadas con la verdad, de las que mezclaron verdad con error. ¡Ay de aquellos que no sabrán purificarse y liberarse de los venenos. Alguno se quejará:”pero Señor, ¿no profetizamos en Tu Nombre y arrojamos a los demonios en Tu nombre e hicimos milagros? Yo les diré:”vuestro satanismo lo quisisteis hacer pasar como vida en Jesús. Pero el fruto de vuestras obras lo tomó Mi enemigo. Mis siervos verdaderos arrojan los fantasmas de los corazones, son humildes y obedientes como los ángeles. No se imponen a los hombres, conducen a los demás por la senda de Dios, con paz, dulzura, con orden, pues esa es Mi señal. A los que actúan con iniquidad, les diré:” ¡quitaos de Mi vista!”, y Mi Palabra será terrible. Mi camino es duro, pero seguro. Ahora gozad de vuestro reposo sabático, alabando a Dios con todo vuestro ser. La paz sea con vosotros”. Los bendice. Con Él se quedan los Apóstoles y Juan el escriba, que parece meditar convencido de las Palabras del Mesías. A la mañana siguiente marchan a Cafarnaún. Van todos menos Juan. El Rabbí contesta a los saludos y acaricia a los pequeños. Un romano se acerca al Señor. “Estuve escuchándote en la montaña. Tenía órdenes de Roma de que no hubiese tumultos. Pero al oírte he pensado en Ti, Señor”. Tiene un siervo en la cama, con todos los huesos paralizados y tiene mucho dolor. Ningún médico ha podido curarlo. “Iré a tu casa”…“ Señor, soy pagano e inmundicia para los judíos. Tú eres Divino. No soy digno que entres en mi casa, pero con una palabra Tuya, mi siervo quedará sano. Tú das órdenes a todo lo que existe. Yo obedezco al César. Puedo a mi vez mandar a los soldados a mis órdenes. Si digo a uno “ve”, a otro “ven, y al siervo “haz esto”, ellos me obedecen. Tú eres Quien eres y Te obedecerá la enfermedad y se irá. Tú no eres un hombre, sino el Hombre, todo está sujeto a Tu poder y puedes ordenar a la fiebre o a los elementos”. Algunos principales de Cafarnaún lo toman aparte y Le aconsejan que le ayude, pues es un hombre de bien, que arregló la Sinagoga y hace que los soldados los respeten en sábado. “Concédeselo por amor a Tu ciudad, que no se convierta su amor en odio hacia nosotros”. Jesús dice sonriente al centurión que se adelante, que Él irá enseguida. “No Señor, que no soy digno. Pronuncia una sola palabra y mi siervo quedará sano”. Dice Jesús:”ve con fe”. A tu siervo lo abandona la fiebre. Procura que también venga la Vida a tu alma. Vete en paz”. Cuando se marcha, el Maestro comenta a los presentes:”En verdad os digo que no se ha encontrado tanta fe en Israel.”El Pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran Luz. Ésta ha despuntado sobre los que habitaban en la oscura región de la muerte”. Y en otra parte dice:”El Mesías reunirá a las naciones cuando levante Su Estandarte” ¡Oh, Mi Reino! Verdaderamente que vendrán a Ti en número sin fin. Más que todos los camellos y dromedarios de Madián y Efá, y que los que trajeron oro e incienso de Sabá; más que todos los ganados de Cedar y los machos cabríos de Nabaiot serán los que vendrán a Ti, y Mi corazón se ensanchará de gozo al ver que vienen a Mi los pueblos del mar y las naciones poderosas. Me están esperando las islas para adorarme, y los extranjeros edificarán los muros de Mi Iglesia, cuyas puertas estarán siempre abiertas para acoger a reyes y a las naciones, que vendrán a Mi y se santificarán”. Esto que vio Isaías se cumplirá. Yo digo ahora que muchos del Oriente y del Occidente vendrán y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos, mientras los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y  rechinar de dientes”. Le preguntan entonces si Él está profetizando que los gentiles serán iguales a los hijos de Abraham, y Jesús les responde que ellos serán superiores como también lo anunciaron los Profetas, y ya se ven las señales. “Id a la casa del centurión, veréis como su fe ha conseguido que su siervo esté curado”. Y se marcha con Sus Apóstoles a la casa donde se hospedan en Cafarnaún.  A la mañana siguiente van todos hacia el Lago, excepto Juan, les siguen muchos de los que estuvieron  en la montaña. Piden al Maestro que no se vaya, mas Él les explica que debe ir a todos los lugares, pero que volverá. Se acerca un  hombre y Le dice que es un escriba, que  ha escuchado Sus Palabras y Lo considera un Doctor de la Ley. “¿Qué debo hacer, Maestro, para ser mejor?” Jesús  le habla del sacrificio, la obediencia y la caridad, pues son necesarios para curar las heridas que produce el pecado. “Déjame intentarlo, Señor”. Jesús dice al escriba que pedirá por él, y se despiden. A continuación se fija el Maestro en un joven que Lo sigue en silencio, y le dice:” ¡Sígueme!” El muchacho se sorprende y contesta al Señor:”Te seguiré. Pero mi padre ha muerto en Corazaín. Voy a enterrarlo y luego vuelvo”. El Maestro responde tajante:“ Deja que los muertos entierren a sus muertos”. “Tú sabes lo que es la Vida Verdadera y la deseas. Sígueme, no llores, que voy a tenerte por discípulo. El Mesías  te llama para que vayas a anunciar el Reino de Dios”. El hombre no sabe qué hacer, lleva en sus manos las bolsas de los aromas y las vendas. Jesús coge en Sus brazos a un pequeño y le comienza a enseñar una oración:”Te alabo, oh Padre….”, que el chiquillo repite con su dulce sonido infantil. El joven deja las bolsas a un amigo y sigue al Señor. Hay otro del grupo que también quiere seguirle:” ¿puedo antes despedirme de mis familiares, Señor?”Jesús le responde que al servicio de Dios se viene con libertad, sin impedimento alguno: “Dios es exigente como infinitamente generoso en el premio. Cuando seas MI discípulo debes abrazar la Cruz. Nadie que haya puesto la mano en el arado para arar los campos de los corazones y esparcir la semilla de la Doctrina de Dios, puede volverse atrás para mirar lo que ha dejado y lo que ha perdido. Quien obra así no sirve para el Reino de Dios. Mira a ver hasta donde puedes llegar, date valor y después ven. Por ahora no”. Llegan a la playa, el Maestro sube a la barca de Pedro, y el joven que no ha sepultado a su padre, sube también. Han llegado a Betsaida, (Que hace veinte siglos estaba a la orilla del Lago y hoy día, con los aluviones y derrumbes se encuentra más al interior). La gente del puerto se acerca para saludar al Maestro. Van caminando hasta la casa de Pedro, donde se encuentra su esposa atareada en los preparativos para los invitados. En vista al griterío de fuera sube Pedro a la azotea y les pide que se callen y dejen descansar al Rabbí. Jesús sonríe ante la impetuosidad del Apóstol. “Es que, Señor, Tú y yo no estamos nunca solos. Ahora estás en mi casa, conmigo, y deberían entenderlo. Señor quiero decirte que cuando hablas en la montaña, o en alguna plaza, lo entiendo todo, pero después se me olvida. Debo ser un tonto, pues los demás se acuerdan y lo comentan después. Tu enseñanza es como un torrente de agua que pasa sin detenerse…”. Los demás Apóstoles están preocupados por lo mismo, piensan que no podrán responder a las preguntan que luego les hagan. “Sólo servimos para recoger limosnas o llevar enfermos”, dicen al Señor. “No estéis tristes. Cuando tengáis dudas, preguntadme, ¡qué no daría Yo a vosotros que os amo como Dios ama a Sus criaturas más preciadas. Un día veréis que esta semilla se transforma en una hermosa planta. Ya lo veréis”. Y con ello, los Apóstoles se quedan tranquilos porque se encuentran junto al Rey de Reyes, nada menos…

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