Opinión

En defensa del arbolado urbano

Un signo inequívoco de la falta de sensibilidad ambiental y estética de nuestras autoridades es el continuo maltrato que sufren los animales, los árboles y las plantas. Nuestro patrimonio arbóreo está desprotegido y, por este motivo, es objeto de mutilaciones o destrucciones. Hace unos días le tocó a las yucas que decoraban los parterres ubicados en la fachada del Parador Nacional la Muralla. Un vecino de la zona, sensible a estos asuntos, nos envió una serie de fotografías en la que se podía apreciar cómo estos ejemplares de yucas habían sido arrancados y triturados antes de echarlos en un camión. Estas plantas formaban parte del paisaje ambiental de un lugar tan emblemático como la plaza de África. Muchos niños y adultos guardaremos en la memoria la imagen de este grupo de yucas que esta mañana han sido destrozadas sin necesidad.

Hace unos años, como recordarán nuestros lectores, alguien decidió renovar los jardines de la plaza de África. Las víctimas de esta “renovación” fueron algunos árboles y también las yucas. Parece que alguien del Ayuntamiento la tiene tomada con estas hermosas plantas. Entonces se armó un gran revuelo entre la población, indignada ante este injustificado cambio en el mismo corazón de la ciudad.

Al hablar de este desgraciado acontecimiento vienen a nuestra memoria otros execrables crímenes contra nuestro arbolado urbano. Quizá el que mejor recordamos fue la eliminación inmisericorde de la jacaranda que durante un tiempo existió en la conocida como “Jota”. No menos impactante fue la tala de varios árboles en la subida de la carretera de servicio de  Caballería o la poda salvaje del arbolado en la avenida España. Esta última práctica, las podas salvajes, son una marca distintiva de la Ciudad Autónoma de Ceuta. No hemos sido los únicos que hemos criticado esta manera de mantener a nuestros árboles. Voces bien formadas y conocedoras de la materia han escrito en este mismo medio de comunicación dando buenas razones para erradicar un tipo de poda que dejan a los árboles sin ramas ni hojas.  Son podas traumáticas que hacen sufrir mucho a los árboles y, en muchas ocasiones, los matan. Algunos pensarán: ¿Y qué importa un árbol más o menos? Si se muere compramos otro y ya está. A quienes así piensan les decimos que, además de mostrar una total fatal de sensibilidad, deberían pensar que muchos de estos árboles forman parte de la historia colectiva de esta ciudad y también de los recuerdos de muchos ceutíes.

Nuestro mundo interior no deja de ser una extensión de la realidad exterior. Los paisajes naturales y urbanos que contemplamos definen nuestras experiencias sensitivas y sentimentales. Ambos tipos de paisajes sirven de decorado para nuestros recuerdos y pensamientos. Los estudios sobre psicología ambiental han demostrado de manera precisa la gran influencia que tiene en nuestra salud física y psíquica la presencia de elementos naturales y el contacto habitual con la naturaleza. En países como Japón los médicos llevan tiempo recetando a sus pacientes paseos por los bosques para mejorar el estado de sus bioindicadores. Como explica de manera extensa Richard Louv en su libro “Volver a la naturaleza. El valor del mundo natural para recuperar la salud individual y comunitaria”, el contacto con la naturaleza tiene tres consecuencias claras para la salud: mejora el bienestar psicológico (puesto que aumenta el buen humor y el amor propio, a la vez que disminuye los sentimientos de ira, confusión, depresión y tensión); se obtienen beneficios para la salud física (ya que baja la tensión, quema calorías e incrementa nuestras autodefensas) y crea redes sociales.

En sentido contrario al expresado con anterioridad, la ausencia de naturaleza en el entorno urbano, en especial de arbolado, agrava el problema de la contaminación atmosférica y acústica, incrementa la temperatura media en verano y, literalmente, nos deprime. Ver tanto cemento y hormigón mientras paseamos no es saludable. Los espacios libres se hacen poco atractivos para los ciudadanos cuando carecen de árboles. Una prueba cercana es la plaza Nelson Mandela, situada en el centro del complejo cultural del Revellín.   Aquí no entra nadie, excepto los que han encontrado en sus esquinas un lugar en el que aliviar sus vejigas.

No hay parajes más duros y antinaturales que éste en toda la ciudad. Si le añadiéramos un poco de verde en forma de árboles y plantas, así como otra pizca de agua, ya sea una fuente o estanque, todo cambiaría. Volvería allí la vida y con ella los niños, los padres y abuelos, y las aves. La arquitectura pagada a precio de oro con dinero público no debe servir para alimentar el ego de los arquitectos estrellas y para ser simplemente contemplada,  sino para ser disfrutada por el conjunto de la ciudadanía.

Decía William Blake en uno de sus más conocidos poemas  que “el árbol que mueve algunos a lágrimas de felicidad, en la mirada de otros no es más que un objeto verde que se interpone en el camino”. Por desgracia estos últimos son el tipo de persona más abundante. Quien no siente compasión por un árbol o un animal demuestra una grave debilidad en su capacidad de emocionarse y de pensar con altura. El árbol es un símbolo fundamental en la conformación de nuestro inconsciente y en la expresión artística y cultural.

El ser humano, desde sus orígenes, ha adorado y considerado sagrado a sus árboles más singulares. Todavía lo sigue siendo en países que consideramos “subdesarrollados”, como el vecino reino de Marruecos. En el vecino país existen cientos de bosques y árboles sagrados a los que acuden los devotos para beneficiarse de sus poderes curativos. Por desgracia, la desacralización de la naturaleza en los países “avanzados” ha traído como consecuencia un drástico cambio de ver y entender el medio ambiente. Los árboles, como afirmó Blake, han pasado a ser simples objetos verdes que ni sufren ni poseen alma. Por este motivo, los talan sin miramiento, los mutilan sin piedad y los encajonan en unas aceras que no les dejen crecer ni respirar.

Es necesario  que, cuanto antes, se realice un inventario del patrimonio arbóreo y arbustivo de Ceuta. A partir de este conocimiento consideramos indispensable que se redacte y apruebe una ordenanza municipal que proteja y cuide nuestros árboles y demás seres vivos que comparten con nosotros el territorio ceutí.

En las alegaciones presentadas por Septem Nostra al PGOU solicitamos este tipo de medidas, y algunas otras, tendentes a mejorar el estado de los árboles de Ceuta y evitar los continuos arboricidos que horrorizan a muchos ceutíes. Pero, como el resto de nuestras sugerencias, no han sido tomadas en cuenta. Tan sólo la presión ciudadana hará posible que acaben este tipo de salvajes prácticas que afectan a nuestro paisaje urbano y a la sensibilidad de cada día más ceutíes.

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