Han pasado 36 años desde que mi madre falleció. Y ni un solo día he dejado de acordarme de ella. Su recuerdo llena mi vida. Dios nos dejó mutilados a mis hermanos y a mí. Ella era nuestro soporte. Pero gracias a la Fe que siempre nos transmitió pudimos seguir adelante. Porque mi Madre era un ser excepcional. No solo era la mejor madre del mundo, sino como ser humano, era extraordinario. Jamás he conocido a nadie con tantos valores. Era auténtica. Su fe era inquebrantable. Hemos vivido milagros, que estoy segura muy poca gente creería. Su vida éramos nosotros tres. Solo quería que fuéramos buenas personas. Nos dió educación, cariño y libertad, dentro de un orden. Unos consejos que nos acompañaran el resto de nuestras vidas. Afortunadamente, el alma no muere, y por eso sé que su alma se quedó a nuestro lado. No tendré vida suficiente para agradecer a Dios la Madre que nos dió.
El día del sepelio llovió tanto, que un conocido nuestro que asistió a él me dijo que parecía que el cielo lloraba por ella.