Colaboraciones

Decepcionar

Québec (“esa parte inteligente de Canadá”, como bien dijo Jefferson) siempre ha sido la cuna de excelentes artistas francófonas de talla internacional. Por citar sólo a algunas, habría que decir que Robert Charlebois, Mort Shuman o Céline Dion han sabido llevar a lo más alto el delicioso acento de unas americanas del norte que jamás han querido olvidar que París es SU “Ville Lumière”.
Las de la bandera “fleurdelisé” (llamada así por las cuatro flores de lis que le dan ese carácter tan particular) se toman como una verdadera ofensa que se les llame canadienses cuando todo el mundo debería saber que son “quebequenses” y aún se emocionan con el “Vive le Québec libre” del general de Gaulle… pero esa es otra historia. (https://germinalcastillo.blogspot.com/2018/04/tous-azimuts.html)
El caso es que Québec ha vuelto a darle al mundo un hada de la poesía musical francófona que está marcando un tiempo y un estilo.
Linda Lemay (1966) ha emergido con sus textos directos, tiernos, divertidos, algunas veces autobiográficos, otros descarnadamente descriptivos, tanto que el propio Charles Aznavour, que dijo de ella que era una “verdadera bomba cultural”, le produjo en varias ocasiones.
Asidua de los escenarios franceses, Linda Lemay ya ha firmado varios trabajos soberbios que combinan el humor (a veces muy ácido) y la mirada interior envueltos en una música deliciosa que, de forma sublime, mece el particular deje “québécquois” que tanto enamora en esta orilla del H2SO4. Et oui, l’amour c’est comme ça.
En su disco “Live” grabado en el año 1999, Linday Lemay demuestra, con un sonido absolutamente soberbio, que el directo siempre sabe llegar directo al corazón… siempre que exista corazón en ambas partes, claro.
Precisamente en ese álbum, la natural del pueblo de Portneuf lanza un grito desesperado con su canción “Décevoir” (Decepcionar) en la que, a golpe de versos y notas armoniosamente encadenadas, se arranca la ropa (desnudarse es un verbo demasiado suave para esta ocasión) ante su público, de la misma forma que se arrojan los jirones del alma en esa interminable batalla interior. Brutal.
En “Décevoir”, describe cómo ya no le queda a casi nadie por decepcionar, salvo, quizás, a su Hija, aunque también se encarga de precisar en el mismo texto que ya queda poco para ese fatal momento. “La Vida, mamá… la vida”, como inteligentemente afirma mi librepensadora de cabecera.
En “Live”, Linda Lemay va desdibujando una serie de situaciones personales, que cualquiera podría perfecta y vitriólicamente firmar, basadas en un denominador común: la decepción que una es capaz de generar en quienes te rodean.
Con su maravilloso “estilo aguafuerte goyesco” al que recurre a menudo, la quebequense canta la capacidad de algunas para no querer llegar nunca a la meta prometida su incapacidad de ser constructiva o la facilidad con que suelen destrozar las ilusiones más básicas de sus seguidoras. También subraya magistralmente que, en el campo de las decepcionadas, existe un demostrado empeño en buscar con ahínco la precisa piedra en la que tropezar una y mil veces. El “no aprendemos” como flagrante concepto.
Como muestra, una estrofa:
“¿Sabes dónde me meto tus reproches?,
Y ya que no tengo cerebro,
Es efectivamente ahí dónde estás pensando.
Si tuviera que culparme,
Cada vez que doy pena,
Ya estaría en el ataúd
Ya tendría las venas abiertas de par en par…”.
Con la decepción como estandarte, la québéquoise Lemay remueve hasta lo más hondo de los recónditos sentimientos, demostrando que vivimos en un eterno “déjà-vu”. Un clásico.
Decepcionar es mucho más que un verbo que rasga el alma mientras se conjuga, es una actitud que deja tras de sí una tierra quemada, yerma y estéril hasta las capas más profundas e insospechadas.
Desgraciadamente, el verbo decepcionar es el que más se suele declinar entre quienes dicen estar al servicio de la res pública.
Siempre resulta penoso caer en la cuenta de que las que deberían provocar ilusión entre las ciudadanas son las mismas que se empeñan en decepcionarlas. Una y otra vez. Sin medida. Sin querer entender que cuando se juega con fuego se acaban provocando incendios de bíblicas proporciones.
Sin mirar otra cosa que no sea su laureado ombligo, esparcen su desmesurado ego en programas electorales sistemáticamente incumplidos y reparten, sin vergüenza ni medida alguna, airadas promesas que solo comprometen a las ingenuas que se las quieren creer. Pisotean sin piedad, como el caballo de Atila, las ilusiones de quienes en ellas confiaron y arrojan a la hoguera de la inocencia los aplausos mitineros y los apoyos desinteresados.
Y en ese punto, precisamente ahí, es cuando “Decepcionar” pasa de ser una maravillosa canción a transformarse en una amenaza para la Libertad.
¿Brutal conclusión? Quizás… pero en esas estamos.
El cortoplacismo de las políticas, con un único horizonte basado en el axiomático “el poder por el poder”, provoca una serie de tsunamis sociales que, a las vitriólicas pruebas me remito, nunca les afectan más allá de posibles repercusiones en las encuestas electorales. Las que dicen mandar suelen vivir en un mundo paralelo al que solemos pisar las plebeyas, prefieren vivir parapetadas tras cómodas, insonorizadas y enmoquetadas barricadas, viajan en anónimos coches oficiales y mueven sus pulgares, como los césares, para truncar o aupar destinos según su exclusivo interés.
En el sórdido y torticero entendimiento de unos hipotéticos intereses generales, tienen la rara y perversa habilidad de trazar su propio rumbo haciéndonos creer que es común al nuestro.
Cuando llegan los albores del temps des cerises, las promesas anuncian invariablemente horizontes nuevos en una circense función del “y yo más” en el que todas acabamos cayendo, de alguna u otra forma.
Pero (la palabra más fea del vocabulario español, según mi Hermano Juan Gaitán), aunque no nos distingamos precisamente por poseer una fina perspicacia con respecto a la personalidad de las políticas (no todas, insisto), el implacable hastío nos acaba invadiendo poco a poco, como el cansancio acaba con el náufrago, el desierto se come al oasis o el dogma mina la capacidad de razonar.
Mientras, desde su mullido universo, las que piden el voto prosiguen con su huida hacia adelante, haciendo caso omiso de las señales de alarma. Ciegas sociales y sordas compulsivas, viven encerradas en sus particulares microcosmos imperiales, siempre coronando majestuosas torres de marfil desde donde continúan tejiendo telas de araña con forma de estrategia para intentar hacernos creer que lo cuadrado es redondo. Empeñadas en desoír la realidad (en el supuesto caso que sepan que existe, claro) acaban [todas] provocando que el rechazo a esas prácticas de tahúr del Misisipi sea cada vez más generalizado.
Así, cuando la metástasis emocional haya corroído la escasa capacidad de aguante que aún nos queda, el movimiento de repulsa será imparable.
Llegadas a ese punto de rechazo absoluto a las prácticas de las que hablan en nuestro nombre, sólo quedarán dos vías. Si existe una consciencia sólida de que las cosas no pueden seguir por ese camino, las ciudadanas tomarán el control de la situación económica, social y política; es decir, proclamarán la revolución social. Si por el contrario, no se ha alcanzado la capacidad de razonar y actuar, inevitablemente se escogerán a las que más griten, más digan lo que se quiere escuchar y más aborrezcan del sistema democrático. Un clásico.
Para entonces, las que hoy ven en los partidos de la derecha radical un peligro para la Libertad comprobarán, demasiado tarde, que estos últimos eran progresistas con respecto a lo advenido. Ya será tarde para todo, hasta para llorar. Otro clásico.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero está claro que la decepción que se empeñan en inocularnos la inmensa mayoría de esas políticas que tienen en el marketing su santo y seña (¿todas?) tendrá, inexorablemente, unas consecuencias graves para todas nosotras, y una nula capacidad de retorno. Como el óxido que, pacientemente se come el sólido hierro de los barcos, la decepción se acumula y jamás retrocede.
Así que es muy probable que haya llegado el momento de empezar a exigir cuentas a todas las que dicen representarnos, y poder así decidir dejar de ser unos juguetes rotos en manos de estas visionarias a las que solo les importa su parcela de poder.
De lo contrario, de seguir instaladas en la desidia, la decepción provocará que los pronósticos más pesimistas de hoy se vean largamente superados y brutalmente aplastados por una sangrante realidad en la que las autoritarias de nuevo cuño y viejas camisas se erigirán en las nuevas amas…y bueno será tener en cuenta que para desalojarlas hará falta mucho más que un puñado de votos.
¿Agorero y exagerado análisis sin sentido? Ojalá.
Por ahora la decepción es la destacada en las intenciones de voto…y, visto lo visto, solo puede cambiar para empeorar aún más. El himno de las anarcosindicalistas de la CNT empieza con esta estrofa:
“Negras tormentas agitan los aires,
Nubes oscuras nos impiden ver…
…El bien más preciado es la libertad,
Hay que defender con fe y valor”.

Algunas con tanta visión de futuro, y otras como las vacas viendo pasar el tren. De puta pena.
De nuevo, nada más que añadir, Señoría.

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