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De los kurdos hasta el CETI

“Hay un grupo de kurdos en la iglesia de San José”. Aquel aviso telefónico que se giraba desde el cuartelillo de la Guardia Civil a la Delegación del Gobierno, en plena resaca de las fiestas patronales de 1995, sonaba a ‘cachondeo’.

Bien lo recuerdan aquellos guardias civiles que hoy pintan alguna cana más y que hace quince años tuvieron que hacer frente a un servicio pintoresco que significaría la clave del fenómeno migratorio asentado hoy en día en Ceuta. En aquel momento nadie podía imaginarse que iba a levantarse una valla en pleno perímetro fronterizo ni que se construiría el campamento de Calamocarro, ni mucho menos que a Ceuta la terminarían llamando ‘el gendarme de Europa’ protagonizando un papel decisivo en la contención migratoria. En aquel 1995 la Guardia Civil se apañó como pudo para resolver la pequeña ‘crisis’ que habían protagonizado aquellos hombres, mujeres y niños que, con sus maletas, aparecieron cerca del cuartel. “Aquel mismo día salieron de Ceuta, deportados”, recuerda uno de los responsables de la época. Pero hubo más kurdos y más conflictos. Y el germen de los disturbios del Ángulo no había hecho más que asomar.
De la inmigración anecdótica se pasaría a golpe de disturbio a la inmigración como problema enquistado en la ciudad. Los reducidos grupos de subsaharianos que malvivían en las Murallas y que esperaban marchar a la península pensaron que a los kurdos se les daba salida prioritaria y el malestar inicial dio paso a las amenazas y a los posteriores enfrentamientos que dieron la vuelta al país.
“Es en este momento cuando entendimos que la inmigración se había convertido en una problemática real a la que había que dar una solución”, apunta un agente de la Brigada de Extranjería, que sitúa en esta época el nacimiento del campamento de Calamocarro, en cuyas tiendas se gestaron decenas de historias y que sirvió de claro reflejo de cómo cambiaba la inmigración.
“Desde 1996 hasta 1999 fue la primer época de presión. Se estaba construyendo la carretera perimetral y no había obstáculos ni comunicaciones”, añade el miembro de la Benemérita. Después llegaría la segunda época, a partir de 1999, con una valla que supuestamente iba a servir de freno y que terminó siendo un fiasco. La orografía del terreno había hecho de las suyas, la valla era endeble y avalanchas de medio centenar de subsaharianos terminaban derribándola. El vallado tuvo que reforzarse en su totalidad y se vivieron momentos con entradas, en un sólo día, de entre 500 y 600 personas.
“Fueron unos años muy complicados. Nos tiraban a las embarazadas por el vallado, las soltaban cuando llegaban arriba y a los bebés los lanzaban envueltos por las zonas de menos altura”, añade. Ceuta figuraba en la principal ruta de paso migratorio explotado por las mafias y las fuerzas de seguridad se enfrentaban ‘vendidas’ a una realidad que había llegado por sorpresa a la ciudad. Desde aquellos kurdos que aparecieron en San José a estos meses de entradas continuadas, de noches en la frontera en las que se jugaban auténticos partidos de rugby, con unidades especialistas del Grupo Rural de Seguridad (GRS) que llegaban en tandas de cien para reforzar el perímetro en donde vigilaban además los militares. Cada agente que tuvo que pasar de guardia en aquella línea perimetral salpicada por zonas sin vallado y por zonas con vallas completamente destrozadas esconde en su memoria imágenes que prefiere olvidar. Imágenes de inmigrantes que llegaban heridos, de embarazadas a punto de parir o de bebés abandonados. Y no eran casos aislados. “En una noche de tremendas lluvias llegamos a encontrar a más de 300”, añade.
España se había gastado más de 8.000 millones de las antiguas pesetas en un perímetro fronterizo que hacía aguas por todos lados. Un dato: en los años 1999/2000, la Benemérita gastó en Ceuta más material antidisturbio que en todo el resto del país unido. Ni las algaradas abertzales del País Vasco, ni los enfrentamientos que podían sucederse en cualquier ciudad superaban, juntos, al material que despachó la Benemérita para frenar las avalanchas de inmigrantes organizadas.
“Te quedabas madrugadas vigilando y resulta que no te daban nada. Supuestamente tenías que impedir las entradas y te veías sólo, como un niño con su tirachinas”, indica un militar que, como a casi todos, le tocó guardias en la valla.
Si entraban 500 había que organizar salidas a la desesperada de otros 500 a la península. Se corría el riesgo de que Calamocarro estallara como un polvorín. Llegó a haber más de 3.000 inmigrantes acogidos en sus tiendas, aunque el PP, en el Gobierno, siempre se encargó de negarlo para que su gestión no quedara afectada.

“Todas las entrevistas tenían lugar en la segunda planta de la actual Jefatura Superior de Policía. Aquellos primeros subsaharianos que nos llegaban eran detenidos por entrada ilegal en España. De los calabozos los trasladaban a los despachos de la segunda planta. El silencio era la norma habitual de todos ellos a las preguntas que les realizaban los agentes”, indica una funcionaria del área de Extranjería.
Aquella primera inmigración era la de la pobreza. Vestían ropa vieja y, por supuesto, no traían teléfonos móviles. “La primera dificultad era conocer si provenían de países anglófonos o francófonos. En mi caso siempre utilizaba la misma táctica para reconocerles, entraba en el despacho y daba los buenos días en francés. De manera instintiva contestaban al saludo. El subconsciente les traicionaba”, añade. “Normalmente nos quedábamos los dos solos en el despacho. Uno enfrente del otro. Una característica de todos ellos, que me sorprendía, era que colocaban las palmas de las manos hacia afuera y las situaban entre las dos piernas por dentro. Siempre hacían lo mismo. Para que pudieran hablar no quedaba otro remedio que hacerles estar en confianza para que contaran su historia que luego quedaría plasmado en los documentos oficiales. Todos ellos llegaban sin documentación y además la historia se asemejaba: procedían de países en guerra y no habían tenido más remedio que huir. Solicitaban el estatuto de refugiado político. Casi un setenta por ciento decía que tenía carrera. Y recuerdo dos anécdotas: uno de ellos decía que había estudiado durante muchos años una carrera pero que no le importaba coger una escoba y una pala para limpiar las calles de Ceuta. Y uno que siendo médico también indicaba que no le importaba hacer de camillero para trasladar a enfermos con tal de quedarse”, apunta.
Las historias más dramáticas dieron paso a otro tipo de inmigración que también se coló por la valla. Y esa bien la conoce la Policía Nacional, que, como Cuerpo, contabilizaba toda la presión de inmigrantes que llegaba a la ciudad. “Por eso nos reíamos cuando el político de turno os negaba que hubiera 3.000 inmigrantes en Calamocarro... pero la orden política manda sobre cualquier otra y por aquel entonces no se podía publicitar la auténtica cifra de presión. Hubiera sido un escándalo”, indica un agente, mando antes y mando ahora del Cuerpo.
Tal es así que la Delegación del Gobierno llegó a enviar una nota de prensa negando una información de ‘El Faro’ en la que apuntó que eran más de 3.000 los subsaharianos hacinados en Calamocarro. Meses más tarde, en una comida oficial con la prensa, la misma Delegación del Gobierno tuvo que reconocer la veracidad de aquellas informaciones, aunque, claro está, sin enviar nota rectificada.
“En Calamocarro hubo de todo. Los inmigrantes llegaban en masa y no existía control. Fue entonces cuando empezaron las mafias. Por un lado estaban los francófonos que incluso montaron sus propios oficios en el campamento, y luego estaban los anglófonos, sobre todo los nigerianos, que empezaron a mover el negocio de la droga”, confiesa.
En 1999 la Benemérita sorprende el primer alijo de hachís en las tiendas y se da cuenta de que el perfil del sin papeles ha variado. “Había dos grupos bien diferenciados, y hubo quienes generaron un tipo de delincuencia con el tráfico de drogas y la prostitución. Calamocarro había que cerrarlo en cuanto se pudiera, pero antes debía terminarse la valla”, añade la Benemérita.
De aquellos inmigrantes que arrastraban historias de pobreza, de marginación, que habían tardado años en llegar a Ceuta se pasaba al otro perfil: el del sin papeles con teléfono móvil, con poder adquisitivo y que había protagonizado un periplo más llevadero porque tenía dinero para pagarlo. “Aquello fue una sorpresa para nosotros”, añade, pero más lo fue el toparse con una inmigración que llegaba a Ceuta no desde Marruecos, sino desde la península para encontrar en Calamocarro el lugar en donde conseguir papeles y documentación.
“En los años 1999/2000 descubrimos una inmigración distinta. Gente que había llegado a Calamocarro para conseguir los papeles, lo que dio lugar a una investigación que partió desde Ceuta”, apunta. Esa investigación consiguió sacar a la luz la existencia de una mafia organizada que trasladaba inmigrantes en vehículos desde Málaga a Ceuta, bien en barco o bien en helicóptero. Había  una inmigración nigeriana que llegaba en avión a Amsterdam y de ahí se organizaban los traslados hasta Ceuta. Venían de Europa a entremezclarse con una inmigración descontrolada para partir después en los grupos que salían con papeles con las oenegés. La ciudad se convirtió en punto de salida de miles y miles de inmigrantes. Hasta más de 12.000 llegaron a pasar oficialmente por Calamocarro, desde 1996 hasta el año 2000, cuando se decidió echar el cierre. Las mafias los trasladaban en vehículos de alquiler que eran conocidos por delincuentes. Desembarcaban en Ceuta con los inmigrantes, hasta que la Benemérita supo de la organización.  
“No sabíamos de dónde salían aquellos inmigrantes hasta que descubrimos la forma de introducirlos”, advierte. Por Calamocarro pasó el inmigrante más pobre hasta el que mostraba técnicas más sofisticadas: con dinero, capaz de controlar las pequeñas mafias. Hubo algún que otro coreano y hasta un súbdito de Haití, que llegó procedente de Europa en busca de la documentación.
Ceuta se convertía en un limbo en el que los inmigrantes quedaban retenidos, prevaleciendo al acuerdo Schengen, encargado de marcar unas fronteras artificiales. El año 2005 marcó, sin lugar a  dudas, un antes y un después en la inmigración. Aquel 29 de septiembre supuso la marca, impermeabilizándose el millonario vallado para aminorar prácticamente al máximo las entradas por la valla: sin duda las más sangrientas. ¿Cuántos han fallecido en esta vía? Nadie se atreve a dar una cifra. A los casos reconocidos se suman aquellos que forman parte de las estimaciones policiales. “Cuando nos entraban tantos juntos siempre había alguno que en comisaría te decía que su amigo, su mujer o un niño había entrado en el grupo... ¿dónde estaba? Pensábamos que se habría equivocado pero quizá sí tenía razón y se quedó en el intento”, advierte una funcionaria policial.
Marruecos se llevó apoyo europeo en forma de mayores inversiones económicas para blindar su parte de valla, la que le toca, reforzando el control sobre las vallas de más de seis metros de altura, construyendo una base militar en su frontera. Se frenó así no sólo las entradas masivas a Ceuta sino la temida práctica del voleibol, consistente en el lanzamiento de mercancía de las naves del polígono al otro lado del Biutz lo que terminaba provocando importantes daños en el sistema de alarmas controladas desde el COS (centro operativo de seguridad).
El cierre de Ceuta provocó un incremento notable en las llegadas de pateras hacia Algeciras. Con la activación del SIVE (sistema de vigilancia del Estrecho), la presión se desviaría hacia las islas Canarias. ¿Y en la ciudad? Apareció una inmigración hasta entonces desconocida: la asiática, que explotaba las entradas por mar.
De los asaltos por la valla y las pateras se pasó a las entradas en motos de agua, en pequeñas balsas playeras o con ayuda de los nadadores, los llamados ‘motores humanos’: magrebíes que se dedicaban a introducir a subsaharianos guiándoles en el paso. “Las mafias trajeron a asiáticos hasta el punto de que fueron mayoría sobre los subsaharianos. Llegaban de todas maneras y no se les podía controlar”, apunta la Guardia Civil. La nota curiosa de aquel momento la marcaron los chinos. Una zodiac cargada con más de 30 desembarcó a guapas y finas mujeres asiáticas en Calamocarro. Su devolución fue polémica por las formas en que la administración la llevó a cabo: por la fuerza, dando pie a deportaciones que estuvieron marcadas por un gran dramatismo, con persecuciones y escapadas de los propios inmigrantes al monte o a la iglesia.
La Audiencia Provincial de Cádiz en Ceuta jugó un papel determinante en el veto de los ‘motores humanos’. Aquellos argelinos que se dedicaban a tales prácticas fueron condenados hasta con penas de ocho años de cárcel. Más de cincuenta estuvieron presos en Los Rosales. El hecho es que conforme fueron dictándose las penas se fue rebajando este tipo de prácticas.
Ceuta se enfrenta ahora a una inmigración más o menos controlada. Se ha conseguido mantener un CETI con entre 400 y 500 inmigrantes. Hombres y mujeres que nada tienen que ver con los primeros que llegaron. Hombres y mujeres que manejan internet, que representan una generación distinta, que sabe, antes que la Policía, de las deportaciones logradas, de las nuevas incorporaciones o de cuáles son las salidas que les ofertan. Buena parte de los que hoy están en el centro han entrado por vía marítima, casi todos en balsas y alguno en huecos perfectamente especializados que se practican en vehículos.

Finales de los años noventa. Grupo de subsaharianos que se queda bloqueado entre las vallas.
Uno de los últimos rescates de las grandes zodiacs que llegaban cargadas de subsaharianos.
Infografía EL PAÍS del vallado.
Chinas en Ceuta, inmigrantes en la calle.
Observen la altura de la valla en la primera de las construcciones en los noventa. A la altura del guardia.
Tiendas en Calamocarro, las primeras que se colocaron en el año 96.
Antes en el Ángulo.
Presión 1999/2000: en semirrígidas, en motos de agua y luego asiáticos.

 

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