Es probable que sea debido al efecto del calor la tendencia a no centrar las cuestiones, para su solución, y dejar que la mente vaya de acá para allá, a modo de vuelo de mariposa, tomando un poco de lo primero que aparece para unirlo a lo segundo y a lo que siga, mientras se mantenga un mínimo de lucidez para hilvanar las ideas, si es que éstas se dejan. Así ocurre, de forma general, que se pasa de lo concreto de la cuestión a resolver a la divagación sobre todo aquello que, más o menos, pueda encontrarse a su alrededor. No se resuelve el problema pero, a decir de algunos, se enriquece con todo aquello que se pudo encontrar a mano, aunque no sirva más que para muy poco o resulte desechable en el momento que haya condiciones favorables para el estudio sereno y a fondo de la cuestión.
En realidad eso es lo que nos ocurre a los seres humanos en esa cuestión tan sumamente importante que es su propia vida, su razón de ser, a la que dejamos de lado con cierta facilidad en cuanto suena algo que nos distrae o que, incluso, nos llega a dominar por algún tiempo, hasta que seamos capaces de ver claro y volver a la verdad de la vida del ser humano, de cada uno en particular.
Así vamos en cuanto nos descuidamos; deslizándonos de lo concreto a la divagación, de lo real a la fantasía, de lo profundo y firme a lo volátil que se deshace como el humo en la inmensidad del espacio y de lo que nada permanece.
Se nos ha recordado, por medio de dos Encíclicas y deberíamos no olvidar, que “el hombre es el autor, el centro y el fin de la toda la vida económico-social” y que por ello “el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad”.
Ahí está lo concreto, la importancia suma del hombre (del ser humano en general) en sí mismo y en su dedicación a la sociedad. Cuidar la esencia del ser humano es labor personal de primer orden y también lo es de cualquier órgano rector de la sociedad. No se debe olvidar, en ningún caso, que la sociedad será lo que sean capaces de desear y llevar a la práctica los seres humanos que la integran.
Es labor primaria y de siempre, a lo largo de toda la vida, que toda persona tenga como fin concreto servir a los demás; que no se debe vivir de espaldas a toda otra persona porque se les hace daño - en ocasiones de suma gravedad -y porque quien se ama a sí mismo acaba hundiéndose en lo más profundo de la miseria moral.
Vivir el hombre en la concreta razón de ser de su vida tiene una fuerza moral de valor máximo y un panorama de ilusión que nunca se agota; siempre deseará hacer más y mejor lo que deba hacer porque es bueno para otras personas que necesitan cariño.
Es el amor a la gente, el de verdad y no de fantasía que se desvanece como las palabras huecas que se las lleva el viento.
A veces esas fantasías nos asaltan y la divagación anula nuestro ser. Hay mucho concreto que resolver o, cuando menos, que necesita cariño para afrontar, juntos, lo que duele. Ahí hacemos falta todos; nadie sobra.