El sistema no funciona. La pirámide sobre la que sustentamos nuestro ordenamiento social se levantó sobre débiles pilares. Se han dictado normas y leyes para dar una protección inmoral a quien no se la merece.
Y así tenemos situaciones esperpénticas de miembros de fuerzas de seguridad condenados en firme que siguen luciendo su uniforme, porque sencillamente la burocracia ha sabido tejer una tela de araña que aporta una protección bochornosa que avergüenza al resto de compañeros.
Es inconcebible que un miembro de las fuerzas y cuerpos de seguridad que se ha sentado delante de un juez para reconocer que miraba hacia otro lado mientras los narcos hacían su agosto siga luciendo el uniforme. Lo mismo que aquel agente que se ha dedicado a robar al pobre haciendo uso de su puesto de trabajo y que, tras reconocerlo, ha seguido disfrutando de su condición de autoridad aunque moralmente ha quedado marcado de por vida. Ya no es que un tribunal condene (lo que permite abrir el debate sobre si ha habido justicia o no), es que hay agentes que han reconocido ellos mismos sus comportamientos irregulares y a pesar de ser sentenciados por compadrear con narcos, golpear a una persona para luego mentir diciendo que la víctima era el agresor, robar, engañar al pobre o disparar tras una noche de copas... siguen luciendo la ropa que han manchado. Y aquí no pasa nada, nadie reclama cambios.
El propio sistema permite un ejercicio impúdico de un corporativismo que tapa algo más que errores, porque comportarse de esta manera es faltar a los principios que uno juró y permitir que personas condenadas sigan vistiendo el uniforme cuando no son ejemplo ni ante ellos mismos, ni ante sus compañeros, ni ante la sociedad.
Pero todo está organizado de tal forma que nada funcione como debe. Sería esperpéntico pensar que la misma puerta de la Delegación del Gobierno o los juzgados estén vigilados por quien ha aceptado ante un tribunal ser un vulgar delincuente. Sería esperpéntico tapar ante la ciudadanía a quienes tras moverse al margen de la ley han sido protegidos, siendo ‘colocados en un boquete’ para seguir cobrando sin generar esa alarma social que las instituciones se sacan de la manga cuando quieren. Sería, sería... no, desgraciadamente lo es. Ejemplos tenemos demasiados, situaciones rocambolescas que le hacen pensar al ciudadano que esto no funciona, que parece que quienes deben dar ejemplo montan un caparazón para defender lo indefendible en un mundo en el que se funciona a base de normas ridículas que dejan la moral aparcada. Quienes ven los brotes verdes de esa crisis económica olvidan marcar la salida a un túnel de la vergüenza. Para eso deberían tener valores. No los hay.