Estaba sentado tomando un refresco junto al mar. Los reflejos del sol en aquel paraje eran tan bonitos que mi imaginación empezó a volar. Vi a un nadador que con la mano me indicaba que fuera junto a él. Yo con mi chaquetón puesto pensaba en voz alta: “Este se estará congelando”, pero insistía y ahora sí lo oía: "Está estupenda, no pierdas ni un instante".
Mire hacia otro lado y observé la aleta de un tiburón y rápidamente le indiqué que se fijará en aquella escena. Miró y con tranquilidad empezó a nadar hacia la orilla.
Cuando llegó a la misma, me di cuenta que era una mujer por llevar bikini y además tenía una bonita figura.
Me miró fijamente y me dijo: “Muchas gracias”.
La invité a un café y para allá fue. Alguien le esperaba y le facilitó una toalla y un vestido largo.
Se dirigió hasta donde estaba y me habló:
- Soy Lorena, una soltera, pero que desea un café, ¿me invitas?.
- Por supuesto.
Llamé al camarero y a los pocos minutos fue servida.
- Nunca me había pasado, ver la aleta superior de un tiburón, pero muchas gracias por el detalle, siempre estaré agradecida
- No es para tanto, solo fue una advertencia.
"Le confesé mis pinitos en la escritura y me dijo que deseaba leer algo mío"
Quedamos para la noche y fue una gran sorpresa al comprobar la llegada de un coche, grande, de color negro, y al salir ser ayudada por un hombre trajeado.
Todo el mundo admiraba su porte de mujer y el detalle de gran señora y encima dirigirse hacia a mi, un hombre sencillo, con un pantalón vaquero, una camisa y un jersey de poco más de treinta euros.
Empezamos a hablar aunque todo el mundo estaba atento a mi pareja.
Una CocaCola Zero, que fue tomada sorbo a sorbo, por esa linda boca y acompañada por un rico lenguaje y posturas muy coquetas de mi damisela.
Yo no daba crédito, pero estaba junto a alguien muy importante.
Era una mujer culta, que deseaba experimentar como se confesó, y estaba abierta a escuchar historias para sus futuros libros.
Le confesé mis pinitos en la escritura y me dijo que deseaba leer algo mío.
Me quedé de piedra pero por fin había encontrado a alguien que se había interesado en algo que me gustaba: escribir.
Me facilitó su número de teléfono y durante mucho tiempo estuvimos en comunicación por los medios normales de los móviles.
Fue y es un amor platónico, pero a la vez un alma gemela, aunque distante en nuestra atracción personal.
Las musas me trajeron una mujer la cual vio mi trabajo y con mucho desparpajo me ofreció ser una admiradora, yo caí ante sus encantos y ella me dio el más bonito de sus momentos para leer mis prosas, mis versos y ser una fiel sirvienta en la lectura de mis relatos y anécdotas.
Gracias por ser una amistad sana y cumplidora de los sentimientos de un escritor que desea ser seguido y aplaudido.