No cabía lugar para la sorpresa. Marruecos no puso sobre la mesa en la X Cumbre Bilateral su histórica reivindicación sobre Ceuta y Melilla. Nuestros vecinos aguardan “mejores días” para hablar con España de este asunto, como ya manifestaba a Europa Press este verano, Mohamed Cheikh, el presidente de la Cámara de Consejeros. Es cuestión de paciencia, tiempo y prioridades.
Lo dice un viejo proverbio árabe: la paciencia es la llave de la solución. Y Marruecos anda sobrado de ella con respecto a las dos ciudades. Ahora se frota las manos asistiendo a su estrangulamiento económico y territorial. Su condición de socio preferente de la UE y la liberación de aranceles sabe que pueden ser fatales para el tradicional comercio de ambas. Tampoco sigue sin admitir la mínima cooperación transfronteriza, rechazando de plano las enormes posibilidades que, para una y otra parte, supondrían los fondos INTERREG. Imposible.
Según se mire, claro. Por supuesto que Marruecos si que estaría dispuesto a abrazarnos, pero a su manera. Recuérdese aquella rueda de prensa del pasado año, cuando el presidente de la Comisión Consultiva de Regionalización y antiguo embajador en España, Omar Azziman, aseguraba que “Ceuta y Melilla se integrarán en la región en la que están situadas el día que lleguemos a una solución para su recuperación” y que, en nuestro caso, pasaríamos a formar parte de la de Tánger – Tetuán.
La demografía juega cada vez más a favor del vecino, engrosada con los imparables asentamientos ilegales de marroquíes, los partos incontrolados en nuestro Hospital Civil de ciudadanas de ese país o con los matrimonios de conveniencia y los que no lo son. Poblacional y urbanísticamente, la percepción del Príncipe es ya la de un barrio de Marruecos. Hadú va camino, y pare Vd. de contar.
Desgraciadamente el asunto viene ya de muy lejos. No tienen desperdicio en ese sentido los significativos titulares aparecidos en ‘Libertad Digital’, el 16 de agosto de 2010: “Pío Moa: Me comentaba Sabino Fernández Campos su asombro ante la declaración de un alto responsable español a Hassan II”: “El problema se resolverá según ustedes vayan metiendo marroquíes en Ceuta y Melilla hasta que sean mayoría”.
Un asunto que, me consta, no escapa de las preocupaciones de tantos ceutíes musulmanes de toda la vida, profundamente arraigados a su tierra y a su españolidad de la que se muestran orgullosos. Desazón aún mayor en estos momentos ante la deriva que pudiera tomar la radicalización de determinados individuos y de la que viene dando cuenta exhaustiva este periódico.
Diríase que la X Cumbre Bilateral ha sido más de intereses económicos que de otra cosa. Como bien subrayaba el primer ministro, el islamista Benkiram, “lo importante era ahora la firma de convenios”. Poderoso caballero es D. Dinero, que cantara la célebre letrilla de Quevedo. España se ha convertido en el primer socio comercial de Marruecos, por encima incluso de Francia. Unas 700 empresas españolas aguardan ya su aterrizaje en el país con sus multitudinarias inversiones en infraestructuras, saneamiento de aguas o energías renovables, entre otras.
Aparentemente pues, el clima de amistad y cooperación tras la Cumbre no puede ser mejor. “Institucionalizará el diálogo político reforzado”, se dijo al término de la misma. Magnífico, sí. Y, digo yo, en ese fraterno clima por el que atraviesan las relaciones entre los dos países, ¿no hubo ni habrá lugar para abordar el tema de los menores transfronterizos o el de nuestra aduana comercial? Apuesto doble contra sencillo que de ello no se habló ni una sola palabra en la RAN. Una oportunidad de oro, pero está visto que este gobierno, como los que le precedieron, prefiere pasar de todos aquellos problemas que puedan molestar al vecino país. Faltaría menos. Aquí quisiéramos ver muchos esa “especial sensibilidad del ejecutivo PP para con Ceuta y Melilla” (sic).
Si el establecimiento de la aduana comercial es importante, no lo es menos el imparable proceso migratorio de los menores no acompañados que colapsan los centros de las dos ciudades. Marruecos sigue negándose a admitir a estos niños, y, aún más, hasta que su repatriación y tutela se lleve adelante en centros construidos y apoyados por España en su propio país. Pero ambos problemas son parte de una clara estrategia ante la que sabe que la claudicación de España es segura. Desgraciadamente los hechos parecen proclamarlo así una vez más.