El siglo XVIII es para España en lo militar el de la creación del Ejército, el del paso de las tropas mercenarias o de circunstancias a una cierta estructura militar orgánica con carácter permanente, no exenta de elementos extranjeros. Dentro de este esquema general de la defensa del reino, los inválidos desempeñaron un papel importante, tanto en su calidad de soldados como por su condición de veteranos al servicio de una sociedad que daba sus primeros pasos hacia la modernidad.
Desde la creación de los Cuerpos de Inválidos por Felipe V en 1717, pocos acontecimientos relevantes se dan en su organización durante la primera mitad del siglo XVIII, apenas retoques relativos a la ubicación de las Compañías en función de las necesidades de cada época. De las novedades habidas en la segunda mitad del siglo cabe destacar la reorganización de 1753, emprendida con la finalidad de atender, entre otras, la vigilancia de las obras del Canal de Castilla en la Tierra de Campos, con el Regimiento de Inválidos de Toro y sus destacamentos, la participación en el nuevo Cuerpo de Artillería, que dio lugar a las Compañías de Galicia. En lo sustancial, la organización permaneció sin variaciones hasta 1761, la primera reforma realizada en tiempos de Carlos III.
En aquel año, el Secretario de Estado y Guerra, Ricardo Wall, dictó el Reglamento para la reducción de los Cuerpos de Inválidos a Compañías sueltas, de esta forma desaparecían los Regimientos y se flexibilizaba el despliegue anterior adaptándolo con un criterio más operativo a los servicios que tradicionalmente tenían prestado los inválidos. Conviene detenerse en la persona de Ricardo Wall por cuanto confirma que las atenciones debidas a los inválidos militares estuvieron siempre marcados por figuras de mentalidad abierta, distintas y a veces opuesta al rancio absolutismo de la nobleza.
Ese personaje, de origen irlandés, como muchos altos mandos de la época, se caracterizó en todo momento por su oposición al Conde de Floridablanca y su camarilla, así como el sector eclesiástico más afín a la Inquisición. La reforma de Wall consistió sustancialmente en la división de los Inválidos en Agregados, dispersos Hábiles e Inhábiles, si bien esta consideración ya venía considerándose de manera táctica desde 1717, cuando se crearon los Cuerpos o Batallones con un total de 24 Compañías.
Ahora, los Cuerpos de Inválidos Hábiles se establecían en las provincias de Andalucía, Castilla, Madrid, Galicia y Guipúzcoa, divididos en 30 compañías. Por su parte los Inhábiles se agrupaban en Sevilla y castillo de San Felipe de Valencia; posteriormente se crearon dos más en Lugo y Toro.
Los Útiles establecidos en Madrid se hallaban organizados en base de una Compañía de granaderos y nueve de fusileros, haciendo funciones de orden público y policía. Era ésta una misión nueva que permitía una amplia plantilla por tratarse de la Corte y a su vez, constituía un reconocimiento de confianza, como lo demuestra el hecho de prestar servicios junto con el reciente Cuerpo de Milicias banas, constituidas por vecinos de “probada honradez y medios de vida propios”. En general, quedó asignada a las 30 Compañías de Inválidos toda la defensa y custodia del litoral y fronteras con Francia y Portugal. Podría decirse que con la reforma de Wall los inválidos pasaron a ser una especie de carabineros de reino y guardianes de los edificios más emblemáticos del patrimonio nacional, no asignados a tropa en activo.
Un decreto de 1811 reconoció la asistencia social a los mutilados civiles y militares.
Los inhábiles continuaron figurando en las Compañías de Sevilla y Valencia sin asignación de un cometido concreto. Cabe suponer que esas dos Compañías tuvieron un carácter administrativo y no sería otra cosa que capitulados teóricos donde canalizar las pensiones de invalidez. Los denominados Inválidos Agregados debían ser los tradicionalmente conocidos como los recuperables o temporales, mientras los Dispersos recibirían la pensión en sus domicilios por no poder pertenecer a las Compañías de Inhábiles en razón de ubicación de residencia. Para ellos se diseñó un uniforme único consistente en casaca y calzón turquí, cuellos, vueltas y forro blancos, chupa blanca, sombrero con presilla y galón amarillo, botones dorados, además de botín alto de paño blanco con jarreteras de cuero negro. El Decreto de 1811 fue una de las medidas más justas que se han dictado en materia de asistencia social a mutilados de guerra, por cuanto se admitía en la antigua organización de Inválidos a militares y civiles inutilizados por su participación en la campaña que se estaba librando en esa fecha.
Buenas noticias para los vecinos de Ceuta que quieran sacarse el carné de camión o…
El Garitón de Santa Catalina de Ceuta recupera su esplendor de tiempos pasados. El Bien…
Si hay un sitio donde La Legión de Ceuta levanta pasiones todos los años es…
Este era un Lunes Santo muy esperado por la Franciscana Hermandad de Nazarenos del Santísimo…
La alegría ha estallado en los corazones ceutíes al conocer la noticia más esperada por…
La Iglesia de San José de Ceuta ha sido uno de los templos más notables…