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Cucharas que salvan un verano

Viernes, mediodía de un mes de julio. En circunstancias normales las aulas del CEIP ‘Reina Sofía’, en el corazón de El Príncipe, estarían vacías y cerradas a cal y canto, como contempla el calendario escolar de un curso finiquitado ya hasta septiembre.

Para la actividad lectiva de hecho lo están, pero las puertas del centro abren cinco días a la semana a las 10:00, desde finales de de junio, para recibir a los niños del barrio usuarios del comedor, uno de los ocho abiertos durante todo el verano tras el acuerdo entre la Ciudad y el Ministerio de Educación. Y, sobre todo, tras el montante de 1,3 millones de euros autorizados por el Gobierno central con cargo al Fondo de Atención a la Infancia. Los beneficiarios son, desde hace poco más de diez días, los cientos de niños a los que ambas administraciones han garantizado una alimentación básica que por las dificultades económicas de su entorno podía haber quedado en entredicho. Familias sin recursos o golpeadas por la crisis, con escasos ingresos, a los que el colegio les ayuda a salvar con creces el verano.
El reloj se acerca a las 13:00 y de dos aulas de la planta baja comienza a salir, en orden y por edades, el primer grupo de los casi 85 pequeños que esta semana han agarrado la cuchara en el centro. Su destino, a escasos metros, es el comedor donde les espera el menú. Son apenas la mitad del total que integra la lista de admitidos, porque el Ramadán reduce de forma considerable la asistencia. “Tenemos en lista a 170 niños, pero en este mes sagrado para ellos son menos los que vienen. Cuando acabe, volveremos a tenerlos a todos”, detalla Trinidad de la Cruz, técnico de Integración del centro y responsable de que la maquinaria que alimenta al grupo se ponga en marcha a diario. Junto a ella, otros dos encargados de la Biblioteca y de Informática, más cuatro profesores de refuerzo, dos llegados desde el ‘Almina’ y otros dos de los PCPI (Programas de Cualificación Profesional). Entre todos coordinan las actividades que durante las tres horas previas al almuerzo cumplen también la función de entretener a niños que, por sus circunstancias, tienen también el ocio limitado.Plástica, juegos, balones... “Les tenemos entretenidos y los controlamos un poco, en las aulas y en el comedor. Hacemos un poco de comodín”, confiesa Antonio Vázquez, uno de los docentes.
A las 9:30, antes de que los pequeños invadan el centro, los fogones de la cocina del ‘Reina Sofía’ comienzan a humear. El viernes tocaba estofado, pescado con ensalada y postre lácteo. Traducido, 25 kilos de patatas, 8 kilos de ternera, guisantes, zanahorias, 8 lechugas, 4 botes grandes de ensalada mediterránea... y todo lo necesario para contentar a unas bocas que, coinciden cocineras y profesores, “pueden repetir todo lo que quieran”. A esos 170 usuarios se unen otros 23 niños llegados desde otros colegios –bien porque en sus centros no hay comedores o porque el de El Príncipe les es más cercano– y cinco familias del barrio a las que por su delicada situación económica se les sirve la comida en casa. “Estamos llegando más lejos incluso de lo que podemos, pero es que en esta zona de Ceuta las cosas están muy mal. Hay quien no ingresa nada. Somos conscientes de que, pese a este gran esfuerzo, aún nos quedamos cortos”, subraya Trinidad.
En todos los casos, el criterio para la admisión es idéntico al que rige en el servicio de comedor el resto del año. Se exige documentación que acredite la insuficiencia de recursos, o que éstos sean limitados en todo caso, y se elaboran baremos. Los padres de los beneficiarios, aseguran los profesores, “agradecen toda esta ayuda que están recibiendo” e incluso se han ofrecido a colaborar en el caso de que escasee el personal. Hay, relatan, muchos casos de familias que de no contar con el respaldo del comedor se habrían marchado como en veranos anteriores a Marruecos, donde la cobertura de sus familias les permite capear el temporal.
A las 13:15 el comedor es ya un hervidero de cabezas que hacen sonar sus cucharas contra las bandejas hasta que se esfuma su contenido. Risas, confidencias con el compañero de mesa y pocos problemas. “Los dan más los mayores que los pequeños, pero en general se portan muy bien”, relatan los profesores. De fondo, el escenario común cuando bajo un mismo techo se suman tantos locos bajitos, que diría Serrat: quien regatea la comida, quien pide repetir, el que implora que se lo machaquen todo porque no le gusta el color de la zanahoria o quien decide alterar el orden y empezar por el postre.
De lunes a viernes, hasta entrado septiembre, el ritual se repetirá en los centros escolares acogidos al programa de comedores: ‘Príncipe Felipe’, ‘Ramón y Cajal’, ‘García Lorca’, ‘Ortega y Gasset’, ‘Andrés Manjón’,  ‘Pablo Ruiz Picasso’ y ‘Reina Sofía’. En el caso del último, pasan por los tres turnos diarios pequeños con edades comprendidas entre los 3 años y los que están a punto de dar el salto al instituto. Siempre, aseguran los responsables del programa, el beneficio es palpable. “Tenemos un comedor pequeño y estamos aún algo desajustados porque llevamos pocos días abiertos, pero lo que sí vemos es la necesidad que estamos atendiendo. Es una barriada con muchos problemas, con gente que no tiene ingresos o apenas 300 euros, y esto es una gran ayuda para ellos”, insiste Trinidad.
Tan bien marcha el programa que, por ahora, el único contratiempo en el ‘Reina Sofía’ es que una cortadora automática de patatas decidió hace días dejar de funcionar. El resto, incluido el objetivo de hacer más llevadero el verano a casi 200 familias, progresa adecuadamente.

Servicio más allá del almuerzo

Las meriendas, también aseguradas

Los pequeños almuerzan en el comedor del ‘Reina Sofía’, pero al marcharse también se llevan bajo el brazo una bolsa para la merienda que incluye bocadillos, dulces y zumos. Durante este mes de Ramadán, que ha mermado la asistencia al centro, hay familias que no envían a los pequeños pero sí recogen el paquete para consumirlo tras la ruptura del ayuno. No hay derivados del cerdo y la carne es halal.

La cocina, en manos experimentadas

Pilar López, Isabel Pérez y María del Carmen Luna encienden cada mañana los fogones de la cocina para que horas después, a partir de las 13:00, el comedor esté en plena ebullición. Contratadas por la Ciudad o integrantes del convenio con el MECyD, acumulan a sus espaldas un buen puñado de años de experiencia. Son también las encargadas de las compras y de que el almacén esté siempre lleno.

Profesores y la ayuda de ocho voluntarias

Además del personal de conserjería y limpiadoras, el peso de la organización recae sobre los siete profesores que simultanean las actividades y el control del comedor. En esa tarea han encontrado el apoyo de un grupo de ocho alumnas que de forma voluntaria se presentaron en el centro y se prestaron a colaborar. “Ayudan en todo, sobre todo con los más pequeños”, aseguran los docentes.

Menús saludables, ricos en hidratos y proteínas y que varían durante la semana

Organizar el almuerzo de casi 200 niños requiere una buena dosis de previsión y de organización, pero también de control de los alimentos y las calidades que van a ingerir. Las responsables de la cocina subrayan que los menús que se sirven de lunes a viernes están controlados al milímetros, son “saludables y ricos en hidratos y proteínas”, acorde con las necesidades de escolares en edad de crecimiento. En una de las paredes cuelga la relación de primeros platos, segundos y postres que rotarán durante la semana. También está calculado que a lo lardo de los cinco días se alternen frutas y productos lácteos. Lo preferido, “la pasta y la tortilla”. Incluso la buena aceptación de las lentejas “sorprendió”, bromean. “Comen bien, aquí no tiramos nada”, subrayan.

Un plan diseñado durante meses

Siete centros educativos abiertos hasta el 30 de septiembre para atender a más de mil niños  que reciben un almuerzo y una merienda. Ése fue el reto al que se comprometió el Gobierno de la Ciudad el pasado 12 de junio, cuando le dio el visto bueno en Consejo de Gobierno a un proyecto que, por momentos, dio la impresión de que podía quedar bloqueado por los problemas de logística y enfangado en el cruce de acusaciones entre partidos políticos.
Fue necesaria incluso una reunión extraordinaria del Ejecutivo de Juan Vivas para darle el espaldarazo definitivo a un plan de ayuda social que se perfiló durante semanas y que implicaba, según reconocieron sus propios impulsores, un enorme reto logístico y,  sobre todo, económico. Cerrados los flecos con el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, de quien depende la gestión de los centros educativos en la ciudad, la apertura de los comedores en verano se convertía por fin en realidad. Las cifras por fin parecían cuadrar: unos 540.000 euros, de los que 300.000 serán absorbidos por los sueldos del personal necesario para sacar adelante el servicio que reciben los alumnos. El resto se destina a la compra de alimentos,  al gasto derivado de la elaboración de los menús y al propio funcionamiento de los colegios. El montante necesario para afrontar ese desembolso lo aporta el Gobierno central, que convirtió a Ceuta en una de las grandes beneficiarias del Fondo Especial de Atención a la Pobreza Infantil al poner en manos de la Ciudad un total de 1,3 millones de euros.
En aquel Consejo de Gobierno, el Ejecutivo local perfiló que el servicio prestado durante el verano en los comedores debía ser cubierto con el personal integrante de su bolsa de trabajo de cocineros, sumando además a otros trabajadores fijos-discontinuos contratados por el MECyD, que a su juicio son   “los que mejor conocen los menús y las características del alumnado”. En esos casos se han prorrogado los contratos, que habían vencido a principios de junio y se prolongaron hasta el 30 de septiembre.

2.500 firmas
El sí definitivo al programa de Asuntos Sociales se produjo en medio de denuncias políticas por lo que consideró una desatención a las familias más necesitadas. Caballas, el primer partido de la oposición en la Asamblea, llegó a reunir hasta 2.500 firmas reclamando la apertura de los comedores en verano. Logrado el objetivo, sus líderes celebraron que “el dinero público sirva para atender las necesidades más acuciantes”, pero reclamaron que el servicio no se limite solo a los alumnos ya beneficiarios durante el curso, sino a todos aquellos integrantes de familias con recursos muy limitados.

La planificación

 

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