Para los creyentes ayer se escribió la crónica de un milagro. Para los ateos, a la diosa fortuna le dio por aparecer en pleno Monte Hacho. Y es que todo fueron parabienes en el accidente ocurrido, pasadas las tres de la tarde, en la carretera del Hacho después de que uno de los camiones empleados para el traslado de los residuos desde la planta de transferencia al puerto volcara en plena vía. El conductor resultó ileso, a pesar de lo aparatoso del siniestro, y, momentos antes del accidente, los trabajadores de la planta habían echado a cuatro subsaharianos que habían detectado en el interior del contenedor. “Antes de salir comprobamos que la carga se movía y golpeamos por fuera. Se escucharon voces y encontramos a cuatro subsaharianos a los que instamos a salir”, indicaron responsables de la planta. En otro camión habían localizado a otros cinco inmigrantes del CETI. Sin preverlo habían salvado sus vidas. Nada hacía presagiar que ocurriría un accidente similar al que terminó con la vida de Paul Nlende el pasado 28 de diciembre, hace justo dos meses. De milagros ‘andaba’ la tarde ya que en el momento en que se produjo el vuelque del camión, no pasaba ninguna persona por la senda peatonal que bordea la carretera del Hacho. La hora en que se produjo el siniestro, sobre las tres de la tarde, favoreció que el tránsito fuera menor.
De inmediato se dio aviso a la Guardia Civil cuyas patrullas se encargaron de cortar la carretera hasta que, pasadas las seis de la tarde, se conseguía restablecerlo. Con apoyo de dos grúas se levantó el camión y después se retiró el contenedor, procediendo a limpiarse toda la zona. Los quitamiedos del espacio concreto en que cayó el vehículo quedaron destrozados.
Los trabajadores de la planta de residuos así como sus responsables no dan crédito a lo sucedido. Dos accidentes similares en un par de meses sucedidos de la misma manera, aunque en espacios algo distanciados pero ambos en curvas. Sin entrar a detallar otros asuntos, ayer prevalecía el saberse afortunados al no tener que lamentar la existencia de víctima alguna.
En sus mentes queda el malestar provocado por la ausencia de controles que existen en el entorno de la planta de residuos. Sus responsables piden que haya una mayor presencia de las fuerzas de seguridad. Denuncian que las patrullas de la Benemérita son algo más visibles por el entorno, pero que a la Policía Local “ni se la ve” y a la Nacional “de vez en cuando”. La presión protagonizada por los sin papeles no cesa. Según cálculos de los responsables, se produce, de media, entre ocho y diez intentos de entrada en camiones cada día. “El lunes lo intentaron 15, pero cada día tenemos una media de diez o doce. Lo único que podemos decir es que se vayan, pero continúan merodeando por la zona”, apuntan.
Tras la muerte del nigeriano Paul cesaron los acosos a la planta pero ahora, con la llegada del buen tiempo, la senda continúa e incluso ha aumentado la presencia de clandestinos que, desde primera hora, emprenden su ruta hacia el Hacho. Su objetivo es colarse en los camiones y el hecho de que haya compatriotas que lo consiguen les anima a seguir en la lucha. Una lucha por la libertad.
Las salidas desde el CETI a la península se ralentizan y eso desespera a aquellos subsaharianos que a pesar de llevar poco tiempo en la ciudad persiguen una salida rápida. Eso les lleva a actuaciones de este tipo. Son varios los inmigrantes que han muerto dentro de contenedores o en los bajos de los camiones. ¿Eso supone un freno a las escapadas? La realidad demuestra que no, aunque haya muertes son más los que consiguen cruzar al otro lado. Y eso no hay vigilancia, ni controles, ni ley que lo pueda frenar. La planta de residuos, una nueva valla en mitad del Monte Hacho No es el perímetro fronterizo, pero de seguir así lo va a terminar pareciendo. La empresa que gestiona la planta de residuos del Hacho, Urbaser, se ha visto obligada a reforzar la seguridad ante el repunte en los intentos de pase de subsaharianos, que pretenden colarse en el interior de los camiones. Tras la muerte del nigeriano Paul Nlende, Urbaser terminó la construcción de un muro de hormigón, blindando así toda su planta. O al menos eso es lo que pensaba, pero se equivocó. Después de unas semanas los inmigrantes continuaron en sus intentos de pase y con la llegada del buen tiempo, éstos han ido a más.
Así las cosas la empresa optó por añadir algo más. ¿El qué? Una valla de metro y medio sobre el muro, que termina además con unas concertinas. Algo así como un perímetro fronterizo en plan doméstico.
El hecho es que los inmigrantes siguen entrando. Si lo hacen por un vallado millonario blindado por la Benemérita a base de cámaras y sensores, cómo no hacerlo en otra 'pequeña frontera' en donde ni hay guardias ni sensores ni, mucho menos, les hace falta escaleras.
La sagacidad de los subsaharianos es tal que incluso la empresa descubrió un pequeño orificio de unos 50 centímetros que había quedado sin muro, que era por el que se estaban introduciendo para colarse dentro de los camiones.
Los responsables reclaman apoyo de la Delegación del Gobierno para que ordene la existencia de controles en el entorno al objeto de aminorar la presencia de estos inmigrantes. Critican además el comportamiento de los sin papeles que, cuando son detectados por los trabajadores de la planta no abandonan tan fácil el lugar e incluso les llegan a instar a que llamen a la Policía.
Los responsables de la planta consideran que ni con vigilantes jurado podrían hacer frente a una situación que no pueden controlar y que se ha terminado convirtiendo en un grave problema de seguridad.
Vídeo: Momento en el que una grúa levanta el camión
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