Opinión

Cuando llegué a Ceuta

Corría el año 89 cuando llegué por primera vez a Ceuta con mi flamante oposición de Interventor recién aprobada. No le di mucha importancia a las deficiencias de todo tipo que por entonces había en la ciudad porque, en principio, mi estancia iba a ser corta. Estaba en marcha un proceso de concurso de plazas a los servicios centrales del organismo al que había sido destinado, en el que estaba seguro obtendría un puesto, dada mi antigüedad en la Administración. Así ocurrió. A los 9 meses ya estaba en mi nuevo destino. Sin embargo, el futuro es incierto. Circunstancias que no vienen al caso, me volvieron a llevar a Ceuta un par de años después. Desde entonces, salvo ausencias cortas por razones laborales permanezco en esta ciudad. Y espero seguir aquí algún tiempo más. El pasado jueves, cuando despegaba el primer vuelo de helicóptero a Málaga, en el que había embarcado, contemplaba la belleza del lugar en el que estamos ubicados. Era un día algo nublado, pero con una claridad inusual. Se veía perfectamente la bahía de Algeciras, con el majestuoso Peñón de Gibraltar sobresaliendo por encima de pequeñas nubecillas, y el puerto de Ceuta, con la montaña de la Mujer Muerta escoltándolo. Las primeras luces del día ayudaban a contemplar una bella ciudad iluminada que empezaba a despertar. El mar estaba en calma. Parecía de plata. Sobre él surcaban enormes barcos, unos de paso y otros que salían de los puertos a ambos lados del Estrecho. Me venían a la memoria las imágenes de esa Ceuta escasamente desarrollada de finales de la década de los 80 del pasado siglo. Recuerdo que cuando llegué, aún había un importante mercadeo de bazar, aunque estaba llegando a su fin. La calle de la Marina era un lugar triste y oscuro, en el que no era aconsejable andar por la noche. El mar llegaba hasta allí. Había muy pocos restaurantes. La vivienda era escasa y cara. El estado de conservación de muchas viviendas y edificios oficiales era muy deficiente. La sede de la Seguridad Social, en donde yo estuve destinado, no resistía una inspección seria de Seguridad e Higiene. Los barcos tardaban más de dos horas en cruzar el Estrecho. Y para llegar a Algeciras, por ejemplo, desde Granada, tenías que circular en coche durante más de 5 horas, por una carretera estrecha y llena de curvas. En aquellos años, entrar a Ceuta era como trasladarse a otro mundo. Muchos funcionarios se deprimían cuando descubrían el lugar al que habían sido destinados. Ahora, casi treinta años después de aquella primera vez, cuando me preguntan por qué sigo aquí, les contesto que la vida es tranquila, hay buenas gentes y lo tienes todo a la mano. De hecho, salvo en una ocasión, que por razones familiares necesité el traslado a Granada, que no me concedieron por pura maldad (se está dilucidando en los Tribunales), en la actualidad estoy bien, trabajo en lo que me gusta (la docencia y la investigación), y la dotación de servicios de transporte me permite compaginar mis viajes a Granada semanalmente, para estar con la familia y llevar a cabo mi otra pasión: trabajar artesanalmente la elaboración de pan ecológico. Nada que ver las condiciones de los transportes y las carreteras de esos años, con la actualidad. Los barcos son más cómodos y rápidos. Hay autovía desde Algeciras. Y el helicóptero te permite, por ejemplo, ir y venir en el día a muchas ciudades de la península. Ya sé que para muchos el helicóptero es un lujo innecesario. Por ejemplo, para la Universidad de Granada. Pero es un servicio público imprescindible en estos tiempos, que, además, ha conseguido hacerse un hueco en el difícil mercado del paso del Estrecho, forzando a bajar los precios de los barcos a algunas navieras (esto nunca lo reconocerán, pero es así). Si fuéramos capaces de poner en una balanza el coste de este transporte y el tiempo que nos ahorramos, veríamos con claridad la bondad del servicio. Pero es que, además, la Ceuta de hoy no es la de antes. La remodelación urbanística llevada a cabo gracias a los fondos de solidaridad europeos ha conseguido que casi todos los visitantes que tenemos se vayan gratamente sorprendidos y quieran volver. Conozco perfectamente las cifras de paro y las de fracaso escolar. También sé la situación en la que se encuentra la frontera con Marruecos. Y que muchas empresas están en crisis. Dicen que Ceuta es una ciudad a la deriva. Que se está extinguiendo poco a poco, como la llama de una vela. Esto es así. Las estadísticas lo corroboran. Pero todo es cuestión de números y de comparaciones.

“La Ceuta de hoy no es la de antes. La remodelación urbanística ha conseguido que los visitantes quieran volver”

En una agradable conversación días atrás con unos amigos, referían lo que escribe un intelectual israelí respecto a la violencia en el mundo. Hacía una comparación entre el número de muertos en accidentes de tráfico y el número de muertos en conflictos bélicos. Nada que ver. Los accidentes de tráfico ganaban por goleada. Y si la comparación se hacía con los conflictos bélicos anteriores, casi se podía concluir que la violencia en el mundo estaba técnicamente resuelta. Viéndolo de esta forma, es verdad. De la misma forma, si comparamos la situación de la Ceuta que yo me encontré cuando vine por primera vez, con la actual, nada que ver. Y si le preguntamos a un pobre inmigrante que arriesga su vida para pasar a esta parte europea del continente africano, te dirá que ha llegado, casi, al paraíso. Esto también es verdad. Pero, es una mera ilusión óptica. Los problemas, actualizados por supuesto, persisten. Y hay que resolverlos. Frente a una importante población de funcionarios, bien situados, y con sueldos razonablemente buenos, hay una gran masa de pobres que no tienen donde ir. Por esta razón es necesario que redoblemos nuestros esfuerzos por encontrar un destino claro para esta ciudad. No es posible, ni bueno, seguir dependiendo eternamente de las subvenciones públicas. Pero también es necesario que los poderes públicos dejen a este pueblo que se desarrolle económicamente con normalidad. No hay que volver a explicar cómo. Se sabe perfectamente. Pero, a pesar de los inconvenientes, yo me quedo con la bella imagen de la mañana del jueves en el helicóptero. Es difícil contemplar esto y no desear vivir aquí.

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