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“Cuando España recupere Gibraltar, Ceuta y Melilla podrían pasar a Marruecos”

Diplomático, embajador, académico, analista, escritor, experto en contenciosos, miembro del Instituto de Estudios Ceutíes... El currículum de Ángel Manuel Ballesteros (Salamanca, 1942) es tan extenso que serviría para decodificar buena parte de los pilares que han sustentado la política exterior española durante las últimas décadas. Presidente del Consejo Superior de Asuntos Exteriores, director de Cooperación Internacional, primer embajador español en Guinea-Bissau, primer y único diplomático de nuestro país en el Sáhara Occidental tras la salida en 1975, ha compartido mesa con Franco, Hassan II, Adolfo Suárez, Don Juan de Borbón o Mohamed Abdelaziz. En Contenciosos y diferendos de la diplomacia española, su cuadragesimosegunda obra, pasa revista a Ceuta, Melilla, Gibraltar o el Sáhara como principales focos de disputas territoriales.
–Décadas después del fin del Protectorado y de que Marruecos se constituyera como Estado, Rabat sigue reclamando, como el primer día, las soberanía sobre las que considera “plazas ocupadas de Ceuta y Melilla”. ¿Es una aspiración real o un mero mensaje de ‘consumo interno’ que reproduce cuando le interesa?
–Forma parte perenne del ideario y de la política rabatí, que Palacio utiliza adecuada y coyunturalmente. Yo califiqué a Hassan II en sus funerales como  “el gran dosificador de las relaciones con España”, que posiblemente sea el término con mayor carga en las relaciones bilaterales. Hizo el honor de recibirme varias veces y llegó a decirme “es usted el segundo español con el que hablo de estos temas”. El primero fue Don Juan, con quien también coincidí. Él utilizó oportunamente la técnica de la coyuntura, mientras que Mohamed VI, a quien acompañé en los funerales de Franco y en la coronación de Juan Carlos I, en la misma acertada línea para los intereses marroquíes, ha bajado el tono hasta donde la coyuntura lo permite, que en la actualidad, con las relaciones en niveles próximos a excelentes, es bastante.
–Ningún organismo internacional, ni siquiera el Comité Especial de Descolonizaciones de Naciones Unidas, da la razón a Marruecos en su reivindicación. ¿Existe algún argumento real, ya sea histórico o vinculado al Derecho Internacional, que justifique sus aspiraciones?
–Ninguno. Los tratadistas reconocen el alto grado de inobjetable rigor en los cuatro planos (histórico, jurídico, administrativo y poblacional) de los argumentos recogidos en mis libros ya clásicos Estudio diplomático sobre Ceuta y Melilla y Los contenciosos de la política exterior de España y ningún analista los ha refutado en grado suficiente. Rabat sabe bien que no es la vía jurídica, sino la política, la indicada para sustanciar su reclamación, y por ello, en principio, nunca acudirá al Tribunal Internacional de Justicia, consciente de que sus chances serían mínimas, a fin de reactivar una reivindicación que tiene congelada en Naciones Unidas desde 1975. Para el reino alauita el conflicto no es jurídico, es de facto: la integración territorial. Hay un diferendo sobre integridades territoriales, resoluble en base a la teoría de las fronteras auténticas. Con todo el respeto por mi parte hacia el añorado Marruecos, su postura, fijada así en términos excluyentes, prescindiendo de los demás elementos que configuran la relación y que sin ellos no existe hasta por definición, podría no exceder ni en su interés ni en su potencialidad, del clásico argumento perfunctorio.
–¿Pasa por su cabeza que la bandera marroquí pudiera ondear algún día en ambas ciudades?
–En el catálogo de las variables de futuro respecto de las ciudades que recojo en mis libros, originalmente eran 18 y luego con la incidencia de la UE las amplié a 20. Pues bien, ahora la evolución, con sucesivas crisis en distintos ámbitos, ha llevado a incluir una nueva, la número 21: la hipostenia de la posición y del animus españoles, derivada de la creciente problemática y de la utilización del argumento numérico como solución natural al contencioso, cuando la población musulmana supere a la española, amén, quizá, de un cierto abandonismo o, si se prefiere, indiferencia, desde algunos sectores de la Península, igualmente en perceptible progresión, respecto de unas ciudades cuya asimetría institucional significa un lastre, que limita considerablemente su capacidad de autogobierno.
–En esa variable que menciona, la del peso mayoritario de la población musulmana, imagino que el sentimiento o no de pertenencia a España de los ciudadanos de origen marroquí tendrá un peso determinante...
–Aquí convendría precisar que, siempre en teoría y en un plano académicamente especulativo, incluso si Rabat consiguiera alguna vez, lo que no parece probable, la inclusión de las ciudades en el estatuto de territorios autónomos, existiría la posibilidad de que Marruecos las recuperara, pero se daría también la misma posibilidad de que se desestimara la opción marroquí ya que ceutíes y melillenses, con un nivel de vida político y económico superior al que en la actualidad ofrece el vecino del sur, se decantaran por la opción española. Esto es, no tendrían que revertir necesariamente a Marruecos, máxime si se considera que también existiría la posibilidad de que Ceuta y Melilla optaran por la independencia o cualquier otro estatuto, sin que la exigüidad territorial resultara vinculante (Mónaco tiene 20 kilómetros).  Y situados en este punto –siempre teórico, claro está, como siempre de lejano futurible– la viabilidad, factible, emplazaría la cuestión ante el supuesto teórico de la libre asociación, en el estado políticamente casi puro de Puerto Rico con EEUU o en los más peculiares pero igualmente operantes de la amistad protectora de Francia con Mónaco o de Italia con San Marino. Y dentro de esos regímenes interesarían los aspectos económicos, es decir, las uniones aduaneras del tipo Liechtenstein-Suiza o Mónaco-Francia.
–¿Teme el avance de posiciones ultranacionalistas como las del senador Yahya? ¿Cuál es la posición de Palacio frente a este tipo de manifestaciones y acciones?
–Partiendo del principio de que en Marruecos no se mueve nada sustantivo sin el blessing de Palacio, el senador y alcalde de Beni Ensar y Farhana seguirá desempeñando el papel secundario y un tanto estrambótico de “liberador de las ciudades” que tiene asignado, aunque nunca resulta descartable cualquier salida de guión, como ha ocurrido en el lamentable, por emplear un eufemismo, episodio del brazo de Estopiñán [Don Pedro de Estopiñán, el comendador que conquistó la ciudad en 1497 para los Reyes Católicos, cuya estatua apareció en Melilla hace meses mutilada y su brazo fue exhibido por el senador Yahya Yahya en Rabat] .
–¿El resurgir de Al Qaeda supone un serie riesgo para la estabilidad de Ceuta y Melilla, tal y como advirtió esta semana en la ciudad el director general de la Policía, Ignacio Cosidó?
–La revindicación de Al Qaeda respecto de España es sobre Al Andalus y una subvariante, más inteligible, la focaliza sobre Ceuta y Melilla.
–En los últimos meses hasta nueve ceutíes han partido hacia Siria para sumarse a las milicias que intentan derribar al Gobierno. ¿A qué cree que se debe el fenómeno?
–Como mencionaba en la respuesta anterior, los casos de ceutíes que han ido a luchar contra El Assad responden a una idéntica o similar dinámica fundamentalista, acentuada con la Primavera Árabe.
–¿Podría colaborar Marruecos más en el control de la inmigración ilegal?
–Salta a la vista que Marruecos puede colaborar más en el control de la emigración irregular y en el del tráfico de drogas. Ya puse ambos temas sobre papel oficial en 1976, hace tres décadas y media. Naturalmente hay que seguir insistiendo y con mayor acierto, conscientes de que la única línea roja que desnivelaría las relaciones, como han reiterado los marroquíes por activa y por pasiva es, ahora, la del Sáhara.
–¿El hecho de que la primera visita que realizan los presidente del Gobierno españoles tras tomar posesión sea a Marruecos es una cuestión de tradición o una necesidad de fomentar la buena vecindad?
–Constituye un acierto de técnica diplomática que la primera visita presidencial española sea a Marruecos, y simboliza una acertada tradición, grata a nuestros vecinos del sur. Resuelve además el problema protocolario de optar entre otros países.
–Siendo aún jefe de la oposición, Rodríguez Zapatero viajó a Rabat en un momento en el que las relaciones bilaterales con Marruecos eran más que tensas. Se le acusó de deslealtad. ¿Fue un error o suavizó asperezas?
–La visita de Rodríguez Zapatero a Marruecos como jefe de la oposición se efectuó sin contar todavía con asesores experimentados (luego ya tuvo a Moratinos, una autoridad en la materia) y, por supuesto, no respondió al principio cardinal en política exterior, el de la oportunidad. Viajó con la misión imposible de reconducir las relaciones, puestas bajo mínimos con Aznar (“el hombre que odia a Marruecos”, llegó a titular un medio). Se desplazó sin consensuar el desplazamiento con Moncloa, no siendo recibido justamente a su vuelta; y para colmo, se dejó fotografiar con un célebre mapa que antes que a la exigible cartografía, responde a las tesis del ideólogo del expansionismo marroquí, Allal el Fassi.
–Marruecos, e incluso algunas voces en España, vinculan el futuro de Ceuta y Melilla a la resolución del conflicto de Gibraltar. ¿Hay alguna conexión? La historia y el Derecho Internacional parecen apuntar que no...
–Las diferencias en el pretendido paralelismo entre Gibraltar y Ceuta y Melilla son tan sustantivas que no sólo desautorizan la supuesta identidad sino que permiten demostrar la distinta entidad y, por ende, la independencia de los casos. Ahora bien, igualmente existe un approach geostratégico de nivel: ninguna potencia permitirá que España controle las dos orillas del Estrecho, o dicho de otra manera, cuando España recupere Gibraltar, las ciudades pasarán a Marruecos, que es el leitmotiv desde el vecino del sur.
–¿Pero tiene solución el contencioso eterno de Gibraltar?
–Sólo en dos momentos de la historia reciente, y prescindiendo de alguna que otra situación más o menos opinable sobre el animus británico respecto de un eventual cambio de posición sobre el Peñón, realmente sólo en dos ocasiones, tras las equívocas propuestas de 1940, el Reino Unido ha estado dispuesto a mover ficha sobre Gibraltar y de hecho, en ambas, a cederlo o al menos a mostrarse marcadamente proclive a hacerlo, claro que con condiciones, calificables de manera suave como inaceptables. En efecto, en el plan de 1973, que nunca se explicitó, el arriendo sería por un milenio (999 años) y en el de 2002, todavía peor para España, ya que tendría que aceptar la cosoberanía pero renunciando a cualquier reclamación de futuro sobre la soberanía. Tras inaugurar el Foro del Estrecho, de la universidad de Cádiz, este mes de marzo en Algeciras, fui invitado al máximo nivel a Gibraltar. Acababa de tener lugar otro rifirrafe entre el ministro español de Exteriores y el ministro principal del Peñón, pero cuando llegué ya se había producido la respuesta de Picardo. El balance que presenta el colonialismo, en la peor tradición de la Pérfida Albión, ya que además es en Europa, intentando instaurar desde la heterodoxia un pseudoestado, podría resumirse como sigue: uno, desaparece la posibilidad de la cosoberanía en el horizonte contemplable; y dos, nulas perspectivas diplomáticas para España en el corto plazo. Todos queremos creer que cuando en julio vuelva a sonar Haendel en Saint Paul, con su Gaudeamus for the peace of Utrecht, para conmemorar el tricentenario, sus espléndidas notas envuelvan los deseos de buena voluntad que permitan iniciar el iter hacia la adecuada resolución del contencioso.
–El pacto no escrito en Madrid y Rabat sobre la soberanía del islote Perejil, ¿garantiza que no volverá a reproducirse el incidente de 2002?
–El islote Perejil, sobre el que varios veníamos alertando de algún imprevisto asociado a situaciones de crisis y lamentablemente así se produjo, ha quedado fijado en términos diplomáticos, con la vuelta al statu quo  consagrado tras medio siglo y es suficiente en el plano de las relaciones de buena voluntad. Mohamed VI, asesorado como casi siempre en estos casos por Francia y que sólo buscaba un golpe de efecto, sabía bien que Estados Unidos, todavía más aliado tras el 11-S, no dejaría que la cuestión pasara a mayores. Aunque sin entidad fuera de la globalidad del contencioso, el litigio radica en la soberanía, donde parece haber un mejor, no un único, pero sí un mejor derecho de España.
–Usted fue diplomático en el Sáhara. ¿Abandonó España a la población con su salida precipitada en 1975?
–Fui el primer y el único diplomático enviado al Sáhara, durante más cuatro años, tras la salida de España. Había que ocuparse, entre otras cosas, de tres centenares de españoles, a los que censé, y de las propiedades del Estado español, que defendí. Desde el primer momento, siempre informé, invariablemente, que cada vez encontraba menos saharauis y más marroquíes, pero también tuve la impresión de que mis propuestas, que merecieron diversas felicitaciones oficiales, comenzando por el propio presidente Suárez, en nuestras charlas de paisanos en Ávila, pasaban, directa o indirectamente, al congelador administrativo. Tras casi cuatro décadas, resulta tan patente la insuficiencia de la postura de neutralidad activa española, poco afortunada desde el primer momento, cierto que muy delicado, con el cambio de régimen en España, que quizá faculte para calificarla de recusable así como para pedir la implementación de una política correctora en grado suficiente. Hay una responsabilidad histórica, que afecta nada menos que al nacimiento de una nación, a la viabilidad de un pueblo, en zona estratégica por lo demás, que comporta la delicada sinergia del equilibrio regional magrebí. De ahí, su tremenda trascendencia, mayor todavía por la proximidad a España, como expongo con detalle en mis obras, tanto en España y el interés nacional como en Una política exterior de prestigio.
–¿Se celebrará algún día el siempre anunciado referéndum?
–Soy el inspirador de la tesis del reparto, como se la fui exponiendo sucesivamente a Boutros Ghali y a James Baker y la terminó aceptando, en tercer lugar, pero asumiéndola, Kofi Anam. Parece que su momento ha pasado, según los expertos, entre ellos Moratinos, con quien he compartido muchas horas al respecto, pero en aras de la realpolitik, que es la clave para la resolución del contencioso, yo la sigo defendiendo y así se lo intento hacer ver a las partes, la última vez a Mohamed Abdelaziz.

 

La cuadragesimosegunda entrega de una carrera consagrada al estudio

Tantos años al servicio de la diplomacia española se han traducido en un bagaje profesional plasmado en nada menos que 42 obras. La última, Contenciosos y diferendos de la diplomacia española, es a juicio del autor “un pequeño gran libro, que debería ser texto de cabecera para nuestros políticos e internacionalistas, como generosamente se ha señalado en algunos foros”. La obra gravita sobre los tres principales focos de tensión territorial que afectan a España (Ceuta y Melilla, Gibraltar y el Sáhara Occidental, este último por herencia del pasado) y los “tres diferendos”, entendiendo por éstos las cuestiones de Olivenza y las Islas Salvajes, que provocan interpretaciones dispares entre España y Portugal, y Perejil, el islote situado frente a las costas ceutíes que fue escenario de la mayor escalada de tensión entre España y Marruecos tras su ocupación en 2002.

Ballesteros, experto en contenciosos internacionales

 

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