Para muchos de nosotros, nacidos en los 50, cruzar la
También los domingos eran días de pasar la frontera, cuando la familia se disponía a disfrutar en las magníficas playas del litoral marroquí en las que transcurría el día hasta el atardecer
El paso de Tarajal ha sido para muchos ceutíes un hábito familiar en el tiempo que adquiría matices diferentes a medida que cumplíamos años y las relaciones políticas y sociales entre fronteras cambiaban paulatinamente, sin que nos alcanzara desazón alguna. Siempre reinó una absoluta tranquilidad y normalidad en aquellos viajes. De modo que en los 70, y en las Fiestas patronales de agosto, algunos de nosotros, siendo muy jóvenes, cruzábamos la frontera buscando las playas sosegadas y silenciosas del mediterráneo o del atlántico marroquíes; a veces se alcanzaba el camping de Arcila (Asila), la playa de las barcas, en la desembocadura del rio Tahaddart, al que acudían en aquel tiempo numerosos extranjeros, alegres y espontáneos en sus Volkswagen California. Algo más tarde, aquellos jóvenes ceutíes se aventuraron a otros parajes del sur marroquí que traducían otros hábitos, otras lenguas, otras culturas: otras fronteras irremediables que se quisieron capturar y suspender en un rincón tetuaní, junto al mediterráneo: un espejismo falaz. Es imposible detener el tránsito entre fronteras. Es parte de nuestra antigua identidad.
Joaquín, mi padre, siempre evocaba sus continuos viajes en el ferrocarril que unía Ceuta y Tetuán
El paso del tiempo no detuvo el viaje de ida y vuelta. El cruce de fronteras sumó objetivos e intereses de otra índole; las dificultades fronterizas fueron aumentando poco a poco. A la migración marroquí hacia Europa, se sumó un inicial mercado interfronterizo del que ha surgido en este tiempo el polémico comercio de las porteadoras (1); también el cruce cotidiano a Ceuta de más de cinco mil mujeres empleadas en el servicio doméstico en la ciudad(2), y más recientemente, la migración subsahariana. Y todo ello sin mencionar los graves problemas del terrorismo “yihadista” o del narcotráfico interfronterizo.
Sin duda, aquel viaje continúa a la luz de este siglo XXI, aunque lleno de sombras y transformado en pesadilla, horror, barbarie, e incluso muerte para las mujeres que cruzan a diario con el fin de ganarse el pan en Ceuta, y también para los subsaharianos que, además de morir en nuestras aguas del Estrecho, también han muerto a las puertas de nuestra frontera. Las alambradas, las concertinas rasgando la carne humana, el cuerpo de policía, a veces excediéndose en sus funciones, y otras impotente para frenar las órdenes gubernamentales, las disposiciones de Europa… Todo ello hace que cruzar esta frontera se haya convertido hoy día en un auténtico despropósito que debería quitarles el sueño a los políticos responsables de uno u otro país de semejante situación. Un lamentable escenario que a todos parece convenir ante la desidia, impotencia e incompetencia de los organismos responsables. Un auténtico dislate que rompe la memoria y las emociones de muchos ceutíes y marroquíes, que separa a los pueblos, a sus gentes, que nos divide…, presos de la rabia que alimenta culpabilidades y odios. Un negro paisaje que nos impide a unos y otros continuar el plácido viaje de antaño, cualquiera que sea su objetivo, de manera segura y serena, sin que nos sintamos agredidos, inseguros, ni perdamos la vida en ello, como suele ocurrir en las fronteras de las sociedades tercermundistas, en las que la sinrazón y la represión acampan por sus lares sin el más mínimo pudor y vergüenza.
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