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Casi 80 personas, de las llegadas a Ceuta el 31 de octubre en uno de los pases con mayor número de heridos, marcharon ayer a la península
Fue una de las entradas más dramáticas. También de las más numerosas desde 2005, después de que 232 personas lograran entrar por el vallado que serpentea Berrocal. Era la madrugada del 31 de octubre, cuando cientos de subsaharianos se organizaron para intentar su entrada a Ceuta a la desesperada. Fue tan complicado el pase que varios de ellos tuvieron que ser atendidos en el Hospital Universitario por heridas sufridas al saltar la valla, básicamente fracturas y cortes.
De aquellos gritos de desesperación, de aquellas lágrimas, de aquella sangre… se pasó ayer, casi tres meses después, a otras escenas bien distintas: las de la alegría, las de otro tipo de gritos y otras lágrimas, porque estas eran de tristeza por la despedida.
Cerca de 80 inmigrantes del CETI partieron ayer a distintos puntos de la península para ser acogidos por oenegés. Sus destinos son variados, del norte al sur. Ahora empieza una vida distinta para ellos, alejada del control y seguimiento que han tenido en la ciudad.
Miembros del centro de San Antonio acudían a despedir a unos jóvenes que se han destacado por su capacidad de integración, por su interés en aprender el idioma, por su deseo por mejorar en la vida. Es un grupo de gente buena, integrada, alejada de la generación de problemas. Y eso se sabe y cala entre los trabajadores de este centro, dedicado a atender a los inmigrantes que llegan a la ciudad. Por eso ayer no podían ocultar esa mezcla de sentimientos, a caballo entre la tristeza y la alegría, que les embargaba al verles marchar.
De nuevo el puerto se convirtió en escenario de imágenes que marcan la otra cara de la inmigración, esa que pone un punto y seguido en esa primera fase de acceso a Ceuta, porque cruzando el Estrecho se abre otra puerta. Suerte.