Desde la noticia de que el ya clásico de 1994 iba a convertirse en un remake actualizado con estética de personajes de carne y hueso, esta película ha tenido la lupa puesta encima y a los millones de fans deseando su nueva cita con los personajes que les han acompañado en infancia, niñez u adolescencia. Porque decir El rey león va mucho más allá de mencionar una película que se convirtió en clásico imprescindible nada más estrenarse en salas comerciales. Una banda sonora mejor aún que su puesta en escena visual de matrícula de honor y que ha dejado legados en todos los formatos (ahí sigue el musical de teatro triunfando en Gran Vía y tantos sitios más) y unos protagonistas con tal tirón comercial que saturaron de merchandising (y aún saturan) los hogares de cualquiera que tuviese algún miembro de la familia menor de edad.
Con ese escenario de mitificación absoluta, la primera pregunta es si ha pasado suficiente tiempo y si se hace realmente necesario que se revise la obra para nuevas generaciones. Pero nos encontramos en tiempo de valientes (llamémoslo así por no caer en la chanza de llamarlos osados o el fatalismo de llamarlos incapaces de idear algo original). Así las cosas, la política actual del imperio (nunca mejor dicho) del entretenimiento que tiene montado Disney es la, a pesar del considerable riesgo de faltar el respeto al producto, de recontar todo lo que con anterioridad dio rédito y prestigio a espuertas.
Jon Favreau es el responsable de que El libro de la selva apabullara en 2016 con unos efectos visuales que por lógica no podían tener su versión animada de 1967. Tras la estela del éxito de la misma, se atreve a lo mismo con El rey león, pero a buen seguro se trata de un clásico tan potente en esos escenarios de la sabana africana que un presupuesto descomunal invertido en infografía no puede hacer olvidar al original (en este caso hay que hablar de original y copia, porque de eso estamos hablando). Se trata el material con tal reverencia que el director acaba calcando plano a plano, en un ejercicio de idolatría tan grande que vilipendia y hace del todo innecesaria y tediosa la nueva versión para todo aquél que se sepa la historia. Y quien no se la sepa, que vea la originaria, que dista mucho de estar pasada de moda.
Podemos incluso añadir el matiz de que los personajes caricaturescos son más efectivos en determinados momentos impregnados de comedia, ¡Hakuna matata!, siendo cierto que se trata de un trabajo logrado y ameno para todos los públicos, no podía ser de otra forma siendo siamés del que cautivó a grandes y pequeños pasando por medianos. Seguramente los mayores logros de esta producción mastodóntica son los de hacernos recordar y de que nos entren ganas de ver “la buena” de nuevo.
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