El portavoz del Gobierno, Jacob Hachuel, pedía ayer que nadie criminalizara a la barriada del Príncipe por lo ocurrido el pasado sábado. No hubiera hecho falta que Hachuel dijera esto, porque nadie con uso de razón debería meter en el mismo saco a todo un barrio con lo que hagan un puñado de delincuentes que ni se sabe si son o no de esa barriada. Pero analizando las consecuencias, leyendo los comentarios de unos y de otros, Hachuel tuvo que poner la guinda al pastel. Los vecinos del Príncipe no tienen culpa de que en su barriada dos desalmados atracaran y amenazaran a seis trabajadores utilizando pistola y armas blancas para amedrentarles. Los vecinos no tienen culpa de que, por esta razón, se vieran sometidos a la suspensión del servicio de limpieza hasta el punto de producirse imágenes como las mostradas por FAROTV el domingo por la mañana: los contenedores a rebosar y la basura desperdigada por la calle. Pero hay quienes siguen sin entender esto y sus primeras conclusiones se centran en culpar a todo un barrio sin tan siquiera hacer el mínimo esfuerzo por conocer a sus gentes.
Hachuel también pidió que no se culpabilizara de lo sucedido a las fuerzas de seguridad, a la Ciudad o a la Delegación del Gobierno. También, en ese saco metió a la prensa, a los medios de comunicación. Hachuel debería pasarle esta recomendación al delegado del Gobierno y al jefe superior de la Policía, quienes no dudaron en rasgarse las vestiduras con motivo del día del Patrón del CNP contra determinada prensa a la que nunca quisieron identificar, lástima.
A la costumbre de criminalizar se apunta, cada vez más, buena parte de la sociedad. El Príncipe lo lleva años sufriendo, hasta el punto de ser etiquetada en conclusiones que chocan con su realidad. También lo sufren los argelinos quienes movidos por su situación de estancamiento, ayer protestaron en la plaza de los Reyes llevando como protagonista a una niña de solo dos años que ha nacido en el CETI y se está criando como ninguna niña debería. Este colectivo está marcado desde antes de llegar a Ceuta, son víctimas genéricas de las acciones de unos hasta el punto de que se les califica de delincuentes sin dar siquiera oportunidad a los que nunca han participado de estas acciones criminales. Somos así, tan genéricos como injustos. Y por mucho que sepamos de nuestros errores ni cambiamos ni, se lo aseguro, cambiaremos.