Cuando estuve delante del coral negro establecido en una pared del sistema de escarpes de Punta Almina (se puede consultar en el libro sobre los paisajes sumergidos de Ceuta y su biodiversidad que se encuentra a disposición del público interesado en la biblioteca pública, el Museo del Mar y el Instituto de Estudios Ceutíes) no me podía imaginar el significado evolutivo y ecológico que se podía desarrollar a partir de este y otros hallazgos similares en otros fondos marinos de las islas de la Macaronesia. Los corales negros son organismos marinos coloniales que generan pequeñas y grandes estructuras orgánicas ramificadas que soportan una ingente población de pequeños y voraces pólipos con tentáculos cargados de células urticantes. Además, son capaces de generar grandes cantidades de mucus que le sirven entre otras funciones para retener de manera eficiente gran cantidad de partículas y pequeños invertebrados de los que se alimentan. De esta forma, estos zoofitos o animales-planta, se procuran el alimento interponiendo su red de ramas cuajadas de diminutas bocas a la corriente dominante. La especie de coral negro aludida es Antipathella wollastoni (el género proviene del nombre del orden Antipatharia que es como los científicos denominaron al conjunto de los corales negros del planeta y la especie fue dedicada a Wollastone un investigador naturalista del siglo diecinueve) que fue descrita a partir de material de la isla de Madeira por Gray en 1857 y tuvo que esperar más de un siglo, hasta la década de los 80 del siglo pasado, para que fuera estudiada y comenzara la renovación de su conocimiento científico en la Universidad de La Laguna. Así trabaja la ciencia, a saltos y esperando el maná de las subvenciones públicas o privadas que procuran el avance de la historia natural tan necesaria para la comprensión y evolución de la vida sobre nuestro terruño planetario. No obstante, solo puedo decir que está siendo un trabajo altamente gratificante poder tener el privilegio de entender algo de la evolución de nuestro planeta a través del análisis exhaustivo y científico de las especies de corales. Encontrarse en un bosque del mentado coral es una de las experiencias más gratificantes que un naturalista marino puede experimentar y aunque solo sea estar en presencia de una sola colonia de esta enigmática y majestuosa criatura como es el caso del ejemplar de Punta Almina, en nuestra querida Ceuta, la experiencia no dejará indiferente. Una de las morfologías más habituales de esta especie son las ramas en forma de plumeros que se mecen plácidamente con las corrientes y que presentan ramificaciones secundarias poco intrincadas. Su tonalidad de coloración habitual suele ser ocre anaranjada e incluso rojiza en el esqueleto, mientras los pólipos son blanquecinos, de tal manera que, en lugares con gran densidad de colonias, da la impresión de estar contemplando un bosque de coníferas nevado. Recorrer el sistema de escarpes sumergidos de Punta Almina con un levante suave, que aclara el agua y la convierte en un soberbio cristal, es altamente emotivo pues los paisajes geológicos son intrincados, bellos y atrayentes. No engaño cuando digo tener la sensación de estar en otro planeta pues no en vano el mar conserva grupos zoológicos ancestrales que provienen de un remoto pasado evolutivo como son los corales, las esponjas, las ascidias o los bellos equinodermos. Estos seres nunca consiguieron salir a tierra firme y se encuentran exclusivamente en los mares y océanos de nuestro mundo azul.
Esta especie de Antipathella presenta morfologías diversas en cuanto a las ramificaciones. No obstante, la elevada variabilidad y el enorme rango de distribución nos hace presuponer que podríamos estar ante la presencia de un complejo de especies con características morfológicas generales compartidas. Recientes descubrimientos exploratorios desarrollados en Canarias y Cabo Verde unidos a otros hallazgos previos provenientes de Madeira y las Azores en los que participa el Museo del Mar de Ceuta, han dado resultados interesantes en relación a esta especie que ha sido señalado como el más importante bioconstructor del medio mesofótico (ámbito marino donde la luz llega muy atenuada, entre 60 y 100 metros de profundidad) a lo largo de los archipiélagos del oeste africano. Una reciente publicación en la revista científica divulgativa “Makaronesia”, en la que se incluye la colonia de Punta Almina, dará cuenta de estos hallazgos a a finales de este año 2020. A. wollastoni es una especie muy versátil perfectamente adaptada al medio circalitoral (60-100 m) insular, donde es capaz de desarrollar densos bosques perennes en los que se refugian y proliferan un gran número de especies de invertebrados y algas con capacidad para captar la luz a estas profundidades. Por eso, al ser un gran constructor biológico tiene una gran importancia ecológica y científica. Hay que tener en cuenta que A. wollastoni pertenece a un género escaso en el planeta (sólo se conocen cinco especies) pero presenta particularidades reproductivas de gran interés. Así otra especie del mismo género, Antipathella fiordensis (exclusiva de los fiordos de Nueva Zelanda), con características de crecimiento y morfología similares, es capaz de desarrollar un espectro reproductivo extraordinario y de exportar propágulos asexuales, fragmentos de pólipos como los tentáculos, capaces de recorrer grandes distancias. Dicho en pocas palabras, al género Antipathella le basta desprenderse de un simple tentáculo para enviar su simiente a largas distancias ampliando sus posibilidades de expansión natural. La belleza de estos hábitats, incluidos de forma general en el Inventario Español de Hábitats y Especies Marinos, es notable y, en algunos lugares, las colonias forman unos plumeros preciosistas con ramificaciones que recuerdan la morfología de las coníferas.
El estudio de la historia geológica del propio océano Atlántico en relación al mar de Tetis (el antiguo océano tropical existente antes de la apertura del Atlántico) será de gran interés para entender los episodios de colonización de Antipathella wollastoni y de muchos otros corales relictos o posiblemente generados en el antiguo mar ecuatorial. La ruta a través del mar de Tetis fue muy importante en la distribución actual de muchas especies de peces e invertebrados marinos que se distribuyen en ambas orillas del océano Atlántico; durante el Jurásico se produjo la separación entre América del Sur y África y dio comienzo a una historia increíble de supervivencia y adaptación que nos llega hoy en día a través de estas maravillosas especies relictas de tiempos pasados. En este sentido, conocer la edad de los fondos marinos que albergan hoy en día los cuatro archipiélagos macaronésicos y la evolución geológica de las montañas submarinas que los rodean ayudarán a explicar la distribución de estos corales negros; además de los archipiélagos propiamente dichos que hoy sobresalen de la superficie marina, hubo un tiempo en el que determinadas montañas, hoy completamente sumergidas, sobresalían o fueron más someras y actuaron como “stepping stones” facilitando la expansión de las especies hacia el sur y el oeste.
Pero los corales negros, y en concreto nuestra especie, son capaces de aportar mucho más en relación a los acontecimientos geológicos de los archipiélagos volcánicos y su papel en la evolución de otros organismos. En concreto un grupo de corales parásitos pertenecientes al amplio grupo de las anémonas incrustantes que sobreviven asociados a las ramificaciones de A. wollastoni, como pueden hacer los hongos sobre las coníferas, han protagonizado una historia natural muy enigmática porque para sobrevivir. En concreto sostengo que se ha producido una captación de genomas por parte de los corales parásitos para incrementar sus posibilidades ecológicas. Una de las consecuencias más impresionantes de este proceso de captación genómica ha sido la capacidad que han adquirido para generar un esqueleto proteínico similar al generado por los corales negros. El momento clave para que se diera todo este proceso evolutivo surgió al colonizar las islas volcánicas en las que se producían y se continúan produciendo frecuentes avalanchas de materiales, movimientos sísmicos y vulcanismo sumergido. Estos corales parásitos se fueron haciendo así mismos trepando y colonizando las ramificaciones de los eficientes corales negros para sobrevivir lejos de los enterramientos producidos por la inestabilidad de los taludes de las islas. Al igual que el Pino Canario se hizo resistente a los incendios y regenera después de haber sufrido el fuego de los volcanes, bajo el mar se daban fenómenos de adaptación similares y los resistentes corales negros eran capaces de erigir bosques profundos alejándose lo más rápido que podían del fondo tan afectado por la sedimentación y los enterramientos y sus parásitos aprendían a generar esqueletos que los alejaban del inestable fondo marino volcánico. En toda esta historia conviene recordar que el litoral de Alborán, que concluye oceanográficamente en el llamado frente Almería-Orán, juega un papel muy interesante porque conserva la única población aislada del coral negro aludido en Punta Almina y de otros corales relictos (fósiles vivientes) del periodo jurásico que hasta el momento se encuentran concentrados en la costa africana y por lo que llevamos estudiado hasta el momento también en la enigmática costa granadina que está dando resultados sorprendentes.