El Presidente Vivas dice sentirse muy ofendido cuando la administración que dirige, desde hace más de diez años, recibe acusaciones de corrupción. Al parecer tiene la firme convicción de que él es una persona honrada y, consecuentemente, todas las críticas que se formulen sobre esta cuestión se convierten en una terrible injusticia, fruto exclusivo de la maldad intrínseca de unos pocos desalmados que no saben reconocer su excelsa e inigualable aportación a la historia de Ceuta. Llegar a este punto supone enfrentarse a un serio problema. Porque ninguna de las posibles explicaciones resulta satisfactoria. O bien ha sufrido un profundo deterioro psicológico que lo ha llevado a desconectar por completo de la realidad, y vive en un mundo imaginario engendrado en su cabeza (es posible que se haya llegado a creer todo aquello que él mismo dicta a los medios de comunicación que financia). O bien ha perfeccionado su cinismo hasta tal extremo que ha suplantado su auténtica personalidad, sustituyéndola por una alternativa capaz de fingir todos sus sentimientos. Porque lo que se antoja absolutamente insólito es negar la corrupción en un régimen que encuentra precisamente en esta perversión uno de sus fundamentos. Esto es una evidencia perceptible por toda la ciudadanía, incluso por sus fieles más acérrimos. Otra cosa bien distinta es que sea, o no, objeto de censura social. En la España de hoy la corrupción está aceptada. En Ceuta, además, es aplaudida y vitoreada.
La gestión de los recursos públicos debe estar inspirada, por mandato constitucional, en el escrupuloso respeto a la igualdad de oportunidades y condiciones para todos los ciudadanos, y en la exquisita observancia del interés general. Por ello la corrupción política, en su concepción más genuina, es la que vulnera este principio, poniendo el patrimonio de todos al servicio del entorno de quien gobierna de manera fraudulenta. La selección de personal y la adjudicación de contratos constituyen un ámbito de gestión esencial en una institución pública. En el Ayuntamiento de Ceuta, en ambos casos, la corrupción es práctica común.
Nadie alberga la menor duda de que el enchufe es el procedimiento habitual de acceso al empleo público municipal. Esta última semana nos han brindado otro ejemplo primoroso. Merece le pena reseñarlo. El Gobierno decide, en noviembre de dos mil diez, convocar un concurso-oposición para cubrir una plaza de médico que estaba vacante en la residencia de mayores. Sorprendente y extravagantemente, se incluye como requisito estar en posesión de un Master en Salud Pública y Administración Sanitaria, que no guarda ninguna relación con las funciones que desempeña un médico en la residencia de mayores. Pues por increíble que parezca, sólo había un aspirante que cumpliera tan curiosa condición. La casualidad quiso que fuera el Jefe de Gabinete del Presidente que, salpicado de escándalos de todo tipo, ya se había convertido en pieza abatida. Los trámites, siempre lentos, hicieron que el proceso (iniciado por “urgencia” hace más de seis meses) se ralentizara y concluyera justo después del cese del cargo de Jefe del Gabinete. Compitió contra sí mismo, y aunque parezca raro, consiguió ganar la plaza. Esto, según el Presidente Vivas, no es corrupción.
La adjudicación de contratos de obras y servicios no corre mejor suerte. Todos los empresarios, y personas que quieran interesarse por este asunto, saben perfectamente quien será el ganador de cada uno de los concursos convocados por el Ayuntamiento antes de que se celebren. Desde los de mayor cuantía (en esta legislatura se adjudicará el servicio de limpieza, se admiten apuestas) hasta los más insignificantes. Todos tienen nombre y apellidos. Un empresario de la localidad, de larga trayectoria y prestigio, contaba con amarga desazón su experiencia personal: “Yo solía participar en los concursos convocados, aún sabiendo que había favoritismo. Conservaba alguna esperanza. Hasta el día en que me dirigía en a presentar una oferta y observe, desde mi automóvil, cómo estaban colocando el equipamiento objeto del contrato. Y yo allí con mi sobre como un…” No es una excepción.
La semana pasada hemos vivido otra de estas anécdotas memorables que describen con meridiana claridad el modelo de gestión del PP de Juan Vivas. Se presentaron en las dependencias de una guardería municipal varios individuos recabando información sobre los métodos y procedimientos empleados, alegando su condición de explotadores de la Escuela Infantil “La Pecera” que se abrirá próximamente en Juan XXIII, y con la intención de unificar los proyectos educativos. Lo divertido es que el pliego de condiciones que debe regular el ¿concurso público?, aún se está redactando y se publicará en breve.
El Presidente puede seguir prodigándose en la ofensa fingida; pero ésta es la triste realidad a la que está llevando nuestra Ciudad. Si quiere honra, que la gane.
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