Los días parecen iguales unos a otros, y sin embargo, la gente está decaída, ya ni malhumorada, ni enfurecida, más bien vestidos de un ascetismo, que dista mucho de santurrón y es más bien, de conformidad pacífica. La clase media, se disuelve por el inodoro de la crisis, a base de aguarrás de créditos e hipotecas, se busca desesperadamente salir de un paro, que ya ha estrangulado a muchos y las familias se desintegran , porque es difícil vivir –solo- con los 400 euros , que nos dispensa el Estado. Los empleadores afilan el ingenio y la picaresca- que heredamos en los genes de Maquiavelo-para sacar de cuarto tajada y hacer contratos de cuatro horas, para trabajar siete, días de fiesta incluidos y sin paga, que medie por ello.
Los que no tienen , ni para poner desayuno, en la mochila del colegio, a sus hijos , se quejan de que los emigrantes les quitan el trabajo, pero el trabajo se esfumó como el dinero para comprar de todo, aunque no fuera necesario, como las casas , que se vendían por el triple de su valor o los terrenos, que se construían sin licencia. Ahora, nos echamos las miseria en la cara, porque no queremos reconocer que esto nos supera, que hemos nacido para trabajar y prosperar y que es muy duro andar de pedigüeño de familiares , sin trabajo , ni trazas de hallarlo. Los supermercados y las grandes superficies, parecen los únicos ajenos a la crisis con sus construcciones en alza, con sus ofertas inigualables y sus 50 por cientos de rebajas , que casi nadie puede dejar pasar, en los albores de la navidad y los regalos de los niños y los reyes magos y las comilonas y las reuniones de familia. Son también estos gigantes sin alma, de los pocos, que, en estos tiempos de holguras de carteras rotas, ofertan plazas de reponedores, cajeros o fruteros o pescaderos, que más de uno daría, alma y vida, porque cayeran en sus manos.
Ante todo, este año no será una fiesta más de Halloween que llevarnos a la boca, porque ni se ven tantos polvorones en las cestas y sí juguetes, como en minoría, deslucidos por su pequeñez, comprados a plazos y apartados con tiempo de sobra y ahora regateados, por las ofertas de a la mitad y con huecos vacíos- en pocos minutos de euforia- porque se saca de donde no se tiene, para hacer ver a un hijo , que la vida sigue igual, aunque Julio Iglesias ya no lo cante.
Hay unos pocos afortunados y desmemoriados, de siempre, que siguen a lo suyo de desbravar de todo y pelotear y mover la harina de la política o de la seudo fama o del papanateo, para sacar buenos panes de su horno, y no nos faltan las trepaderas y los clanes y los que dime y direte y mañana cambio lo que sea, no me vaya a caer una demanda, porque los únicos que se revientan la espalda en este país, son los que trabajan con las dos manos, viajando, tras una mostrador o una barra, aguantando a pie firme, las muchas horas, el poco o ningún dinero y las ofertas , no de juguetes al 50 por ciento, sino de trabajar duro y ya te pagaré luego.
No me extraña que Moratinos llorara, cuando dejó su cargo y que Pérez Reverte se lo tomara a chiste, con la gran discreción que le acompaña siempre en sus actuaciones, porque el uno se convierte en lo más temido, que es ser parado y el otro sigue viviendo -como muchos- de las escrituras, que, en un país como este, tan dado a las ficciones y a vivir del cuento, más vale no hacer nada y vocear mucho, ir de aquí para allá exponiendo y haciendo caja, que trabajar callado e irte con sentimiento, que las lagrimas salan las aceitunas, acunan los mares y peinan las pestañas de las sirenas, y en cambio, los cuentos enlucen las arcas y regalan fotos en portada, con políticos ansiados de poder y cheques astronómicos, que pagar con descalificaciones y despropósitos a quien sea.