Sale el sol y salen de la sombra las cabezas. Algunos con cigarros, otros solo a mirar la ausente vida en la calle. Es necesario ese contacto con el exterior para que se haga más fácil asumir que ya llevamos veinte días de confinamiento. La mitad de la cuarentena. Salir, sin salir, se está volviendo el mejor plan si hace buen tiempo.
Y si hay que bajar a la calle, a lo de siempre: comprar, ya sea en centros comerciales o en pequeños comercios. Solo se salvan los servicios esenciales para que la ciudad siga pareciendo viva: los que la limpian, como los trabajadores de Trace, los que la conectan, como los conductores de Hadú-Almadraba, y los que la reparan, como los obreros.
Por lo demás, vacío. La frontera, cerrada a cal y canto desde hace más de quince días, completamente muerta. La única vida que transita por este paso no va a pie, vuela: gorriones, gaviotas o cualquier tipo de ave disfrutan de la playa del Tarajal. A vista de pájaro se ve una ciudad estancada en el tiempo: la vida sigue dentro de las casas.
Pasa igual con unos campos de fútbol del Príncipe en los que, en otro momento, se estarían celebrando goles en las pachangas que se organizaban a menudo por los vecinos de la barriada.
Los que más se asoman, los que más miran, son los sanitarios y los pacientes. En el hospital todos salen un rato para volver a entrar a la guerra que se libra contra una pandemia que ha cambiado todo. De momento con 63 contagiados por coronavirus hasta este viernes, ocho personas ingresadas en el hospital de las cuales tres están en la UCI, además de un fallecido y dos curados, el balance de datos arroja que Ceuta es la autonomía que sale más indemne de momento. Aunque los datos engañan: ya que también nuestra ciudad es donde cada caso de coronavirus contagia a más personas.
Algunos se aferran a la ciencia, otros también a la fe: en la catedral, impresiona la imagen de una devota entregándose a la Virgen de África.
Y es que no sabemos cuánto nos habrá cambiado un estado de alarma que vivimos todos por primera vez, desde los más pequeños a los más mayores, hasta que podamos salir a la calle de nuevo sin miedo.