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“Sobre la mesa nuestra aspiración de lograr que la Audiencia Provincial de Cádiz tuviese una sede fija en nuestra ciudad, acabando con las visitas trimestrales de magistrados...”
El siglo XX se acercaba a su fin –creo recordar que fue en 1997- cuando los entonces Senadores por Ceuta, José Luís Morales y quien esto suscribe, nos entrevistamos con la Ministra de Justicia, Margarita Mariscal de Gante, a la que acompañaba un Director General, del cual no llegué a retener ni su nombre ni su cargo concreto. El otro parlamentario ceutí, el Diputado Francisco Antonio González, asistía a esa hora a una sesión plenaria del Congreso.
Sobre la mesa, nuestra aspiración de lograr que la Audiencia Provincial de Cádiz tuviese una sede fija en nuestra ciudad, acabando así con aquellas apresuradas visitas trimestrales de magistrados y fiscales de la citada Audiencia para celebrar, en el antiguo Salón de Plenos del Ayuntamiento, la vista oral de los casos penales de su competencia, correspondientes al partido judicial de Ceuta. Creíamos, y con razón, que lo que se necesitaba era una sección de dicha Audiencia con sede permanente en Ceuta, algo que, por añadidura, nos dotaría de mayor categoría en el orden jerárquico judicial, facilitando la labor de nuestros profesionales del Derecho
La Ministra oyó al principio nuestro planteamiento y el del Director General de marras, que no estaba de acuerdo. Vistas las encontradas posturas de las partes, tuvo lugar un intenso debate, en el cual no participaba Dª Margarita, quien, como lo que ella era desde el punto de vista profesional, es decir, como una distinguida juez de carrera, se limitó a oír atentamente los argumentos que se iban exponiendo. Al final, me vino a la mente cierto artículo que, a estas alturas, no recuerdo bien si era de la Ley de Planta y Demarcación o de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Lo invoqué, y en ese instante pude ver la mirada que la Ministra dirigió al Director General, algo que me bastó para comprender que esa batalla la habíamos ganado.
Me consta que simultáneamente, y por distinto camino, se estaban realizando gestiones paralelas que ya contaban con el apoyo de otro Director General, a la sazón Juan Ignacio Zoido, el hoy Ministro de Interior. Total, que muy poco tiempo después de aquella reunión, el Ministerio de Justicia dispuso la creación de la Sección Sexta de la Audiencia de Cádiz con sede permanente en Ceuta, creándose también las correspondientes plazas de magistrados.
Mis gestiones al respecto no acabaron ahí, pues unas semanas más tarde, el Ministerio envió a Ceuta un arquitecto con el fin de que localizase el lugar más adecuado para asentar físicamente la citada Sección. Me llamaron de Madrid para que lo atendiera, y contando con el visto bueno del entonces Presidente de la Ciudad, Jesús Fortes, lo llevé al edificio Ceuta Center –el cual, tras unos años de litigio, era ya propiedad de la Ciudad- para que viese el amplio local situado en la segunda planta que hoy ocupa la aludida Sección Sexta, pues al arquitecto le pareció más que idóneo para el fin perseguido. En él, y una vez que se realizaron las necesarias obras de adaptación, se instaló la Sala de la Audiencia de Cádiz en Ceuta. Y allí permanece, pasados ya casi veinte años. Ahora, a los más jóvenes quizás les parezca como si hubiera estado desde siempre. No, está allí porque hubo quienes trabajaron por hacer realidad una justa aspiración de nuestra ciudad.
Lo que no podíamos imaginar ni aquel arquitecto ni yo era que tan flamante edificio pudiera tener lo que en Derecho se conoce como “vicios ocultos”. Goteras y más que goteras que, según me afirman, ya han sido saneadas. No hay que olvidar el hecho de que el edificio Ceuta Center, a causa del antes referido litigio, había estado cerrado y sin inaugurar durante varios años, con el deterioro que ello pudo ocasionar.
Esa es la historia de aquellas gestiones a las que, someramente, aludí en la intervención que tuve en el Salón del Trono del Palacio municipal, el día 29 del pasado mes de junio, durante el acto en el que me fue impuesta una condecoración.
Total, una de esas clásicas “batallitas” que solemos contar los de la “tercera edad”, es decir, los viejos.