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Con los deberes hechos

Digmun despide a sus alumnos hasta el próximo curso y recuerda “que hay que mirar de frente a un colectivo que permite conciliar la vida familiar y laboral en esta Ciudad que sigue sin mirarles de frente”

Digmun echa el cierre a los talleres. Más de un centenar de mujeres han tenido la oportunidad de seguir aprendiendo. “Y cada año son más”. Con eso se queda la presidenta de una entidad que nació con el propósito de repartir dignidad y que “cada año reparte más porque llega a más gente”, explica Maribel Lorente, satisfecha con el balance de un nuevo curso “en el que se ha demostrado de nuevo que cada vez son más mujeres las que valoran nuestro trabajo y son conscientes de que aquí no sólo les ofrecemos una formación y una educación, sino que les brindamos afecto, asesoramiento, las valoramos y les proporcionamos recursos para que puedan ser más visibles en esta sociedad”. Siempre críticos con el abandono al que la mayor parte de las instituciones condenan a este colectivo, desde Digmun Lorente recuerda que “esta es una labor muy dura en la que casi a diario nos replanteamos el continuar. Por un lado están todas estas personas que demandan formación para poder mejorar y afrontar el futuro con esperanza y por otro están todas esas instituciones y personas que configuran también esta sociedad, junto a ellos, pero no se atreven a mirarles de frente y les invisibilizan”. Lorente va más allá: “Incluso les utilizan para sacar fondos que no van destinados a ellos”.
Lorente ha recordado además que son cientos las mujeres que cada día, sin ser residentes, ni inmigrantes, ni empadronadas, ni con papeles, tienen tan sólo el derecho a trabajar y a permitir la conciliación entre la vida familiar y profesional en esta ciudad “y qué menos que brindarles la oportunidad de aprender”. Sobre el futuro asegura que “nuestros proyectos tienen de vida el presente y esperemos que los recortes de subvenciones no mermen nuestros objetivos”. Fin de curso con una fiesta y con la incansable lucha por la dignidad.

Un fin de curso muy dulce con un concurso de repostería

Mucha participación. Las mujeres sacaron tiempo de donde no tenían para esmerarse con sus mejores recetas para poner la guinda a la fiesta de fin de curso de sus clases. Y también hubo premios, gracias a la colaboración de Carmen Marañés que donó varios regalos que gustaron mucho a las ganadoras. El jurado lo tuvo difícil, pero finalmente el primer premio recayó en unas breguas dulces rellenas de queso. Antes de disfrutar de todos esos manjares, los profesores repartieron los diplomas de fin de curso a los alumnos y como fin de fiesta, se disfrutó de un montaje realizado con motivo del Día del Refugiado, adelanto de la participación de la entidad en las actividades organizadas para ese día.

“Los alumnos nos enseñan cada día lo que significa el afán de superación”

Iman, Rocío Gallardo, Rocío Mena, Isabel, Gloria y Manuel son los profesores de los talleres de alfabetización y de los PCPI que se llevan a cabo y que cuentan con la ayuda y colaboración de Borja. Despiden el curso con pena pero con ganas para el próximo año y también con mucho aprendido. “Los alumnos nos enseñan lo que es realmente la fuerza de voluntad al pasarse muchas horas trabajando y sacar tiempo para acudir a las clases”, explican resaltando el afán de superación, la motivación que demuestran cada día, las ganas de aprender, la gran capacidad de trabajo y “ponen cara al dicho de querer es poder porque ellos cada día se esfuerzan en dar lo mejor de sí mismos en las clases... y lo consiguen”. Lo más complicado es el nivel más bajo, de lectoescritura, “porque vienen de un país con un alfabeto distinto en el que no existen todas las vocales y la mayoría no han ido al colegio o lo dejaron siendo muy pequeños”.

“Tengo tiempo para aprender”

Fatima El Azrak vive en Castillejos y cada mañana sale de casa muy temprano para trabajar en casa de una familia en Ceuta. Limpiar, cocinar... con el dinero que gana, 300 euros, saca adelante a sus hijos. Confiesa que tiene suerte. La familia para la que trabaja “es muy buena, me pagan bien comparado con otras compañeras y aunque sigo sin papeles porque eso es difícil, tengo tiempo para aprender español por las tardes en Digmun”, explica. Le gusta aprender y enseñar a sus hijos para “que podamos luchar entre todos por un futuro mejor”.

“Llegué con 10 años a trabajar”

Licha lleva cuatro años en Digmun. Tiene 29 y llegó a Ceuta con diez cuando una familia pidió permiso a sus padres, en Kenitra, para traerla a trabajar con ellos. “No lo pasé muy bien pero ahora estoy mejor. Vivo en El Príncipe, envío el dinero que gano trabajando atendiendo una casa en Benítez a mi familia que es pobre... somos siete hermanos y sólo yo he venido a España”, explica. En la asociación aprendió a leer, a escribir “y a muchas cosas y yo le doy las gracias por ayudarme a mejorar cada día porque es muy importante aprender y Digmun lo consigue”.

“¿Mi sueño? ... buscar la vida”

Amadou viajó durante tres meses desde su país natal, Níger, hasta llegar a Ceuta, huyendo de un lugar “en el que había problemas y yo no quiero problemas”. En el CETI le ofrecieron la posibilidad de aprender lengua e informática con un PCPI que por primer año llevó a cabo la entidad con éxito de participación. Se ha aplicado. Quiere prosperar y ayudar a su madre, lo único que le queda allí. Con 19 años, no sabe cual es su sueño. “Esa pregunta es difícil... quiero aprender y me gusta mucho la informática y la lengua. Vine a buscar la vida”.

“Aprender para trabajar mejor”

Zhora Melabet es de las veteranas. Lleva tres años asistiendo a los talleres de alfabetización en Digmun. Tiene 57 años y viene desde Castillejos diariamente a ganarse el pan a la ciudad autónoma. Por las tardes, antes de regresar a casa, acude a las Puertas del Campo a seguir estudiando “porque es muy importante saber hablar y escribir en español para poder relacionarte con las personas que viven aquí e incluso hacer mejor el trabajo”. Reconoce que le ha costado aprender los verbos pero que seguirá esforzándose el próximo curso. “¿Mi sueño? ... conseguir papeles”.

“Ojalá pueda ir al instituto”

Los padres de Laarbi vinieron desde Beliones a Hadú hace cinco años. Él es el pequeño de seis hermanos y ha pasado los últimos dos cursos asistiendo cada día a las clases de Digmun “contento porque aprendo y eso es muy importante para mí. Lo más importante”. Es el pequeño de seis hermanos y con 15 años, si todo sale según lo previsto, se incorporará a la educación reglada el próximo curso. “Ojalá”, dice. Se ha esforzado mucho para conseguirlo. Sus notas siempre han sido ejemplares y dice que “aquí aprendí a hablar, a leer, a escribir... a todo... y estoy muy contento”.

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