Asistimos a una campaña electoral descafeinada. Todo parece estar decidido. Las encuestas son demoledoras para el PSOE. La última, la del CIS, la más relevante por la alta cifra de entrevistados, no ha podido ser más rotunda duplicando con holgura sus datos de julio. Los 74 escaños de ventaja del PP son muy significativos, difícil de inducir a previsiones erróneas, máxime si se analiza el vuelco que los socialistas sufrirían en Andalucía, su tradicional gran granero de votos, o el caso de Cataluña, bastión en el que se sustentó en gran medida su victoria de 2008, y donde ahora los populares parecen ir pisándoles los talones.
Esta campaña es diferente de las anteriores. La ciudadanía la contempla con cansancio y hasta con indiferencia. En la práctica llevamos ya varios meses sumidos en ella, cuando todavía no se podía pedir el voto. Este gobierno incompetente y agónico cometió otro grave error no convocando elecciones meses atrás, tal y como demandaba la situación del país, y cuando la ventaja del PP era menor. Pero la incapacidad de Zapatero con sus errores de diagnóstico y sus bandazos en la política económica han dejado aquí también una perla más en su rosario de equivocaciones y despropósitos.
La suerte pues, parece estar echada. Con más de cinco millones de desempleados y una tasa de paro del 20 por ciento, hasta el ministro de Trabajo ha reconocido abiertamente el grave fracaso del ejecutivo en la materia, con esas cifras demoledoras en relación con otros países del entorno. Ésta no parece ser la oportunidad para los vendedores de humo, para los de los brotes verdes o los del talante engañabobos. El españolito de a pie, temeroso del incierto futuro que se dibuja en el horizonte, se va a pensar mucho su voto, consciente de lo que se juega. Lo que en 2008 no acertaron a ver algunos, ahora parece contemplarse desde otra óptica muy distinta vista la cruda realidad del país.
En estas circunstancias, poco interés puede suscitar para algunos el debate televisivo de mañana entre Rubalcaba y Rajoy. Para empezar por los 550.000 euros que costará el mismo. Todo un disparate en medio de la grave crisis que vivimos. Un debate, además, totalmente encorsetado con un formato aburrido, en el que hasta la temperatura ambiente estará controlada y para el que, incluso, se tirará de dos árbitros de la Federación Española de Baloncesto para que con sus cronómetros controlen los tiempos de intervención de los candidatos. Curioso, sí, por no decir cómico.
También las campañas electorales parecen desdibujadas y sin mucho sentido. Salvo los incondicionales o los reclutados para la ocasión de cada partido, los mítines cada vez entusiasman a menos gente y, tal y como sucede con los debates, no suelen incidir en la intención del voto más allá de un dos por ciento según los expertos.
He hurgado en el programa de los populares y bajo la perspectiva localista de esta columna me quedo con dos aspectos. El primero la referencia expresa a Ceuta y Melilla, a las que no hace mención ningún otro partido, con las promesas de un mayor apoyo del Estado para ambas, el reconocimiento de su condición de única frontera de la UE en África y el compromiso del diseño de “un nuevo modelo de financiación en atención a sus especificidades y necesidades singulares”. Aunque en política estamos ya por aquí más que escaldados, bienvenidas sean esas intenciones. Ya se vería.
La otra referencia es la inmigración, cuando aluden a que se requerirá el conocimiento de los valores fundamentales contemplados en la Constitución, “y el conocimiento suficiente de la lengua, la historia y cultura españolas para la obtención de la nacionalidad española”, a cuyo acto de adquisición “se dará una solemnidad adecuada”.
Aquí hemos vivido como mientras se hacía justicia con la concesión de nacionalidades a tantos ceutíes de ascendencia marroquí, auténticos apátridas sumidos en el limbo jurídico al que les condenaban sus desaparecidas ‘tarjetas de estadística’, también se han ‘regalado’, muy alegremente, determinadas nacionalidades a personas con un total desconocimiento del idioma del país, de su Constitución y de su realidad social. Y es que como dicen los populares en su programa, “la nacionalidad se ha convertido en el punto de llegada de muchos inmigrantes en España y requiere el diseño de fórmulas para transmitir lo que supone ser ciudadano español”.