Aunque no seamos del todo conscientes de ello nos ha tocado vivir uno de los momentos cruciales de la historia de la humanidad. La irracional explotación de los recursos naturales de la tierra por parte de los seres humanos, nos ha conducido a una crisis multidimensional de graves consecuencias para la vida en su conjunto. En los últimos años ha tomado protagonismo el cambio climático dejando en la sombra otras transformaciones no menos importantes, como la contaminación del mar, de los ríos, de los suelos, la proliferación de especies invasores o la extinción masiva de muchas especies de flora y fauna terrestre y marina. El aumento de la temperatura o la subida del nivel del mar, aparejado al cambio climático, llaman más la atención porque afecta de manera directa al bienestar humano y pone en riesgo la economía. Los países más pobres son los más expuestos al cambio global, pues su modo de vida depende en gran medida de las condiciones naturales de sus respectivos territorios. Tanto las inundaciones que afectan a una parte del planeta, como las pertinaces sequías que se han hecho crónicas en amplias zonas de la tierra están empujando a muchas personas a emprender una dramática migración a otras zonas del planeta.
Las naciones más desarrolladas gozan de un mayor grado de resilencia debido a un mayor dominio y control de los avances tecnológicos. El incremento de las temperaturas en la estación veraniega puede salvarse con la instalación de equipos de climatización y el stress hídrico compensarse con la instalación de plantas desalinizadoras en las regiones costeras, como ocurre en Ceuta. Se tratan, desde nuestro punto de vista, de medidas paliativas que retrasan el inevitable colapso civilizatorio que nos espera si no somos capaces de enderezar el rumbo y modificar nuestro despilfarrador modo de vida. No resulta nada fácil hacerse a la idea de renunciar a lo que mi admirador Waldo Frank denominó “la cultura del confort”.
El confort, en sus orígenes, fue un medio para contrarrestar el cansancio provocado por las duras jornadas de trabajo de las personas dedicadas a la explotación y cultivo de los recursos naturales. No tardó demasiado tiempo en convertirse en un fin en sí mismo y un valor en alza. Si el poder fue una estrategia para hacer frente a las difíciles condiciones de un medio natural y cultural hostil, pronto se dirigió de manera exclusiva a la satisfacción del deseo de confort. Waldo Frank compara este proceso a la segunda ley de la termodinámica, la entropía. En opinión de este pensador, al igual que la energía del movimiento posee la tendencia dominante a convertirse en calor, “en el hombre, la energía del poder fluye hacia la necesidad del confort. Esta entropía psicológica no puede ser revertida. El poder, con sus grados de cansancio, esterilidad, vacuidad interior y pasividad, se orienta hacia el anhelo de confort. Más dicho anhelo no produce nuevo poder. El hijo del hombre dotado de poder es con frecuencia un buscador de confort; pero la consecuencia de su culto ya no será el poder”. Como consecuencia de este fenómeno entrópico, “el poder acabará, pues, por criar una raza tan impotente que carezca hasta de los medios para buscar el confort”. Y esto es precisamente lo que ha sucedido.
La ansiosa búsqueda del confort, promovida y alentada por el capitalismo, en su interés de hacer crecer la economía mediante el fomento del consumismo, ha sido clave para el reforzamiento del sentimiento individualista. Hasta mediados del pasado siglo, según describe Eric Hobsbawm en su magnífica “Historia del siglo XX”, el “nosotros” predominaba sobre el “yo”. Y en parte era así por la falta de confort. Según narra este enorme historiador, “la vida de la clase trabajadora tenía que ser en gran parte pública, por culpa de lo inadecuado de los espacios privados…Las amas de casa participaban en la vida pública del mercado, la calle y los parques vecinos. Los niños tenían que jugar en la calle o en el parque. Los jóvenes tenían que bailar y cortejarse en público. Los hombres hacían vida social en “locales públicos”.
La irrupción de la televisión en el hogar, en opinión de Hobsbawn, “hizo innecesario ir al campo de fútbol, del mismo modo que la televisión y el video han hecho innecesario ir al cine, o el teléfono ir a cotillear con las amigas en la plaza o en el mercado”. De modo que “la prosperidad y la privatización de la existencia separaron lo que la pobreza y el colectivismo de los espacios públicos habían unido”. Este divorcio con el espacio público, tanto en el sentido figurado como en el físico, ha derivado en una relación irreconciliable. La pereza domina nuestra vida pública y privada. Rehuimos cualquier llamada a la acción. Tal y como dejó por escrito Lewis Mumford en “Técnica y Civilización”, “demasiado aburrida para pensar, la gente leía; demasiado cansada para leer, podía ir al cine; incapaces de ir al cine, podían encender la radio”. Hoy día, son muchos los hogares que tienen varios televisores en la casa, conexión de Internet y un móvil para cada uno de los miembros de la familia. Es cierto que no todos gozan de estos privilegios, pero sí es la aspiración general de todos los miembros sociedad. Contando con todas estas comodidades en el hogar, ¿A quién le apetece salir a una asamblea ciudadana o, simplemente, ir al parque con los niños? Uno de los pocos motivos que movía a la gente a salir era hacer la compra y hasta esto se puede hacer ya por Internet. ¿A dónde nos conduce este paraíso del confort? En buena parte a una inacción cívica.
Las convocatorias para participar en manifestaciones o concentraciones para reivindicar la defensa del medio ambiente, el respeto de los derechos laborales o la justicia social suelen caracterizarse por su escaso éxito de participación. Todo el mundo anda muy atareado atendiendo su celular o sentado delante del televisor disfrutando de sus series favoritas en Netflix. No son del gusto de la mayoría de la gente los mensajes que cuestionan nuestra “cultura de confort” o nos invitan a salir de ella. Incluso quienes se atreven a hacerlo pronto experimentan un profundo sentimiento de impotencia. La única manera que conozco para combatir esta sensación es la de acercarse a este tipo de actos y unir tus fuerzas con la de personas que comparten tus mismas inquietudes y preocupaciones. Esto fue lo que hicimos el pasado día 27 convocados por la plataforma Jóvenes por el Clima. La Huelga Mundial por el Clima, organizado a escala planetaria por el movimiento Fridays for Future, ha puesto de manifiesto que nuestros jóvenes son conscientes de las graves repercusiones del cambio global. Uno de los aspectos que más me gustaron de esta convocatoria, además del ambiente festivo, es la coincidencia en la Plaza de los Reyes de distintas generaciones de conservacionistas locales. Todos estuvimos a título particular, de manera discreta y dejando todo el protagonismo a los jóvenes.
En los días posteriores a la Huelga Mundial por el Clima se ha puesto en marcha una feroz campaña de acoso y derribo contra Greta Thunberg, la inspiradora del movimiento Fridays for Future. La han criticado con dureza tanto defensores del medio ambiente, como negacionistas del cambio climático. Los primeros la han acusado de estar vendida a grandes corporaciones internacionales; y los segundos de decir sandeces y poner en peligro la economía mundial. Yo he escuchado sus declaraciones y no he atisbado ningún síntoma de impostura. Pienso que su preocupación por el futuro del planeta es sincera. Conozco varios chicos con Asperger y todos se caracterizan por su desconocimiento del fingimiento. Son capaces de concretarse en una idea y distinguir, con gran claridad, lo principal de lo secundario. Esta chica sueca no llega a entender, como tampoco lo hacemos cada vez más personas, que siendo el cambio global el reto más importante al que se enfrenta la humanidad los líderes internacionales no hagan nada para remediar la situación. Su inquietud ha llegado a ser obsesiva, dado su trastorno psíquico, pero de tal obsesión ha nacido un férrea voluntad de no abandonar la lucha. Muchos jóvenes han escuchado su mensaje y se han sentido concernidos en la defensa del medio ambiente. Todo movimiento cívico requiere sus líderes, y Greta Thunberg lo es por méritos propios.
Se les acusa a los jóvenes de ser incoherentes entre sus manifestaciones a favor de la naturaleza y algunas de sus acciones, como la suciedad que dejan tras sus botellones. Tales críticas tienen fundamento y es bueno que les recordemos que el espacio público es de todos. No obstante, pienso que es mucho más productivo que todas las generaciones de ciudadanos dejemos al lado los reproches y avancemos juntos por la senda de la sostenibilidad. Los adultos podemos aportar experiencia y conocimiento, mientras que los jóvenes cuentan con la necesaria fuerza vital para vencer la férrea resistencia que ejercen los poderes económicos y políticos contra los cambios que requiere la humanidad si aspiramos a su supervivencia. Nuestros padres lucharon por la democracia en España y a nosotros nos toca luchar junto a nuestros hijos y nietos por la tierra y la vida. Al escribir este pensamiento he recordado el llamamiento que hacía el filósofo alemán Rudolf Ch. Eucken en las últimas líneas de su biografía: “viejo o joven es lo mismo, tratándose de una crisis tan terrible; ni siquiera lo más viejos, tenemos derecho a descansar; también debe ser nuestro lema: “trabajo mientras es de día””. Por este motivo, a pesar de la edad que avanza, quiero seguir trabajando por la renovación de la vida humana y la de todos los seres vivos que habitan en la tierra. En una ocasión le preguntaron a Goethe sobre que le queda al adulto y al viejo, a lo que contestó: “me queda bastante: me quedan ideas y amor”.