Opinión

Las comparaciones son odiosas, pero a veces necesarias

No suelo ausentarme mucho de Ceuta. Es ahora, en mi madurez, cuando mi trabajo me permite disfrutar de unas prolongadas vacaciones fuera de nuestra ciudad. Cambiar de aires, como decimos en Ceuta, siempre viene bien. La separación temporal de la “patria chica” sirve, entre otras cosas, para conocer otros paisajes y otras gentes. En estos casi dos meses en Granada he descansado y aprovechado para leer y pasar a limpio los relatos inéditos que se habían acumulado en mis cuadernos. Desde el fallecimiento de mi padre, a principios del mes de julio, no he vuelto escribir. El último escrito es el que dediqué a la memoria de mi padre. La orfandad ha secado mi inspiración y mi entusiasmo. Supongo que el tiempo irá cicatrizando la herida que tengo en el corazón por la pérdida de mi padre y, tarde o temprano, recuperaré la ilusión por la escritura.

En mi regreso a Ceuta he vuelto a dejarme envolver por su deslumbrante luz y por sus vivos colores que tanto le gustaba a mi padre capturar con su máquina fotográfica. Aquí las tonalidades resaltan de manera especial. El azul del mar, el celeste del cielo, el verde de García Aldave y el beis del Hacho son colores a los que mis ojos están acostumbrados. Aunque resulta paradójico me ahogo sin el mar. Necesito vislumbrar el curvo horizonte que se dibuja tomando como centro la cima del Monte Hacho. Me gusta despertarme, como el otro día, con el sonido de las bocinas de los barcos que atraviesan la densa niebla que se acumula en el Estrecho de Gibraltar acompañado por el chirrido agudo de las gaviotas. Ahora, en el momento que escribo, disfruto de la brisa de levante que en un rato dejará paso al fresco viento de poniente.

Una de las ilusiones de mi hija tras las vacaciones de verano era reencontrarse con su amiga del alma y subir al mirador de San Antonio para hacerse una foto en el momento de la caída del sol. Supongo que esta idea estará inspirada en alguna “influencers” de Instagram o Tik-Tok, pero no deja de ser una muestra del aprecio por la belleza de los amaneceres y atardeceres de Ceuta. Desde hace muchos años tenemos por costumbre en mi familia subir a San Antonio para contemplar el ocaso del sol en los días de equinoccios y solsticios y, en algunas ocasiones, también nos gusta disfrutar de la salida de la luna llena. Quiero pensar que esta tradición ha influido en mis hijos y despertado en ellos el aprecio por la belleza de Ceuta, tal y como mi padre me transmitió a mí y a mis hermanos.

En el trayecto al mirador de San Antonio me fijé en el apreciable número de personas que paseaban por el Monte Hacho y en todas las personas que aguardaban el ocultamiento del sol tras los pies del Atlante dormido. Entonces pensé en lo afortunados que somos los ceutíes de tener al alcance de nuestra vista unas panorámicas impresionantes y unas salidas y caídas del sol espectaculares. Granada tiene muchos encantos, pero son distintos a los de Ceuta. Lo que allí me deja sin aliento son las cumbres de Sierra Nevada cubiertas de nieve en invierno y los paseos por el Paseo de los Tristes, el Albaicín y los caminos de la Alhambra en el resto de las estaciones. También tengo costumbre de recorrer los senderos de la Vega siguiendo el curso de las acequias construidas por los nazaríes para distribuir el agua de la sierra por la altiplanicie granadina. La imaginación, nutrida por el conocimiento geográfico e histórico, me permite reconstruir mentalmente los ríos que cruzaban la ciudad de Granada y la belleza de las alquerías y las huertas que se divisaban desde la colina de la Sabica y se extendían por los alrededores de la ciudad. Por desgracia, la Vega de Granada ha sido en buena parte víctima de la especulación urbanística, a pesar de la lucha de nuestros colegas conservacionistas por salvaguardarla. En Ceuta se han dado otras circunstancias, pero el nefasto resultado ha sido el mismo. Nuestra ciudad ofrece una imagen caótica y abigarrada de un casco urbano denso, masificado e informe.

En Granada, al menos, han sido más cuidadosos con el centro histórico y se ha apostado por la conservación del paisaje urbano mediante una rigurosa protección de las fachadas de los edificios. En nuestro caso, la destrucción del centro histórico ha sido sistemática y sin miramientos. El llamado “progreso” se llevó por delante por el convento de los Trinitarios, que incluía los vestigios de la Madrasa Al-Yadida (siglo XIV), la Casa de la Misericordia, el Cuartel del Revellín, el Hospital Real o, en fechas más recientes, el cuartel de las Heras. Hablamos de grandes edificios, pero también de la aniquilación de calles emblemáticas, como la de Velarde o la desfiguración de otras no menos señaladas, como la de Alfau. De un tiempo para acá, la Ciudad Autónoma ha puesto en marcha un programa de subvenciones para la rehabilitación de edificios de carácter histórico, pero sin que cuenten con un plan de paisaje urbano con unos objetivos a medio o largo plazo y sin fijar unos criterios básicos en el tratamiento estético y cromático de las fachadas.

En términos generales, el paisaje urbano de Ceuta está muy descuidado, algo que no sucede en Granada o en otras ciudades de nuestro país. La contaminación visual del patrimonio histórico en Ceuta es muy elevada, aunque a nuestras autoridades no parece inquietarle. Por todos lados nos encontramos un enjambre de cables telefónicos, conducciones de alumbrado, toda suerte de cartelerías, antenas, alambres, aparatos de aire acondicionado y demás artilugios. Las agresiones visuales al patrimonio arquitectónico son notorias alterando su percepción visual, cuando no, causando un daño físico a estos bienes culturales. Este tipo de situaciones podrían haberse evitado con la suficiente voluntad política, pues existe un marco normativo de prohibición y tutela para evitar estas agresiones al paisaje urbano. Además de la responsabilidad de la Ciudad Autónoma por haber consentido los abundantes casos de contaminación visual, no podemos dejar de señalar a las empresas suministradoras de los servicios de electricidad y telefónica y a particulares por su sistemático incumplimiento de las normas de protección del patrimonio edificado.

En un plano más cotidiano, el contraste en el estado de limpieza e higiene entre Granada y Ceuta es muy fuerte. Por desgracia, en nuestra ciudad, sobre todo en las calles secundarias, tenemos que ir muy pendientes de donde pisamos para evitar que nuestros zapatos se manchen de heces de perro. Esto no sucede en otras ciudades, al menos no con la incidencia que tenemos que sufrir en Ceuta. Lamentablemente, Ceuta ha sido y es una ciudad sucia, aunque me duela decirlo. A mi regreso a Ceuta he notado un empeoramiento de la situación, quizá achacable al proceso de transición del servicio de limpieza urbana de una empresa privada a una pública. Nunca he visto tantas cucarachas y ratas paseando por el centro urbano, cuya explicación es fácil encontrarla en la falta de limpieza de nuestras calles o en las carencias en la recogida de basura. Tampoco contribuye a mejorar la situación de la limpieza urbana la falta de educación cívica de una parte significativa de la sociedad ceutí. En Ceuta vivimos mucha gente y esta alta densidad de población tiene su reflejo en la cantidad de residuos que generamos. Unos residuos que son mal gestionados por nuestras autoridades ambientales.

Como escribió esta semana la directora de este rotatorio, Carmen Echarri, nuestros dirigentes celebran por todo lo alto la disposición de elementos urbanos tan básicos como unas marquesinas dignas en las que pueden refugiarse de la lluvia o del sol los usuarios del transporte urbano. Resulta llamativo que hayamos tenido que esperar tantos años para disponer de unos autobuses modernos y confortables. Desde mi punto de vista, ha sido un acierto la municipalización del servicio de autobuses y con ello el incremento de las rotaciones de las líneas existentes y la ampliación de la red de líneas para cubrir toda la geografía ceutí. Esperemos que la municipalización del servicio de limpieza urbana y recogida de residuos urbanos mejore el aspecto de la ciudad y su salubridad.

Los ceutíes merecemos vivir en una ciudad limpia y disponer de unos servicios públicos acordes a los estándares de calidad de vida del resto de España y de Europa. Si bien es cierto que las comparaciones son odiosas, son necesarias para tomar conciencia de nuestras virtudes, así como de nuestros defectos y carencias. Ceuta es un lugar privilegiado por su clima, sus paisajes, su patrimonio natural y cultural y, claro está, por su gente. La experiencia y los conocimientos adquiridos en nuestro proceso de autogobierno tiene que conducirnos a la puesta en marcha de un ambicioso plan de restauración de nuestro entorno natural, cultural y urbano que sirva de privilegiado escenario en el que todos podamos lograr una vida plena, rica y significativa.

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