Las noticias que se han ido recibiendo de la tragedia desatada en un espectáculo público provocada, al parecer, por una bengala lanzada por alguno de los asistentes, hacen pensar una vez más en la grave crisis de sensatez que padece la sociedad. ¿A qué obedecen esas aglomeraciones, tan diversas, que con tanta frecuencia se dan? No parece, a mi entender, que beneficien la calidad de la sensibilidad humana, por muy ruidosa que sea la presentación del espectáculo. No dudo que pueda haber cierta calidad en cada uno de los que actúan en el escenario, aunque no es aprovechada más que para hacer mucho ruido, más o menos acompasado y con movimientos exagerados de los actores. Es bien distinto, todo eso, a esas otras actuaciones que llevan serenidad al ánimo personal y paz al conjunto de los asistentes.
No se comprende esa dedicación a situar al borde del precipicio hondo y oscuro de las pasiones a gran cantidad de jóvenes. La juventud creo que necesita algo de mucha más calidad humana. Algo que va a necesitar a lo largo de los años para poder llevar una vida que sepa apreciar la belleza de la bondad y de esa actividad personal - tan deseable y necesaria - que es la responsabilidad de cuanto se hace, tanto en cumplimiento de unos deberes profesionales como en esas demandas que la conciencia hace, tanto más cuanto mayores y más complicadas son las dificultades que se presentan a cada persona en concreto. El ser humano es responsable directo de cuanto hace; las aglomeraciones, sean del tipo que sean, no le eximen de su responsabilidad, mayor o menor según qué casos, pero personal siempre.
Hace ya unos cuantos años se hablaba ante una buena cantidad de personas mayores sobre este mismo tema: la necesidad de la educación de la juventud para que no cometiera errores que les dañarían para toda la vida. Pocos días antes una chica bastante joven había muerto, después de unas cuantas horas de fiesta multitudinaria, al caer desde un andén de ferrocarril hasta las vías. La aceptación de esa necesidad de educación sólo fue negada por una madre relativamente joven, situada en primera fila, que decía estar muy orgullosa de sus hijos y que los consideraba muy responsables sin necesidad de mayor proteccionismo en la educación de sus vidas. Esto no es un caso aislado, por desgracia, sino que esa independencia se va produciendo a edades muy tempranas, a pesar de los deseos de los padres.
Creo en la juventud, en su ansia de hacer grandes e importantes cosas, en ser útiles a la Humanidad, en participar en acciones que ayuden a los demás. pero todo ello está cercado por muchos peligros, creados no pocas veces por la propia sociedad, porque en ésta hay de todo, bueno, malo y hasta desastrosamente horrible. Por esto, porque el camino no está limpio de peligros de toda índole, es necesario educar a la juventud en la realidad de la vida. No es fácil porque hay mucha oposición, tanto natural como creada por la propia sociedad y las circunstancias de cada lugar, pero hay que hablar muy claro a la juventud y estar siempre a su lado para que su vida, o parte de ella aunque sólo sea durante unos segundos, no se vea arrastrada y maltratada duramente como lo hace, bestialmente, un huracán durante la noche.
Urge que aparezca la sensatez y el buen ordenamiento de la vida.
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